EL CONSPIRADOR / THE CONSPIRATOR

EL CONSPIRADOR / THE CONSPIRATOR

por - Críticas
05 May, 2012 02:49 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza
LA LETRA SAGRADA
 
El conspirador / The Conspirator, EE.UU., 2010

Dirigida por Robert Redford. Escrita por James D. Solomon y Gregory Bernstein

* Tiene un rasgo redimible

Un tema apasionante, una puesta en escena decepcionante. 

En 1863, en el cementerio de Gettysburg, uno de los escenarios clave de la guerra civil estadounidense, Abraham Lincoln llamaba a sus compatriotas, tanto del sur como del norte, a sentirse convocados “a la inmensa tarea que nos aguarda en el futuro … que, con Dios, esta nación renazca para la libertad … Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la tierra”.

Lo que expresa el primer presidente republicano y decimosexto de su país es precisamente lo que intenta canalizar Robert Redford en su nuevo filme (detrás de cámara), tan didáctico como estratégico: el espíritu de la democracia, la gran metafísica norteamericana, defendiéndola a través de un elogio monocorde de su libro fundacional, la constitución (y su ejercicio).

Dos años antes de la muerte de Lincoln, en 1865, el capitán Frederick Aiken no imaginaría jamás que sería el abogado defensor de uno de los cuatro acusados por el asesinato de su líder. El senador Johnson, que le entrega el caso a Aiken, entiende que un sureño como él no es la persona ideal para alegar por la inocencia de Mary Surratt, una mujer católica de 42 años, dueña de la hostería donde uno de sus hijos, junto con otros rebeldes, entre ellos John Wilkes Booth (quien mató al presidente), planificaron el atentado.

Lo que sucede en un principio con Aiken, que por su ideología descree de la inocencia de su cliente, es la posición de la mayoría. El tribunal militar que juzga a Surratt es prácticamente una pantomima. El veredicto del jurado antecede al juicio, lo que no impide que Aiken busque probar la inocencia de su defendida una vez que entienda que los principios prevalecen frente al discurso partidario y la coyuntura política. “Se trata de la constitución”, le dirá a su adversario jurídico.

Desde el inicio, la puesta en escena y los diálogos lucen berretas (y la musicalización excesiva no es una excepción). Aiken y un amigo yacen heridos en pleno campo de batalla y el héroe elegido ensaya un monólogo propio de un manual de historia. He aquí un héroe, se nos dice, mientras una panorámica revela las consecuencias de un enfrentamiento sangriento. ¿No parece un filme de Hallmark, o una teatralización fílmica en History Channel? Si durante toda la película la reconstrucción de época resulta de utilería maquillada digitalmente y los interiores no están muy lejos de una ambientación de museo de segunda categoría, los diálogos y los argumentos que se esgrimen durante el proceso judicial distan de ser agudos e incisivos; son casi silogismos de escuela secundaria en la boca de actores competentes como James McAvoy y Tom Wilkinson, no siempre bien acompañados del todo por sus compañeros de escena; en ese sentido, el personaje de Kevin Kline (Edwin Stanton, el cínico y pragmatista Secretario de Guerra) funciona como un concepto a desenmascarar y denunciar: el típico cretino que trabaja en el corazón del sistema.

Los procedimientos narrativos, por otro lado, esquemáticos y organizados en torno a una voluntad pedagógica explícita, desconocen cualquier tipo de sofisticación. Más que clasicismo se trata de un mero automatismo de la narración, cuyo mayor riesgo se limita a un par de flashbacks propios de un neófito, lo que suele coincidir con recuerdos de Surratt y una de sus hijas.

Si alguna vez Redford pretendió ser un autor, un cineasta con una mirada, aquí su dirección es netamente utilitaria. Ningún encuadre, ninguna decisión formal remiten a un director pensando y decidiendo sobre la puesta en escena, excepto cuando se trata de enfatizar la injusticia y la necedad de los hombres (por ejemplo, en los planos en ralentí sobre los acusados frente a la soga y el primerísimo plano de un rosario en las manos de uno de ellos).

¿Fue Surratt inocente? Es posible, pero no es la prioridad de Redford demostrarlo; más bien se trata de impartir una lección abstracta y elemental sobre derecho constitucional, e incluso sugerir oblicuamente la pertinencia del caso pretérito respecto de la actualidad política estadounidense. Lo que importa aquí no es el cine y su derecho a la elegancia y a la búsqueda de perfección formal sino ilustrar el valor supremo e indudable de esa biblia secular llamada constitución. No será la última vez que se sacrifiquen las imágenes en nombre de la patria.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior durante el mes de mayo 2012

Roger Koza / Copyleft 2012