EL NÓMADA ILUSTRADO

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por - Ensayos
17 Jul, 2014 10:37 | comentarios
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Carta a un padre

Por Roger Koza

Ha escrito, ha filmado y nunca ha dejado de viajar. Nuestro visitante del mes en materia cinematográfica y literaria ha trabajado minuciosamente por décadas en su percepción y sensibilidad para objetivar en papel y fotograma una forma de interactuar con las cosas, los hombres y consigo mismo. Es un sismógrafo discreto y lúcido del siglo XX. Un observador atento a los primeros signos de nuestro tiempo. En efecto, Edgardo Cozarinsky es un gran escritor y un formidable cineasta (y ocasionalmente un eximio crítico de cine).

Como es de público conocimiento, Cozarinsky vivió un largo exilio en París que comenzó en los inicios de la década de 1970, y recién a fines del siglo pasado retornó para vivir en Argentina, aunque sin quedarse del todo. Como su padre, un oficial de marina que había hecho del mar una geografía doméstica, Cozarinsky ha elegido un extraño modo de nomadismo: siempre está por abandonar el lugar elegido. ¿Volver a París? ¿Dejar otra vez Buenos Aires? Tal vez en realidad ha preferido no detenerse para sostener su curiosidad en la duración. Viaja, siempre viaja, física e imaginariamente. Por ejemplo, hizo un film hermoso que transcurre en Marruecos llamado Fantasmas de Tánger.

Antes de pisar la ciudad de Córdoba para acompañar el estreno de su última película, Carta a un padre, un delicado y extraordinario ensayo sobre su padre muerto décadas atrás, Cozarinsky, hasta el martes pasado, estaba en Lisboa disfrutando de la compañía de la gran cineasta portuguesa Rita Azevedo Gomes. Los rumores dicen que, a pedido de la directora, leyó un poema de Jorge de Sena frente a la cámara del gran director de fotografía Acácio de Almeida. Quizás se trate de la escena de un nuevo filme en el que Cozarinsky pasa nuevamente a estar frente a cámara, como se lo vio hace muy poco en Algunas chicas, de Santiago Palavecino.

En la nueva película de Cozarinsky hay algo que también remite a su literatura: la primera persona. Sin embargo, hay que afirmar que Carta a un padre poco tiene que ver con un episodio afectivo en la vida del cineasta que eventualmente solo podría interesarle a su autor. El narcisismo de la confesión psicologista es conjurado inmediatamente por la intuición, no exenta de sabiduría, de que el Yo funciona como una superficie y un perímetro donde se reúnen capas de experiencias colectivas. Interrogarse implica convocar y evocar un conjunto inesperado de signos que han atravesado la intimidad y que provienen de un exterior complejo e ingobernable.

Carta a un padre, última película de una especie de trilogía que parece constituir una biografía imaginaria en tres capítulos, tiene más que ver con un retrato general del siglo XX a propósito de una historia familiar: los movimientos migratorios del siglo XIX y el antisemitismo del siglo XX constituyen elementos centrales de esta biografía. Es que Cozarinsky es un testigo tardío del siglo pasado, alguien que ha pensando a fondo y que no participa del temple de ánimo propio de nuestro tiempo, en el que la distracción configura la conciencia y rige los hábitos psíquicos de cada día.

Este texto fue publicado por La voz del interior en el mes de julio 2014

Roger Koza / Copyleft 2014