EL CINE DE LEOS CARAX: LA FICCIÓN COMO MOVIMIENTO DEL ESPÍRITU

EL CINE DE LEOS CARAX: LA FICCIÓN COMO MOVIMIENTO DEL ESPÍRITU

por - Ensayos
15 Oct, 2013 01:17 | comentarios
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Carax (en el centro)

Por Roger Koza

Leos Carax ha resucitado. ¿Quién se acordaba de él? Había pasado más de una década y no había noticias de aquel cineasta que participó como intérprete en películas de Godard y Philippe Garrel, que escribió algunas reseñas en los míticos Cahiers du cinema a favor –con justicia– de la ópera prima de Sylvester Stallone y que después de su primera película, Chico conoce chica (1984), despuntó como un talento ostensible en Mala sangre (1986), film libre y caótico, desentendido de cualquier ortodoxia narrativa. Para muchos, Carax fue el descubridor de Juliette Binoche, y no Kieslowski, capaz de apropiarse en Tres colores: Azul (1993) del rostro de la actriz. La bella artista plástica de Los amantes del Pont Neuf (acaso nuestra Luces de la ciudad) es una figura inolvidable para la mayoría de los cinéfilos de mi generación. Encontrarse con un objeto como esta película en una sala comercial era, para aquel tiempo, una anomalía: un romance entre vagabundos, París convertida en una fantasía saturada de lirismo trágico y ominoso pero también sumergida, fugazmente, en una realidad intolerable que bastaba para sentir el espesor de lo real en el ojo y salir de la sala extenuado por la amargura de existir. Ver a los moribundos tomar un baño en un centro de asistencia parisino invitaba al calambre que debería producir el sufrimiento ajeno. Esos planos de cuerpos devastados es el fuera de campo fundacional de toda la obra de Carax, incluso más que los misteriosos bombardeos del comienzo de Pola X.

Se dirá que la escueta pero sustancial obra de Carax (cinco largometrajes en casi 30 años, el ritmo de cineastas como Tarr, Erice y Bresson) pasa por filmar historias de amor que no responden a la lógica romántica clásica, y menos aún a los parámetros del cine romántico contemporáneo. El patrón es verificable: Alex conoce a una chica en una fiesta y se enamora (Chico conoce chica); Alex deja a una chica y se enamora de otra (Mala sangre); un vagabundo (Alex) se enamora de una artista de clase media que vive en la calle y está a punto de quedar ciega (Los amantes del Pont Neuf). En la mayoría de los casos, Alex ama a una mujer que ha estado o puede llegar a estar con otro hombre: un amigo, un amigo de su padre, un desconocido. Además, Alex siempre ha sido interpretado por el genial Denis Lavant.

Un patrón distinto es el de Pola X (1999), una enigmática adaptación de Pierre o las ambigüedades de Melville. Aquí, en reemplazo de Lavant, está Guillaume Depardieu. Un escritor aristócrata deviene en marginal tras descubrir que una mujer extranjera que aparece en sus sueños existe y tal vez sea su hermana. ¿Un drama incestuoso, incluso edípico? Amarla será un destino. Cruce extraño entre ficción y realidad: el líder de una comunidad anárquica está interpretado por Sharunas Bartas, alguna vez esposo de Yekaterina Golubeva (después esposa de Carax). Esta circularidad obscena e indescifrable entre la vida privada y los materiales de ficción es frecuente en Carax. Binoche, Perrier, Golubeva fueron sus mujeres. En su extraordinaria Holy Motors (2012) el recurso autorreferencial no estará ausente, empezando por la dedicatoria y por uno de los “episodios” del film, el correspondiente al musical: una azafata se suicida tirándose de un edificio (icónico en el cine de Carax). Todo esto constituye una fuerza evidente que empuja la ficción de Carax, pero que, a su vez, excede al sujeto empírico, su historia privada y la búsqueda de algún sentido que satisfaga al desamparo amoroso propio. Hay en Carax otra dimensión, que poco tiene que ver con el Yo del espejo.

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Denis Lavant en Mala sangre

Tesis: Carax filma el movimiento mismo de la ficción y la ficción como tal como un movimiento del espíritu; la ficción sería la acción voluntaria y primordial de movilizar los signos de un orden simbólico para organizar los eventos y la materia en cierto sentido; naturalmente, es un movimiento anterior al cine, pero que en el cine alcanza una potencia única: la imaginación se libera por completo. ¿A qué alude Holy Motors si no es precisamente a la dimensión originaria de la materia libre de todos los relatos? Oscar entra y sale de la limusina para empezar una misión de ficción: será padre, un asesino y su doble, una criatura diabólica, una linyera, un bailarín, un ejecutivo; los personajes aparecen y desaparecen pero permanece un espacio en movimiento. Lo que ha tomado cuerpo aquí es el espacio mismo de la ficción, sintetizado en la cabina de la limusina. En otras palabras, Carax ha podido visualizar lo que Aristóteles llamaba la causa material: en este caso, la de la ficción vista como un movimiento del espíritu.

Es por eso que Carax también está obsesionado con el movimiento del cuerpo. En el cine de Carax, correr, acelerar el movimiento, desplazarse por el espacio sin respetar el hábito de los esquemas motores cotidianos es un principio correlativo al movimiento del espíritu. El espíritu crea formas, el cuerpo también. El baile con la contorsionista en Holy Motors, la extraordinaria secuencia de Mala sangre en la que Denis Lavant baila un tema de David Bowie (en un travelling lateral de izquierda a derecha que desconoce cualquier obstáculo), la ansiedad del personaje de Depardieu en Pola X por volar con su moto y Alex y Michèle corriendo por la playa en Los amantes del Pont Neuf son cifras de una obsesión y una necesidad. Los travellings de Carax siempre son únicos, hermosos y precisos. Es el cineasta del movimiento del cuerpo y sus prolongaciones motoras.

Carax, cineasta de los movimientos, insiste obstinadamente en materializar el no lugar de la ficción y, al mismo tiempo, en filmar el cuerpo como una máquina, organismo viviente capaz de sobrepasar la determinación de sus funciones básicas.

Este artículo fue publicado en el mes de julio 2013 por la revista mexicana La tempestad.

Roger Koza / Copyleft 2013