EL SUPLENTE
Y no, no hace falta gente que labure más
Hace falta que con menos se pueda vivir en paz
Mándale gas, no te perdás, acordate en dónde estás
Fíjate siempre de qué lado de la mecha te encontrás.
Wos, Facundo Nahuel
TODOS APRENDEN
Siempre es un vértigo entrar a una escuela, sobre todo si es un secundario. Y no solo la primera vez sino cada uno de los días que se ingresa para dar clase. Cada escuela es un pequeño universo en sí mismo, un organismo vivo, un nudo de conflictos propio de la vida de los adolescentes que están abriéndose al mundo de los adultos. Y ese mundo no está exento de conflictos, porque es también un manojo de tensiones adultas: padres, madres, docentes trasladan sus problemáticas y descosidas humanidades a los chicos.
La docencia es una de las profesiones más lindas del mundo si no fuera por su escasísima retribución económica y por la recarga laboral, incluso fuera del espacio físico de la escuela. La transmisión de conocimiento es una de las cuestiones más complejas, más interesantes y más satisfactorias que se pueda atesorar. Ser docente, ser profesor no es solo abrir el libro de los conocimientos y exponerlos como si los estudiantes fueran recipientes vacíos. Nosotros, los docentes, intentamos que los alumnos aprendan lo nuevo desde lo que ya traen, desde lo que ya saben. La complejidad reside en que debe haber una posición activa por parte de los alumnos y, en este presente tan convulsionado, esa disposición falta. Esa escena fundante en la experiencia educativa está presente en El suplente y se hace explícita en todo el recorrido de la película; en realidad es el motor que la hace funcionar narrativamente.
El suplente habla de varios temas, se abre a un mundo demasiado enredado y con varias líneas a seguir. Poner en escena de manera clara algunos de los conflictos que atraviesan a la educación en la vida contemporánea es la mayor virtud de la película, y así atenúa algunos déficit menores.
El suplente abre con un hombre levantándose temprano en un dormitorio escaso de muebles. Se para frente a la ventana y mira hacia afuera. Ese mundo que esta del otro lado de la ventana es lo que va a tener que enfrentar diariamente. Un mundo difuso, gris, ventoso. En un comienzo, la película muestra a su personaje en una reunión donde presenta su libro de poemas, escena que en el mundo de la literatura es muy común. Lo acompañan una moderadora y Martin Kohan. Un párrafo aparte merece la figura de Kohan en la película: el escritor es tal vez la gran figura del profesor de literatura de nuestro tiempo, quien ha abrevado en las cátedras más importantes de la carrera de Letras de la UBA y ahora es titular de una de ellas. Lo primero que dice Kohan cuando se presenta es su condición de profesor / profesión devaluada y no solo económicamente). Su fervor por la práctica docente, a pesar de los años que viene ejerciéndola, está intacto, experiencia tan vívida y ostensible en sus intervenciones públicas (su modo de dirigirse a los entrevistadores o al público, la manera en la que mueve sus manos, su léxico y su dinamismo se derivan, seguramente, del modo en el que ejerce la docencia. En la película se presenta como escritor y crítico completando su experticia. (Además, Diego Lerman -director de la película- ya ha trabajado con Kohan en el pasado; juntos elaboraron el guion de La mirada invisible, novela de Kohan, película dirigida por Lerman. Abrir El suplente con la figura de Kohan es un gran gesto al mundo literario-docente, pero también aparece otro guiño: a quien suple el protagonista se apellida Jarkowski, que es el nombre de otro profesor de la UBA y un exquisito escritor que pertenece a la misma generación que Kohan y Lerman).
Tal vez todos estos datos resuenen intrascendentes, sin embargo, no lo son. La película a partir de estos modelos sienta una férrea posición sobre el valor de la educación, abre discusiones y plantea una mirada (que no es invisible en este caso) sobre el rol de la literatura -haciendo hincapié en la poesía- en la vida cotidiana.
Decía que la posición activa de los alumnos era central para el proceso educativo. Cuando el profesor nuevo, suplente de su padre que está enfermo y que además se dedica a comandar un comedor comunitario- entra al aula, lo primero que pregunta es para qué sirve la literatura. La respuesta de los alumnos es obvia: no sirve para nada. La improductividad de la literatura y sobre todo de la poesía es un pensamiento corriente, sobre todo para esos chicos que viven situaciones extremas. La escuela está ubicada en la periferia de la ciudad, cercana al río, en un barrio marginal; los chicos son producto no solo de ese barrio, sino de una sociedad que los pone en un lugar que de tan inestable se vuelve peligroso. ¿Qué lugar podría ocupar la literatura en ese contexto tan vulnerable? La película responde a ese interrogante teniendo en cuenta que siempre el aprendizaje tiene una doble circulación: va de los alumnos al profesor y viceversa.
Por eso conmueve y alegra la escena en la que un alumno relaciona la poesía con el trap. En la escena, el profesor se sienta en el banco del alumno, toma su lugar y lo escucha atentamente. El docente no sonríe nunca, salvo en dos escenas: la que acabo de mencionar y la última, donde aprehende algo decisivo sobre el trabajo que realiza y el sentido que tiene para su vida.
Un descubrimiento: la poesía no entra en la escuela, sino que ya está ahí, como una de las formas urbanas del arte popular. Tal vez, en ese espacio, el del barrio, el de la escuela, que necesitan tantas cosas, que carecen de tantas otras y que las urgencias son demasiadas, el arte, en este caso la poesía o la literatura, aparecen siempre, aun en su siendo improductiva o tal vez por ser tan improductiva. Poner en escena este tema es una arriesgada apuesta del director, tan infrecuente en la actualidad, donde pensar acerca de ciertas formas del arte es casi una insubordinación al orden vigente. Toda actividad que no genere valor económico no se tiene en cuenta; la sensibilidad no pertenece a este mundo capitalista.
La película, además, sugiere un modo de intercambio que no es de la oferta y la demanda. En efecto, El suplente propone un intercambio desde la falta. Por un lado, el profesor, a quien no le sobra nada y le falta afecto cercano. Un padre enfermo, una reciente separación, una hija preadolescente a la que no entiende, un concurso perdido en la facultad son los rasgos que delinean una personalidad endeble y vulnerable. El profesor tampoco sabe bien quién y qué es. Sobre el final, la sonrisa inesperada en su cara indica que algo de se ha revelado: el sentido de su profesión tiene mucho más que ver con entender a esos adolescentes y sus contextos. La pura transmisión de conceptos es irrelevante.
Es interesante cómo Lerman lleva a adelante la narración: empieza con el docente abriendo las rejas que rodean el edificio de la escuela, entrando al aula y viendo cómo sus alumnos están distraídos en otros temas y termina con una toma – como las que se producen en la actualidad-. El suplente incluye una fuerte discusión entre los docentes donde algunos sugieren que solo tienen que enseñar los contenidos de cada asignatura y otros proponen la necesidad de interactuar con los alumnos, saber de ellos, de su contexto, de su familia, de sus problemáticas, poniendo en funcionamiento lo que uno de los docentes llama “ética pedagógica”. Dos modos de enseñar – de ver la vida y la profesión- se enfrentan en este caso. El protagonista tomará la segunda opción, aunque no sea la más votada. Este es el trayecto que hace el profesor: se vuelve “investigador” (devenido del viejo detective de las novelas policiales) de la vida de los chicos y a la vez de su propia vida; revuelve las carencias propias y ajenas; clava el taladro (como aparece en varias escenas) en el centro de esa pared demasiado blanca, cruza el puente de sus propios límites y los de la propia institución. Frente a esa “invasión de vigilantes” en lo que se ha transformado la escuela cuando se llena de policías allanando las instalaciones (escena que podemos ver, lamentablemente, solo encendiendo cualquier noticiero en la televisión), el profesor cruza y decide salvar a sus alumnos; al hacerlo se incluye.
La cámara de Lerman se mueve todo el tiempo; se acerca a sus personajes y se aleja. Cada tanto presta atención a la ciudad y sus edificios, como también a su oscuro rio y sus puentes. Esos puentes que son grandes construcciones que unen y separan espacios; espacios reales y simbólicos. La historia que se cuenta se hace cargo de su urbanidad, de su pertenencia a una gran ciudad que no suele reflexionar sobre sus conflictos y menos sobre sus habitantes. Una ciudad que deja cada más al margen a esos barrios vulnerables donde los peligros y no solo los de las drogas y el narcotráfico se hacen cada vez más presentes.
Finalmente, en la película y también en la realidad, la educación es lo más parecido a una isla, como la Isla Maciel en la que transcurre. Los docentes no son más ni menos que esos navegantes que se los deja a la deriva en ríos escabrosos. Como dice Wos en la potente canción que cierra el relato: “Un mago, nos quiere hacer desaparecer, pero esta plaga rara nunca para de crecer. Somos de los pocos locos que andan buscando placer. Y aunque quieran vernos rotos no damos brazo a torcer¨
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El suplente, Argentina-Italia-Francia-España-México, 2022.
Dirigida por Diego Lerman. Escrita por D. Lerman, María Meira y Luciana De Mello.
Marcela Gamberini / Copyleft 2022
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