EL SECRETO Y LAS VOCES

EL SECRETO Y LAS VOCES

por - Críticas, Ensayos
10 Mar, 2010 05:43 | comentarios

Por Nicolás Prividera

Luego de haber escrito dos largas notas poco después de su estreno, sin saber que el film iba a ser un fenómeno de público, vuelvo sobre El secreto de sus ojos a horas de los Oscar, sin saber aun si se llevó el premio a mejor película extranjera: nada cambia mi argumento, que será –coherentemente- el mismo. Sólo que esta vez incluirá alguna hipótesis sobre esa doble recepción –ese simétrico exceso, ya sea laudatorio o denigrante- que la película ha concitado por igual en los usualmente distantes público y crítica.

1.

Empecemos in media res, por la ya famosa escena del estadio (a la que volveré más adelante, porque condensa muy bien el falso eje del debate). Es notable la insistencia en la «ruptura de la isotopía estilística» de la escena del estadio, algo que no dejan de repetir no sólo los críticos más reputados como los comentaristas más exaltados. Tal vez por eso de que los extremos se tocan… (Aunque los críticos debieran comprender que no hay algo erróneo en ello: sólo hay una variación estructural, simplemente, a través de una escena medular que empieza después de un primer plano del personaje que explicita el tema del film –la evidencia de la pasión-, y culmina en el primer plano del asesino, abriendo la polémica segunda parte…).

Pero más allá de su sentido formal, lo que debiera llamar a la reflexión es que se la critica sin superar la contradicción (que la misma película supone, más allá de la voluntad de su realizador): por un lado, se dice que repite la gramática “hollywoodense” (como si hubiera una sola, metiendo en la misma bolsa el gran cine clásico y los ejemplos más decadentes y actuales del cine norteamericano), y por otra -a contrapelo de lo anterior- por poner una escena que parece ir contra esa presupuesta «norma» estilística (como si no fuera, justamente, la marca de una ruptura).

2.

Yo entiendo (aunque no comparto) que este «odio» venga dado por el presunto «daño» que el film (y su victoria en el Oscar) le haría a la lucha del cine «independiente» en nuestro país. Pero permítanme decirles -y aquí hablo como parte interesada- que esa batalla está perdida desde los ’60 (desde el primer NCA): el INCAA siempre se define a favor de la industria. No necesita de los favores de Campanella para eso.

Por el contrario, creo que el triunfo popular de El secreto de sus ojos va en desmedro de los bodrios industriales con lo que compite (no contra el cine independiente, que se mueve en otro nivel y escala). Que Sirven & Cia, de modo ciego u oportunista, apunte a un falso conflicto (para salvar, precisamente, a esos bodrios industriales), convirtiendo a El secreto de sus ojos en enemigo del cine independiente, es una provocación en la que no hay que caer (porque también hay indefendibles bodrios en el cine independiente…). De lo que se trata, hoy como ayer, es del derecho a la existencia de un cine diverso: así como no podemos pretender (en este mundo alienado) que un gran film independiente La mujer sin cabeza la vean dos millones de personas, tampoco se puede atacar a El secreto de sus ojos por ser popular (sino, en todo caso, preguntarse por la problemática de lo popular, tanto si un cine logra serlo como si no…).

3.

Es comprensible el arrebato antichauvinista ante una victoria “argentina” (de la que nos sentimos excluidos), pero –como todo lo “anti”- el arrebato nos deja ciegos a la hora de la crítica, encerrados en una “falsa antinomia”: como si Campanella fuera el enemigo mortal del NCA. (No creo que Campanella lo vea así, aunque es evidente que algunos representantes del NCA no le perdonan nada, aunque no sea un evidente representante del Viejo Cine Argentino, sino –en el peor de los casos- el mejor de su generación, como lo fue Aristaráin de la suya.) Pero tal vez ese odio (no despertado por la peor película de Campanella, sino por la más rica) tenga que ver con que en algún punto se sienten interpelados (en un momento de reflujo vital del NCA).

Y lo mismo puede decirse de la crítica que suele acompañar al llamado cine independiente: no en vano es tan fácil hablar mal de Campanella y tan mal visto hacerlo de Rohmer. Como si se siguiera un gusto de camarillas (elitistas versus populares), sin detenerse en la especificidad de las obras. Vean, sin ir más lejos, una reciente conversación entre Llinás, Casas y Lingenti: el público concurrente festeja sus salidas como lo haría con las de Francella (como cuando Llinás lo llama –sin gracia ni necesidad- “Campanchella”…), pero un anónimo comentarista  les reprocha que “se burlaron de Campanchela de la misma manera en que Tinelli se burla de todo el mundo”. Y algo de eso hay: finalmente, sólo cambia el público (y cada uno hace el guiño compartido por la hinchada…).

4.

Volvamos entonces al famoso plano-secuencia (cuya “polémica” resume todo lo dicho hasta ahora). En la citada conversación, dice Llinás: “Está bien, porque todo director lo quiere hacer, hasta nosotros. Pero la gracia es hacerlo de verdad.” Llinás define, entonces (y hay que agradecerle una vez más que se juegue), un “nosotros” (el NCA, digamos) y una “verdad” (no artificiosa… aunque no hay nada más artificioso –en el mejor sentido- que las películas de Llinás). Sin embargo, parece que no está tan bien (“es un recurso casi infantil decir “yo voy a hacer mi gran plano secuencia rompiendo todos los esquemas”) cuando lo hace “Campanchella”: “porque si lo hacés por computadora poniendo el software famoso de El señor de los anillos con todos los orcos gritando que gane Racing, si no lo filmaste, ¿cuál es la gracia de hacer semejante plano espectacular? Ya que está, ¿por qué no pasa un pterodáctilo volando? [Risas]” Llinás confunde -a sabiendas- la forma y el contenido: los efectos digitales que crean los miles de extras son una cosa, y los que “falsean” el plano secuencia, otra. No se trata de ni de pterodáctilos ni puntos de vista neutros e imposibles…

Por el contrario el plano-secuencia de Campanella es precisamente un buen ejemplo de cómo lo digital puede usarse sin eliminar la huella de lo real, porque la truca sólo repone (además de los innumerables extras) la continuidad, en cortes que sólo son “irreales” en términos de realización,  pero no en términos formales. Es decir: el plano-secuencia de Campanella es absolutamente baziniano  (y demuestra que esa  discreta tecnología podría haber sido aplicada por un cineasta como Hitchcock, por ejemplo en el primer plano secuencia de Psicosis –tal como fue “repuesto” por Gus Van Sant en su por de más innecesaria remake-). La centralidad del plano (tanto desde lo formal como desde lo narrativo, como el aria de una ópera) es lo que lo hace “excepcional” (en todo sentido): es lo que mejor resume el cruce de clasicismo y modernidad que propone El secreto de sus ojos.

5.

Todo lo cual no que no significa que el film no tenga problemas, sino –por el contrario- que esos problemas y contradicciones lo hacen más interesante (que El hijo de la novia, por ejemplo, que era un film «perfecto» y tal vez abominable). Como siempre, es una cuestión de perspectivas: todo depende de la –justicia de– la comparación. En términos generacionales, Campanella ocupa un lugar entre Aristaráin y Bielinsky, con cuya detenida obra también sería injusto –para ellos- comparar. Aristaraín es claramente un cineasta más clásico, y su obra de los ‘80 es imprescindible, pero luego inicia un giro conservador en los ’90 (a partir de su regreso con Un lugar en el mundo) que se acentúa en su última película (Roma, cuyo anacronismo y duplicidad podrían dialogar con El secreto de sus ojos). Por el lado de Bielinsky (un cineasta mucho más cerebral y oscuro), nunca podremos sobreestimar el impacto que su obra ha generado en el cine argentino (como “eslabón perdido” entre Campanella y el NCA, digamos…).

Es posible que la carrera de Campanella dé también un giro con esta segunda nominación al Oscar, pero eso no significará que vuelva definitivamente a Hollywood, un lugar del que más bien volvió (haciendo el camino inverso a Agresti…). Lo que en cierto modo es más honesto que el falso indie que sólo quiere un lugar en la industria, de lo cual hay numerosos ejemplos. Si hubiera que pensarle un antagonista a su medida dentro del NCA (es decir, alguien con quien poner a dialogar su obra de modo directo), habría que pensar en Caetano, un cineasta que también reivindica el cine clásico y su origen popular… Pero esa es ya otra historia.

PD: En el suplemento Radar de Página 12 del domingo 7 de marzo pueden leerse tres breves e interesantes notas sobre el film, firmardas por Horacio Gonzalez, Gustavo Nielsen, y Alan Pauls (a favor y en contra… en todos los casos).

Fotos: 1) El secreto de sus ojos; 2) Ídem.