EL PRECIO DE UN HOMBRE / LA LOI DU MARCHÉ
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
UNO DE NOSOTROS
El precio de un hombre/ Le loi du marché, Francia, 2015
Dirigida por Stéphane Brizé. Escrita por S. Brizé y Olivier Gorcé.
*** Hay que verla
Una película discreta y precisa sobre un tema que a muchos espectadores no les será indiferente.
La mayoría de los espectadores no va al cine para constatar su propio desencanto y abatimiento; al cine se asiste para distraerse, reírse un poco, sentir la adrenalina de una aventura que tiene lugar en otro mundo y para observar la felicidad de otros semejantes. Una intuición razonable: no se necesita una pantalla para comprender una realidad conocida y dolorosa. He aquí la paradoja de cualquier película con cierta sensibilidad social, como por ejemplo El precio de un hombre, de Stéphane Brizé.
Misterioso alivio paradójico: cuando una película desestima la denuncia programática y en su lugar busca tentativamente retratar una experiencia con cierta delicadeza y a través de un giro del entendimiento que sume un matiz no percibido a lo que ya se sabe (y acaso se padece), el espectador suspira y agradece. La película es un amigo indirecto, una entidad espectral que le da un abrazo en el momento justo. Es entonces cuando Vincent Lindon, transfigurado como un laburante llamado Thierry, es uno de nosotros. Ilusión óptica, versión adulta de la magia del cine, Lindon puede ser cualquiera que esté sentado en la butaca; sí, por una hora y media, él es uno de nosotros.
La película de Brizé es un compendio de humillaciones, de esas que corroen puntillosamente el alma. Una retahíla de acontecimientos inaceptables supuran hasta que en un momento se reclama un límite. Llamémosle, a ese demarcación inesperada, la demanda de dignidad. Las dos últimas escenas de El precio de un hombre escenifican esa clarividencia moral de los hombres honestos. Lo genial aquí pasa por observar el lento surgimiento de la dignidad que se apoderará del personaje de Lindon. Ese proceso (in)visible justifica todo.
Brizé propone una situación reconocible: un hombre de unos 50 años pierde su trabajo y no consigue reincorporarse al mercado laboral. Está casado con una hermosa mujer, sin duda una buena compañera, y tiene con ella un hijo discapacitado, el cual quiere empezar a estudiar en la universidad. No se habla de progreso, pero esa familia de clase trabajadora ha sido signada por la creencia en él, en su posibilidad. Tienen una casa propia que aún están pagando, una casa rodante que pondrán a la venta debido a las circunstancias y un auto de segunda línea. Ese bienestar mínimo, obtenido con el esfuerzo de años, es lo que se pone en riesgo.
La primera parte del filme consiste en seguir el conjunto de procedimientos y actos que un desempleado adulto debe llevar a cabo para tal vez encontrar un lugar en el universo laboral: entrevistas reales o virtuales con los empleadores, visitas al seguro social, algún curso de capacitación e incluso un entrenamiento para saber venderse mejor como potencial empleado frente a los encargados de recursos humanos. El pasaje de esa capacitación laboral es tan didáctico como desesperante: Thierry simula una entrevista y sus compañeros analizan su comportamiento holístico: posición corporal, gestos faciales, semblante general; el yo es un producto, una oferta.
Después de una elipsis justificada, Thierry estará a prueba como guardia de seguridad en un supermercado. Su trabajo consistirá en detectar pequeños robos, a veces con sus propios ojos, en otras ocasiones a través de un dispositivo de vigilancia óptica que lleva a pensar que una galletita vale lo mismo que un lingote de oro. La evolución de Thierry en ese trabajo es lo que determinará la curva dramática de la película.
Hay dos escenas hermosas, de una discreción notable y acaso felices, filmadas a cierta distancia y respetando la intimidad de los personajes. En una, Lindon simplemente baila con su mujer en una clase de danza. En la otra, Lindon siente felicidad por la felicidad de una mujer prácticamente desconocida a la que tras 32 años de trabajo en el supermercado le llegó la hora de jubilarse y festeja su partida. La felicidad suele admitirse como una propiedad anímica que solamente tiene que ver con el sentimiento propio. Rara vez se filma la fugaz felicidad que provoca la felicidad ajena. La alegría del personaje de Lindon nos pertenece.
Esta crítica fue publicada en la revista Ñ en el mes de enero de 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
Links
Aquí se puede leer lo que escribí en Cannes en el estreno mundial del film.
Aquí una crítica que escribí para La voz del interior y que no se publicará en el blog
Otras películas de Brizé:
Algunas horas de primavera (Leer aquí la crítica)
Une affaire d’ amour (Leer aquí la crítica)
A veces, una sola escena puede justificar el visionado de un filme. La ley del mercado tiene méritos para ser vista completa, pero la escena que analizaré, es de una calidad superlativa y destaca sobremanera, de modo que merece que le prestemos una atención especial.
Me refiero a la secuencia, de unos dos minutos y medio de duración, que sobre el final, retrata el discurso de un responsable de RRHH de la empresa. Es un ejemplo simple pero contundente de como la forma de filmar define el contenido de la escena, más allá de las palabras de los personajes, o en todo caso, resignificando esas palabras, como debe ser en toda buena obra de arte.
Esta escena, filmada por algún director sin el talento de Brizé, quizás hubiera mostrado, en la búsqueda de una aparente imparcialidad, una cámara que captara de forma alternada, el discurso del experto en RRHH y los empleados sentados en el salón mientras escuchan la arenga. Quizás hubiera recorrido los rostros de algunos de los compañeros de la víctima para retratar el impacto del discurso. Esta sin dudas, hubiera sido una puesta en escena no solo banal sino también políticamente reaccionaria.
¿Puede existir neutralidad del cineasta, cuando se retrata un esfuerzo desesperado de la patronal de desentenderse de su responsabilidad en la tragedia que motivó la reunión?.
Brizé, entonces, hace otra cosa. Pone fija la cámara, como si fuera un trabajador más entre los oyentes. El director toma partido por los trabajadores, y paradójicamente los deja fuera de campo. Filma un largo plano secuencia que registra el discurso completo del representante de la empresa. Discurso que pretende, de una manera sutil, exculpar a la empresa del drama que se está analizando en la reunión. La actuación medida, que muestra un personaje frío y cerebral y argumentos que indignarían al más distraído de los trabajadores, rematan de manera genial el significado de la escena.
A los que les interese ver la escena a que hago referencia en el comentario anterior, pueden ir al link siguiente:
http://comentandocine.com/2015/10/21/la-ley-del-mercado/
Hay algo que la película va construyendo con tanta paciencia como consistencia: la percepción general del agobio y la presión por el empleo en Europa. Todo resulta implacable: desde la necesidad de los desempleados hasta los procedimientos de enganche que encubren -apenas- una crueldad infinita y una violencia que emana de las profundidades del capitalismo pero que se ha extendido como gesto cultural mucho más allá de las diferencias de clase.
A la escena que señala Jorge se le puede sumar -por oposición en la puesta- la de la entrevista por Skype: sólo la voz de un encargado de recursos humanos cualquiera, otro empleado al fin y al cabo, que expone todos los colores y matices de la perversidad de la situación y del propio sujeto, imbuido de la violencia de un sistema que lo tiene por esclavo.
Hace poco más de quince años, Laurent Cantet realizó Recursos humanos, film clave sobre el empleo aquí y ahora y un tratado de sociología preciso y profundo. Brizé parece seguir aquella senda, pero su film , que concluye en un gesto de dignidad, que recuerda un poco el de la protagonista del último film de los Dardenne- es mucho más oscuro: no se trata ya sólo de la explotación y del ajuste: el imaginario del amo se expande, sólo parece dejar lugar para la renuncia.
Estoy de acuerdo con esta mirada. La escena que cité fue la que más me impresionó, pero es indudable que el filme tiene numerosos aciertos formales, y la escena de Skype es muy buena también por lo que Ud. dice.
No me convenció el final, me pareció forzado, inverosímil, una solución impuesta a la situación y al personaje que hasta allí se desarrollaba, crecía y respiraba con su propia lógica, con su propia vida. El gran gran gran actor / personaje Lindon / Thierry se convierte sobre el final en una marioneta, destinada a dejarnos en claro la opinión del director, artificio subrayado y resaltado por la música extradiegética, único y exclusivo momento donde ese recurso se emplea (no por casualidad, naturalmente: en el resto de esta película humana, respetuosa y delicada habría significado una ruptura; el final más que la renuncia a un empleo es la renuncia a esa delicadeza). Menos me convence aún juzgar las acciones de un hombre demolido y acorralado en términos de dignidad o ética individual. Thierry no tiene opciones, simplemente no las tiene. No puede dejar sin protección (o educación, que es lo mismo) a su hijo. No puede dejar a su familia en la calle. Asi que claramente no sería indigno ni inmoral que continúe (como millones y millones de trabajadores obligados a labores tan o más degradantes que esta), por lo que al plantearse su situación en términos de dignidad o ética se desplaza una cuestión eminentemente política (la ley del mercado) al plano de lo individual (el precio de un hombre). Los dos títulos parecen corresponder a dos películas distintas, y de sensibilidades muy opuestas. Cantet no hace eso. Sus trabajadores siguen, o luchan (recurso humanos); o si no pueden lo uno ni lo otro, enferman (el empleo del tiempo). En fin, no quiero ser injusto con una película maravillosa, simplemente trato de entender por qué no me gustó su «cierre», digamos
Es ciertro que el final supone un salto en la forma narrativa, pero no me pareció inverosímil porque la tensión interna del personaje va in crescendo a lo largo de la película y en esto el director es cuidadoso. En torno del gesto de dignidad, podríamos pensarlo en muchos sentidos y es un tema sobre el que el film abre varias preguntas. Yo no lo pienso en términos de que el que labura en esas condiciones no tiene dignidad, me parece más bien que la renuncia del personaje marca un límite personal, propio, que no se puede inscribir en ninguna acción colectiva, a diferencia de Recursos humanos donde aún la lucha de clase era una tradición y una perspectiva. Aquí, la asfixia es maciza y multideterminada y lo que en otro tiempo se podría haber narrado como el inicio o la continuidad de una lucha, se limita a un gesto personal de renuncia. En ese sentido, encuentro que el movimiento que Brizé hace en el final sobre su relato interviene sobre cierta tradición de filmes sobre trabajadores agregando una nota más oscura y amarga.
Saludos
Muy bueno tu comentario Scotti, muy interesante. Saludos
vi la película ayer, pero recién ahora me doy cuenta de que entendí mal el final. no me di cuenta de que el tipo había renunciado. pensé que simplemente había terminado su horario y se iba, para volver al día siguiente. ¿sabemos de forma fehaciente que renuncia? tal vez se fue pero a la otra mañana vuelve. no lo sé. si el personaje siguiera trabajando el final sería mucho más terrible. creo que estaba forzado a eso. a seguir trabajando. había tomado un préstamo nuevo. había cambiado el auto, si yo no entendí mal. no sé, me gustaba más la película con mi final, en el que sigue trabajando ahí. creo…