Por Nicolás Prividera

El cine después del cine (traducción de Film After film que pierde el otro sentido original del título): película tras película, el cuerpo central del libro está dedicado a como el cine norteamericano asumió el impacto del 11 de septiembre durante los largos años de Bush. (La primera parte está dedicada al impacto de la revolución digital en el canon baziniano, y el último a una antología de las películas más significativas –por geniales u oprobiosas– de la primera década del siglo.) Todo esto es discutible, pero si Jim Hoberman fuera argentino no hubiera podido escribir (y menos publicar) un libro sin tener que fundamentar antes su evidente premisa: lo político no es un elemento “ideológico” externo adosado al análisis desde una perspectiva marxista, sino la base de cualquier mirada que se pretenda crítica. Algo que parte de la nueva crítica argentina (y del asociado NCA) ha llegado a discutir hasta extremos ridículos, como el de pretender un análisis de las últimas películas de Bigelow sin hacer una sola mención a Irak. Hoberman hace todo lo contrario, y encuentra los rastros de la guerra no solo en el ostensible cine bélico sino hasta en Wall-E. (Imagino a varios críticos retorciéndose pero mordiéndose la lengua, porque obviamente les será difícil reconvenir al reconocido ex crítico del Village Voice.) Lo reprochable es que la estructura del libro se resiente al pasar del abrupto final de la episódica segunda parte a la inconexa lista de la última: esas “notas tendientes a elaborar un programa de estudios” (que nunca se termina de esbozar) no dejan ver un hilo conductor tan contundente como el que le permitiera ir dando cuenta de los puntos más bajos (Avatar) y los mas altos (Petróleo sangriento) de los primeros años del siglo XXI, con la lúcida causticidad que terminó por eyectarlo de su columna. Hoberman sigue siendo fiel a una larga tradición invectiva del periodismo, la crítica y la crónica (de Nathanael West a Davis Foster Wallace), que en Argentina lamentablemente no tiene su igual, al menos en el cine.

Nicolás Prividera / Copyleft 2014