EL CISNE NEGRO / BLACK SWAN

EL CISNE NEGRO / BLACK SWAN

por - Críticas
19 Feb, 2011 02:27 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

SANGRE, SUDOR Y LÁGRIMAS

El cisne negro/ Black Swan, EE.UU., 2010

Diriga por Darren Aronofsky. Escrita porMark Heyman, Andrew Heinz, John J. McLaughlin

* Tiene un rasgo redimible

La sobrevaluada película de Aronofsky constituye un compendio de todo su cine. En esta ocasión su interés casi documental por el mundo del ballet termina siendo fagocitado por un intento desmedido de combinar géneros y registros disímiles; un film mediocre y pretencioso, en el que la pasión de Portman se transforma en la única razón valedera para verle.

“Algún día, tal vez se sepa que no había arte, sino sólo medicina”. La célebre frase pertenece a un escritor, Le Clézio, y sugiere exactamente lo contrario de lo que sucede en El cisne negro, una pieza masoquista en manos de un cineasta cuya concepción del arte y la psicología resulta primitiva y ridícula.

Natalie Portman es Nina, una bailarina del elenco estable de una compañía neoyorkina, que vive con su madre, una ex bailarina, y la relación entre ellas excede la competitividad artística y la proyección de los deseos y frustraciones personales. Los psicoanalistas tendrán aquí un filme (de manual) para el diván: castración, represión y psicosis. Ése es el universo simbólico de Nina, cuyo padre ni siquiera es un fantasma; en el filme, no existe.

Después que la primera bailarina es “jubilada” por el coreógrafo francés Thomas (Vincent Cassel), tan riguroso como mujeriego, Nina se esforzará por obtener el protagónico en El lago de los cisnes de Tchaikovsky. A su técnica perfecta le falta espíritu y libertad, condiciones que según Thomas resultan imprescindibles para interpretar el lado oscuro del cisne. Masturbarse y soltarse será la propuesta terapéutica del maestro, aunque la descomposición psíquica de la bailarina, obsesionada por la perfección, más bien necesite de un doctor Freud vestido con tutú. Nina obtendrá el papel y literalmente vivirá el destino de su personaje.

Ahistórica y esquemática, El cisne negro, más que una película sobre la danza clásica, es un retrato trivial sobre la psicosis. Aronofsky acierta en privilegiar planos cerrados que denotan la experiencia de Nina, de allí que la proliferación del primer plano obsesivo y la predilección por escenarios cerrados son una constante, algo bien secundado por una composición cromática en la que el claroscuro transmite un estado de ánimo. Pero Aronofsky no se detiene allí, e intenta mostrar el desequilibrio psíquico a fuerza de efectos especiales y subrayados de principiante. Véase el pasaje en el que el cuerpo de la bailarina se quiebra paulatinamente, lo que culmina en un plano de una muñequita. Ese tipo de ejemplos es la regla.

La obsesión de Aronofsky por la psicosis, el ascetismo, la alteración de la conciencia a través de las drogas,  el lesbianismo y el cuerpo como superficie de suplicios y castigos, temas presentes en Pi, Réquiem por un sueño y El luchador, atraviesa su nueva película. El sacrificio de Portman es ostensible, y tiene asegurada su recompensa en la noche de los Oscars: su determinación como actriz, su look de anoréxica, sus cou-de-pied y sur le cou-de-pied y su martirio interpretativo son atendibles, aunque su personaje no necesariamente despertará simpatía.

El cisne negro es al ballet lo que La pasión de Cristo es a la teología: una aventura masoquista coronada por un toque trascendental.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de febrero 2011.

Roger Alan Koza / Copyleft 2011