EL REINO ANIMAL / LE RÈGNE ANIMAL
MUTACIONES
La ilusión de que todo sigue el curso normal de los acontecimientos es una de las más eficientes supersticiones que cimenta la certeza de que el mundo tiene un orden. El comportamiento de la naturaleza constituye una presunta prueba robusta, porque la regularidad la caracteriza: el invierno llega siempre, el día y la noche definen la actividad y el descanso de las criaturas, las migraciones de las aves se pueden observar en todos lados. Es preferible creer que todo es así. Pero en la historia biológica y natural existen las mutaciones. El 20 de marzo de 2020 representa un tortuoso ejemplo reciente; lo que sucede en la segunda película de Thomas Cailley pertenece a la conjetura; por ahora, es un ingenioso cuento evolucionista.
En El reino animal algunos miembros de la especie humana devienen en animales irreconocibles. La mutación es lenta, secreta y dolorosa, y quienes no la padecen sienten rechazo de observar que inesperadamente un amigo, un vecino o un compañero del colegio puede tener plumas en su espalda o garras en vez de uñas. Como suele pasar, la diferencia asusta, separa. La traducción política de ese disgusto por la diferencia radical no es otra cosa que la instalación de espacios de encierro y una eventual práctica de aniquilación. El tiempo del relato es difuso; lo que sucede podría tener lugar anteayer, mañana, en cinco años o en tres décadas. Ante una mutación semejante, la época puede matizar los actos y los miedos, pero el desafío es el mismo: ¿cómo responder ante aquel al que ya no se lo ve como uno de nosotros?
La escena inicial es una introducción elocuente de todo lo que sucederá. Primero, un embotellamiento, luego una discusión entre un padre y su hijo, después una situación que podría ser atípica pero que en el contexto de la cotidianidad de los personajes resulta una de las tantas ocasiones donde las nuevas criaturas deben ser contenidas para tratarlas médicamente o aislarlas por precaución. La aparición de un hombre pájaro en la vía pública no llama la atención de nadie. Un conductor repite en dos oportunidades “¡Qué época vivimos!”. Tal caracterización, por cierto, no precisa de anomalías biológicas.
El hilo narrativo se sostiene en el cariño que le dispensa a su hijo adolescente Romain Duris. Tiene que afrontar el hecho de que la madre y esposa es una de las mutantes. Está encerrada y en tratamiento, la esperanza de que regrese a su condición humana luce distante, más allá de que los resultados de un nuevo estudio parecen indicar lo contrario, lo que determina que padre e hijo se muden al sur de Francia por un tiempo. Como debe pasar en este tipo de películas, las expectativas de los personajes se esfuman con el paso de los minutos.
En dos ocasiones, el personaje de Duris cita a una poeta notable de su país, René Char. En “A la salud de la serpiente” se lee: “Lo que viene al mundo para no molestar no merece ni consideración ni paciencia”. Es una aseveración enigmática y tiñe el tono misterioso de El reino animal. En la escena más hermosa, en el corazón del bosque, todas las criaturas salen en la noche creyendo que están a salvo. La delicadeza de esa secuencia es pareja a la del resto del relato, como también la impugnación del cinismo y la pasividad que reverbera en la cita del poeta y que dignifican los actos del padre. Puede ser un signo tenue de amabilidad y desobediencia el de Cailley, pero se desmarca del espíritu de derrota que predomina en el cine fantástico y somete a la ciencia ficción a un destino nihilista sin un ápice ya de imaginación.
El reino animal / Le règne animal, Francia, 2023.
Dirigida por Thomas Cailley.
Escrita Thomas Cailley, Pauline Munier.
*Publicada en La Voz del Interior en el mes de octubre 2024.
Roger Koza / Copyleft 2024
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