EL CINE DEL DIABLO
Por Roger Koza
Si cualquier lector se enfrentara a la lectura de El cine del diablo sin saber que su autor es un reconocido cineasta de la primera parte del siglo XX, podría creer estar leyendo a un filósofo audaz e iconoclasta, rabioso frente a la metafísica occidental y escéptico frente al positivismo del siglo XIX y sus derivaciones del siglo siguiente. Si ese mismo lector imaginario conociera la obra de Bergson y Deleuze, podría confundir algunos párrafos de este sorprendente libro con algunos de Materia y memoria o de La imagen-tiempo. Los conceptos que ordenan el libro de Epstein son el movimiento, la duración, el espacio y el tiempo, y lo que él concibe como propio del cine parece una suerte de relectura de Bergson y un anticipo de lo que dirá Deleuze treinta años después. El cine del diablo se publicó casi a mitad del siglo pasado.
El diablo es aquí una metáfora más que un personaje espiritual que viene a corromper el alma de los inocentes. Diríase que es una fuerza de nuestro espíritu que lleva a cuestionar lo dado y a desconfiar de las certidumbres. Fue él quien tentó a la pareja primordial a probar del árbol del conocimiento en su estadía en el Edén, y también quien llevó a Roger Bacon, Galileo, Copérnico, Newton, Freud, entre otros, a insistir en sus intuiciones a contramano de una comunidad segura de sus creencias y desconfiada de la clarividencia de los hacedores de nuevos conocimientos. De la creación del telescopio, surgió –según Epstein- una filosofía del catalejo; de la invención del microscopio se instituyeron filosofías de la lupa. No se trata solamente de instrumentos, pues a través de éstos el lugar desde donde se mira y los conceptos que se derivan tienen efectos precisos sobre la ontología. Dice Epstein: “Cada vez que el hombre crea por su idea un instrumento, éste a su vez y a su manera retrabaja la mentalidad de su creador”.
Los diecisiete capítulos que articulan el libro de Epstein están destinados a desentrañar si el cinematógrafo es o no un nuevo instrumento, cuyo fin, lógicamente, va mucho más allá del arte de ilustrar novelas y piezas de teatro. ¿El cinematógrafo es un instrumento de conocimiento capaz de contribuir a un cambio de paradigma respecto de la imagen que los hombres tienen de sí y del universo circundante? Epstein ubica el cine en una tradición de descentramiento del hombre respecto del mundo.
Lo primero que el cine ha podido conquistar es el movimiento. El devenir del mundo es visualizado a través del cinematógrafo. Esto implica el aniquilamiento de una imagen fija del mundo. La permanencia de las cosas se pone en duda, ni siquiera la propia identidad es idéntica a sí misma. Todo lo que existe está en un perpetuo devenir. Afirma quien fuera secretario de Auguste Lumière: “Así, un nuevo empirismo –el del instrumento cinematográfico– exige la fusión de dos nociones primeras: la de la forma y la del movimiento, cuya separación resultaba hasta aquí implícitamente colocada como evidencia de base… El cinematógrafo sólo considera la forma como la forma de un conocimiento”. A partir de este enunciado, Epstein sostiene que fue en el reconocimiento de la fotogenia donde los primeros cineastas intuyeron el poder de su arte. La foto sin movimiento no llegaba a capturar algo que sí sucedía con un rostro, no necesariamente hermoso, que frente a la cámara adquiría un misterio en la discreta transformación que padecía en la duración.
El mayor poder del cinematógrafo fue alterar nuestra relación con el espacio y el tiempo, sobre todo con éste último. Dice Epstein: “La cámara rápida y el ralentí demuestran, de manera evidente, que el tiempo no tiene valor absoluto, que es una escala de dimensiones variables”.
El diabólico Epstein escribió un libro hermoso y abstracto sobre un nuevo instrumento surgido de la inquietud de los discípulos del “utilero de la civilización”. La lucha contra la superstición no ha terminado. El diablo ha sido siempre un discreto humanista.
EL CINE DEL DIABLO, POR JEAN EPSTEIN. EDITORIAL CACTUS, SERIE PERENNE, BUENOS AIRES. 127 PÁGINAS
Esta reseña fue publicada en otra versión por la revista Ciudad X en el mes de agosto 2014
Es un hallazgo de lectura que hayas encontrado en este libro al precursor del mejor de “los dos tomotes” – como los llamé presutuosamente no hace mucho- de Deleuze.
Otro hallazgo, releyendo la última cita que mencionás, sería verlo como una continuación por otros medios de la teoría de la relatividad.
El cine del Diablo es uno de sus mejores textos –menos poético que otros (que La esencia del cine, sin ir más lejos) y más riguroso en el trabajo con los materiales del quehacer fílmico, incluso más que Deleuze–, escrito por uno de los más finos ensayistas que ha dado la teoría del cine.
Leerlo en paralelo con La fábrica de sueños del magnífico Ilya Ehrenburg, creo que le acercaría un poco de barro de la Historia a esas ideas que ves abstractas, y que en mi opinión no lo son tanto.
Por último, a esta afirmación de Epstein que mencionás: “Cada vez que el hombre crea por su idea un instrumento, éste a su vez y a su manera retrabaja la mentalidad de su creador”, Lewis Munford, el de Técnica y civilización y El mito de la Máquina, entre otros de sus grandes textos, sabiamente la corregiría y diría: “Cada vez que el hombre crea por su idea un instrumento, éste a su vez modela secretamente la mentalidad de su creador”.