EL PERRO MOLINA

EL PERRO MOLINA

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21 Dic, 2014 04:32 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

LOS HOMBRES TAMBIÉN LLORAN

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El Perro Molina, Argentina, 2014

Escrita y dirigida por José Celestino Campusano

*** Hay que verla

Una película por año, un estilo, nuevos personajes y la solidez narrativa característica del cineasta más singular del cine argentino

Desde el estreno de Vil romance en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 2008, el cine de José Celestino Campusano ha dejado de ser una aparición exótica del conurbano que sólo convencía a muy pocos. El tiempo ha pasado y Campusano ha filmado mucho y, en sus propios términos, su cine ha evolucionado: Vikingo, Fango, Fantasmas de la ruta y ahora El perro Molina no sólo constituyen ya una obra de una peculiaridad ostensible, sino que además permite divisar una poética a lo largo de un período.

Quienes concebían el cine de Campusano como una expresión visceral de una sensibilidad (de clase) que suele ser ajena, capaz, en este caso, de traducirse en puesta en escena, ven en El Perro Molina una normalización de su estilo. Es cierto que aquí los travellings laterales, algunos planos cenitales y ciertos planos subjetivos pueden confundirse con una profesionalización del buen salvaje. Al promediar unos 45 minutos de película, se puede ver una escena en la que Molina describe lo que significa matar a un hombre. La composición del plano general elegido es formidable, aunque el diálogo que sostienen los dos personajes es todavía más admirable. No faltará mucho para que se empiece a hablar del manierismo de Campusano. Por ahora, se le reprochará que dirija mejor a sus actores, todos ellos no profesionales. Los que “saben” aprueban y exigen al intuitivo. En verdad, Campusano ha sabido siempre qué busca y cómo filmar lo que encuentra.

Como ya sucedía en Fantasmas de la ruta, Campusano vuelve a salir de su territorio inicial. Ya no es el conurbano bonaerense el espacio elegido, sino la provincia de Buenos Aires, y tampoco hay aquí metaleros ni motoqueros. Los personajes son policías, míticos delicuentes, cafishos y prostitutas. Los temas son los de siempre: la lealtad entre pares, una sociedad que ha abolido el límite de las leyes y un retrato colectivo que sintetiza una experiencia social.

La presentación de sus criaturas es excepcional: Molina, un viejo matón con códigos, acude al llamado de una vieja amiga para hacer justicia ante la muerte de sus hijos. Natalia, la esposa de un comisario del pueblo, se mandará a mudar de su casa cansada de comprobar que su marido vive acostándose con prostitutas y, eventualmente, se convertirá en una de ellas. Natalia terminará trabajando en un prostíbulo regenteado por el Calavera. Una circunstancia azarosa llevará a Molina a reecontrarse con el comisario, a quien le debe algunos favores, y como forma de pago el uniformado le pedirá que elimine al proxeneta. Pero habrá sorpresas, y de distintos órdenes.

El clasicismo de Campuso alcanza aquí su mayor depuración. El relato fluye casi musicalmente mientras sus criaturas, sin saberlo, se dirigen a su predestinación trágica. Y habrá lágrimas, la de los hombres, porque si hay algo genial en El perro Molina es el descubrimiento de la vulnerabilidad de los machos, una sensibilidad insospechada en un universo signado por las armas de fuego y el pragmatismo de la supervivencia.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de diciembre 2014

Roger Koza / Copyleft 2014