EL PADRE
Por Roger Koza
PACTO DE SILENCIO
El padre, Argentina, 2016
Dirigida por Mariana Arruti. Escrita por M. Arruti y Débora D’Antonio.
*** Hay que verla
En su última película la directora de Trelew vuelve sobre la década más oscura de la historia argentina del siglo pasado. La muerte de su propio padre es el punto de partida
No es ninguna casualidad que un importante número de cineastas nacidos en la década de 1970 elija como temas de sus películas (ficciones o documentales) cuestiones familiares. La familia, la institución más primitiva y vigente de las constituidas por los hombres, no es inmune al paso de la Historia. La esfera privada, más allá del mito liberal, nunca está exenta del influjo de los acontecimientos de la esfera pública. Los cineastas que hoy tienen entre 35 y 45 años lo saben muy bien. Por eso, en reiteradas ocasiones, vuelven sobre la interrumpida historia familiar, arrasada por la violenta historia del país.
Mariana Arruti regresa con una película netamente personal, como el título lo evidencia, aunque no está muy lejos del espíritu de su magnífica Trelew. El padre no es otra cosa que una película que intenta irrumpir sobre un pacto de silencio instituido por toda su familia en torno a la muerte del padre el 13 de septiembre de 1973. Lo que oficialmente supo ser caratulado como un accidente, tal vez fue otra cosa. El cuerpo de Juan Arruti tendido sin vida en las vías del tren en la ciudad de Buenos Aires merecía una indagación de otro orden; la sospecha era inevitable. Por lo pronto, un comunicado sindical, tan solo un día después de ese trágico evento, quizás permitía entender las coordenadas simbólicas del fatídico hecho. Arruti encontró esa noticia durante la investigación para hacer su película. Los obreros con convicciones y poco afines a la burocracia sindical corrían peligro.
El padre se toma su tiempo en ligar la historia familiar a la gran Historia. La primera indicación proviene de una de las descripciones de los muchos testimonios con los que cuenta la película: “Venía con el diario del partido”. La directora empieza trabajando desde la ausencia que signó su propia vida: una hija muy pequeña se queda sin su padre. La inquietud sobre ese fantasma privado alcanza su mayor enunciación cuando Arruti se concentra en el reconocimiento del cadáver de su padre por parte de uno de sus familiares. Su tío fue a reconocer un cuerpo sin nombre, pero para ella su padre siempre fue un nombre sin cuerpo.
El film trabaja su poética por tres vías diferenciadas: el archivo (películas familiares), la entrevista (testimonios de quienes conocieron a Juan) y la reconstrucción ficcional (escenas aisladas de la infancia de la directora y del padre). De ese modo, Arruti reúne perspectivas y a su vez las relaciona con un segmento de la Historia del país. Todas las descripciones de los parientes y amigos, en su mayoría obreros de la construcción, devuelven una imagen luminosa del padre de Arruti; incluso un informe policial califica a este obrero de la construcción y miembro del partido comunista como un hombre que transmite una peculiar “fuerza moral”. El apunte de color, acaso edípico, es que el padre era buen mozo. He aquí un proletario al que se lo comparaba con Marlon Brando. ¿Habrán visto sus queridos camaradas Nido de ratas?
El discreto pero amoroso film de Arruti es un exorcismo íntimo practicado sobre una ausencia demasiado dolorosa y muda. Objetar que este film le concierne solo a ella o que le sirve en especial para equilibrar una experiencia no elegida con un conocimiento que la resignifica, es posicionarse en una mezquina línea de interpretación. La desaparición del padre no responde al destino inevitable que le impone la naturaleza a cualquier ser viviente; en este caso, su muerte proviene de una razón histórica que expresa la voluntad de poder de quienes son dueños de las riquezas. Es legítimo democratizar la desgracia; filmarla es aquí completar los huecos de la Historia.
Esta crítica fue publicada en el diario La voz del interior en el mes de noviembre de 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
Tu último párrafo me hizo acordar a una frase, según la cual la identidad fundada en la sangre tiene dos variantes, una la de la sangre derramada, y otra la que corre por las venas. No es necesariamente lo mismo abrazarse con las víctimas que reclamar un linaje. Hermosa página, abrazo
Hermoso comentario. R