EL OTRO DÍA
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
EL NAVEGANTE DE SANTIAGO
El otro día, Chile, 2012
Escrita y dirigida por Ignacio Agüero
*** Hay que verla
Una de las grandes películas latinoamericanas recientes, una película con varias capas de lectura y de un insólito rigor formal.
El cineasta Ignacio Agüero tiene 64 años y varias películas; es el único cineasta chileno que comparte con el gran Raúl Ruiz ese sentido de libertad absoluta que rara vez se ve en el cine. El otro día es su penúltima película y se podrá ver desde el próximo jueves 8 hasta el domingo 11 en la sala del Hugo del Carril (BV. San Juan 49), en el contexto de la Feria del Libro. Es una oportunidad insustituible para ver su película más emblemática y conversar con él (el viernes en la función de las 20.30 h; el sábado, junto al cineasta Gustavo Fontán, en la sala Güemes, a las 18.30 h).
El otro día parte de una premisa insólita: a cualquier persona que toque el timbre de la casa de Agüero situada en el barrio de Providencia en Santiago de Chile se la invita a ser partícipe de la película. Agüero pregunta en escena y comunica las reglas del filme: usted me visita, yo lo visito luego. Un indigente que estuvo preso, un empleado de correos, un escritor, una diseñadora de arte sin trabajo de Valparaíso son algunos de los “personajes” que entran en el amoroso juego de Agüero.
Un mapa de Santiago que el director cuelga en una pared del living va dando cuenta de la trayectoria. Muchos de los barrios suelen ser periféricos, lo que muestra una faceta invisibilizada de Santiago de Chile, capital de la república liberal utópica del sur y modelo a seguir para muchos mandatarios. Esa involuntaria recurrencia a visitar hogares humildes también revela una preocupación legítima del director: ¿cómo se filma a quienes no son miembros de una misma clase? ¿Cómo se filma la distancia de clases y qué debe hacer un cineasta con esa asimetría? La sensibilidad democrática de Agüero es infalible; también su solidaridad, como se podrá constatar en los créditos en el final.
Cuando Agüero no viaja por los mares de asfalto de Santiago, permanece en su casa y registra el monótono transcurrir del tiempo de la vida doméstica. La repetición de los actos insignificantes son intervenidos por la puesta en escena: la luz que entra por la ventana se transforma en un cómplice de la poética de El otro día. Agüero espera por el imperceptible movimiento de la Tierra (y en ocasiones no tanto, debido a que Chile es un territorio de terremotos) que desplaza la posición de la luz natural para encuadrar una foto de sus padres. Todo es susceptible de hermosura y sorpresa.
Mientras que demuestra que un hogar es un espacio de acontecimientos y también de recuerdos, la foto mencionada implica la memoria familiar que no es ajena a la memoria del país. Su padre, miembro de la Marina, murió un poco antes de que sus colegas conspiraran contra el gobierno de Salvador Allende. “¿Qué hubiera dicho mi padre?”, se pregunta el director, cuyo hermano gemelo fue torturado por la institución a la que su padre perteneció. En otro momento, Agüero recuerda una acalorada discusión entre su abuelo y su padre, un terrateniente convencido de un orden del mundo y un demócrata cristiano que veía con buenos ojos la reforma agraria. En ese recuerdo familiar ya se anunciaba la violencia por venir.
En esa oscilación entre el interior y el exterior, entre el presente de Chile y su pasado, Agüero inventa una especie de viaje de aventuras metropolitano, propio de navegantes que desean ir a explorar lo desconocido. Las citas leídas de Viajes de un naturalista alrededor del mundo de Charles Darwin, algunos planos hermosos de la Antártida (probablemente descartados de la notable Sueño de hielo del director) y varias piezas de barcos diminutos que se ven diseminados en la casa refuerzan ese ímpetu que los hombres sienten frente al mar. Que en la secuencia de cierre se vea el Pacífico no es una mera casualidad. Así como el sol es aquí parte del equipo de dirección de fotografía, el mar es la fuerza inmanente que inspira al cineasta.
Extraordinaria película la de Agüero, que siempre sabe filmar a los otros y escucharlos, que puede en varios planos en contrapicados en su casa hacer reconocer el cosmos, como si en el medio de Santiago una cámara tuviera pretensiones de ser un telescopio, y que no deja de insistir en desnaturalizar todo lo que aparece frente de su cámara para poetizarlo. El lúcido observador del mundo, el capitán Agüero, nos da ese placer que sienten los navegantes cuando gritan “¡Tierra!”.
Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de septiembre de 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
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