EL HOMBRE ROBADO
**** Obra maestra ***hay que verla ** Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Alan Koza
LA HISTORIA INVISIBLE
El hombre robado, Argentina, 2006.
Escrita y dirigida por Matías Piñeiro.
*** Hay que verla
Esta opera prima, culta y accesible, es quizás la gran sorpresa nacional del 2007, pero como de costumbre sucede con las películas valientes y valiosas, se le ha robado la posibilidad de ser exhibida como se merece.
«Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, cada segmento surcado a su vez por arañazos, muescas, incisiones, comas». La cita pertenece a Italo Calvino, pero bien expresa y condensa la inteligente película de Matías Piñeiro, un ensayo intempestivo y lúdico sobre cómo la Historia secretamente nos constituye.
Rodada en 16mm y en blanco y negro, El hombre robado, cuyo título es un hurto amoroso del nombre del quinto capítulo de Adriana Buenos Aires, de Macedonio Fernández, dedica todo su metraje a seguir las cavilaciones y los tiempos libres de un conjunto de jóvenes de clase media baja, algunos guías de museos, otros estudiantes de botánica, teatro y música. No trabajan a disgusto, pero tampoco les apasiona, excepto el discreto placer sistemático de robar objetos menores de los museos en los que están empleados. Algunos están en pareja, otros están solos, incluso los posibles cruces de pareja están desprovistos de sentimentalismo y erotismo. Son hijos de un tiempo histórico en el que el narcisismo es el único proyecto reconocible, aunque intuyen que no siempre ha sido esa la regla.
Es por eso que hay una inquietud histórica que los atraviesa, como si hubiera en el pasado una prueba y contraargumento respecto de un estilo de vida al que están arrojados pero que no desean. Así, cada tanto, se ve algunos inserts en primer plano de fragmentos de Campaña en el Ejército Grande, un libro de Sarmiento que funciona como un contrapunto y una crónica simbólica de la vida de uno de los protagonistas, quien al terminarlo lo pasará como una posta de letras a otro personaje.
Extrañamente erudita aunque no por ello pretenciosa, la osadía de este director de 25 años no se circunscribe a convalidar la noción de lo culto como un legítimo derecho sin distinción de clases, sino a una apuesta formal que lo revela como un realizador que sabe que en el lenguaje cinematográfico se juega mucho más que un estilo.
Mientras que el cine es paulatinamente fagocitado por el montaje televisivo y la estética publicitaria en donde un plano dura de 3 a 7 segundos, Piñeiro concibe cada plano en función de una puesta en escena admirable. Su cámara se mueve como si detrás de ella un geómetra trazara líneas. La ciudad de Buenos Aires y sus personajes danzan en planos secuencia.
Si para miles de jóvenes la Historia es un presente continuo que se transmite por cable (Cleopatra en el 23, el Holocausto en el 24 y Las Malvinas en Volver) Piñeiro sugiere que la Historia es ubicua y nos interpela: en el dinero, en los nombres de las calles, en los edificios públicos, las estatuas, los museos, la literatura. Es una herencia viva capaz de conjurar la futilidad y la supuesta inocencia del presente.
Copyleft 2000-2008 / Roger Alan Koza
Esta crítica fue publicada durante el mes de abril por el diario La Voz del Interior de la provincia de Córdoba.
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