EL BOTÓN DE NÁCAR
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
ASOMBRO Y ESPANTO
El botón de nácar, Francia-España-Chile, Suiza, 2015
Escrita y dirigida por Patricio Guzmán
*** Hay que verla
La nueva película del histórico cineasta chileno empieza en la cosmología y culmina en la arqueología del terror. El resultado es tan fascinante como doloroso
El misterioso bloque de cuarzo contiene una gota de agua. Patricio Guzmán inspecciona esa evidencia que detenta 3000 años de antigüedad con la reverencia de un arqueólogo o un geólogo. Son las primeras imágenes de su meditación cósmica y política que empieza con el agua. La veneración frente a ese objeto natural es comprensible. No es un blancuzco cascote impenetrable; más bien, se trata de una huella cósmica que prefigura la historia de la vida de un planeta. La especulación cosmológica revela la contingencia y la suerte: el agua llegó del cielo.
Entre el cielo y los océanos están los primeros hombres. En el sur del continente, antes de la invención de Chile, vivían los hombres originarios. Guzmán los introduce primero por el testimonio fotográfico y los denomina poéticamente como los nómades del agua. Un poco después, los pocos sobrevivientes de su estirpe cuentan su pasado. Eran pueblos marítimos que sentían la conexión con el agua y que imaginaban además que, al morir, se transformaban en estrellas. La intuición mítica, aquí, no riñe con la precisión y la curiosidad científica.
Como sucedía en la notable Nostalgia de la luz, el autor de la legendaria La batalla de Chile se las ingenia para retomar la historia de su país a partir de una inquietud científica. En la película precedente, la historia de las estrellas culminaba en la osamenta de los desparecidos políticos en el desierto de Atacama. Aquí también se narra la ominosa historia del país tras la presidencia de Salvador Allende. El mar fue un perverso cementerio de los pinochetistas, y el filme incluye los detalles de esa profanación con otros relatos infames, propios de los genocidios revestidos de gesta civilizatoria. Un testículo y un seno de un poblador originario valió alguna vez una libra, la oreja de un niño un 50 % menos.
En el delicado balance entre el asombro frente al cosmos y el espanto frente a la constatación de la crueldad histórica reside la fuerza del filme de Guzmán. Los rostros del pasado denotan una dignidad indesmentible, una gota registrada en un primerísimo plano transmite la absurda potencia de la vida y los persistentes modos de interrogar la experiencia humana fuerzan a mirar de frente los eventos que determinan la Historia. Cada tanto, el cine deviene en un régimen de luz. Ilumina, sensibiliza y estimula el deseo de verdad.
Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en el mes de marzo de 2017
Roger Koza / Copyleft 2017
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