EN EL BAFICI (02): HAGAN OLAS (EN RESPUESTA A QUINTÍN)
Por Nicolás Prividera
En el número de Sin aliento del domingo 6 hay un reportaje a doble página a Quintín, con motivo de su participación como moderador en una mesa sobre “el cine argentino y la influencia de lo generacional”. Dice allí Quintín (y lo voy a citar textualmente): “Nicolás Prividera hizo una declaración curiosa. Decía que era un cine de vanguardia aristocrática o de pobrismo. Es una definición que puede ser correcta o no, pero que al menos busca ser provocadora y estar en contra del cine que se está haciendo. Que intenta que se haga otro cine. Yo todavía no veo una acción contra esa reacción…”.
Quisiera aclarar un poco el sentido de esos dichos, y a la vez continuar la discusión. Porque –para empezar por el principio– me llama la atención que Quintín diga que mi “declaración” (cuyo contexto trataré de reponer) es “curiosa”, cuando venimos sosteniendo esta discusión desde que publiqué una nota llamada “Una cierta tendencia del cine argentino” en su propio blog (texto hoy perdido en el ciberespacio). De hecho ahí ya decía yo lo que él sostiene en su última entrevista al decir que “en el cine argentino no se habla de política. (…) Son películas con muy poco riesgo, achatadas y adocenadas”. Pero desde ya no me refería al cine argentino en general, sino a esa “tendencia” que Quintín llama “vanguardia aristocrática” y yo prefiero caracterizar como “modernismo reaccionario”, tal como lo hice en esa “declaración” que forma parte de la película Tres D, de Rosendo Ruiz: cabe aclarar que antes de llegar a ese punto, decía –y la película incluye esa precaución– que se trata de una de las corrientes problemáticas (como el mencionado “probrismo”), lo que no significa que no haya cineastas que logren eludirlas. De hecho el mismo Quintín menciona a Campusano como un cineasta excéntrico a ese canon, en una nota para Cinema Scope en la que queda más clara mi propia “declaración”. Pues lo que apenas pude esbozar en esos minutos de Tres D es, como él sabe, algo en lo que vengo pensando hace rato (y que pronto quedará expuesto en mi libro El país del cine, donde reuno varios de los textos que fui escribiendo en estos años sobre el nuevo cine argentino, con el agregado de numerosos inéditos que complementan y completan de algún modo esa mirada).
Sé que Quintín no comparte mi punto de vista, pero sí el diagnóstico. Y frente a esas fuerzas regresivas o simplemente conservadoras en que cae cualquier movimiento que se vuelve parte de lo establecido, es esperable una rebelión. Pero no se trata ni se trató nunca de una “provocación”, al menos si se la entiende en el sentido peyorativo y no como acicate. Tal vez yo sea un “radical left-wing” (como me define Quintín en Cinema Scope) en el contexto del apolítico cine argentino, pero no soy un cineasta militante: simplemente a mí también me asombra no ver una “acción contra esa reacción”, si bien en este mismo festival acabamos de ver películas como Reimon o Mauro, que manifiestan un evidente malestar ante los vicios de ese ya no tan nuevo cine argentino…
Tal vez solo se trate de apuntar (y apuntalar) a quienes mejor expresan esas inquietudes, y no (como se vio en la misma mesa, donde lo “generacional” brilló por su ausencias) a quienes ya no pueden ni quieren ocuparse de estas cuestiones. Pero no hay muchos interesados en hacerlo (ya que los críticos y programadores suelen ser parte del problema). No hay que olvidar que, como sostiene Santiago Loza en su artículo para el libro colectivo Dioramas, “lo que tenía en común el nuevo cine argentino, movimiento del que siempre traté de desligarme, era que nadie se sentía parte ni hermanado”, salvo por un conjunto de críticos y festivales que hoy se contentan con cosechar esa siembra: esa era y es tal vez la visión de buena parte de los directores surgidos en los años noventa, que todavía siguen sin ver (como también lamentablemente muchos de sus hermanos menores), que el linaje no se elige… solo se lo puede negar o reclamar. Y esa herencia de sangre (incluida la que el NCA de los noventa con el de los sesenta) es precisamente lo que hay que interrogar.
Nicolás Prividera / Copyleft 2014
Creo que la última película de Moguillansky- ¿un vanguardista aristócratico?-, El escarabajo de Oro, es un manifiesto estético-político que se burla de algunos de los problemas que aborda esta discusión, logrando un efecto curioso o al menos paradójico: se desliga del problema al mismo tiempo que lo evoca. Lo cierto es que Moguillansky no quiso eludir el problema y discute sobre el deber ser del cine en relación con lo que el mundo- es decir, Europa- espera ver de las películas argentinas.
Saludos
Bruno: lo que usted dice es así. Faltaría un orden discusión político (lo que no es obligatorio) con la contemporaneidad de Argentina. Este sería el fuera de campo del film, aunque ciertas citas de Alem podrían ser leídas a a luz de nuestro tiempo. La película es magnífica. Eso no se discute. RK
Me gustaría saber si se puede aclarar que regímenes de lo sensible consideran que se ponen en juego con conceptualizaciones tales como «vanguardia aristocrática” y “modernismo reaccionario”, dado que a primera vista parecen operar de modo simétrico.
Ana: prefiero no utilizar el término “vanguardia aristocrática” porque puede quedar ligado a una idea de clase o de país, mientras que “modernismo reaccionario” es más abarcativo, ya que permite englobar a cualquier cinematografia que presente ese rasgo sin tampoco asociarlo al dandysmo o algo así (se puede ser «reaccionario» sin ser «aristocrático», digamos).
Bruno: Europa no espera nada del cine argentino. No seamos tan ingenuos.
Pero, ya que existe, sí esperan un determinado tipo de cine y no otro, como esperan un determinado tipo de literartura y no otra, etcétera. La división internacional del trabajo no sólo es económica, es mayormente cultural, y nuestra región tiene un lugar establecido en la repartija de roles. Por supuesto que donde hay hegemonías hay, a la vez, contrahegemonías y, con más frecuencia, conflictos intrahegemónicos, pero eso no anula una cierta tendencia general (el mango de la sartén lo tienen otros, los cánones universales los elaboran más al norte y desde aquí no tenemos mucha voz ni mucho voto, lo que no significa que no tengamos responsabilidad y quedemos reducidos al mísero rol de pobres víctimas, como sostiene cierto latinoamericanismo romantizante).
PD: hay algo que no me cierra en esta discusión y es qué cuernos entenderíamos por ‘cine político’ o, aún mejor, en qué consistiría la presencia o no de lo político en el cine, y, aún más específicamente, de lo político contemporáneo (¿Hay que hablar de Kirchner para hacer ‘cine político’? No embromemos). Porque si no nos ponemos de acuerdo en el horizonte, uno va a terminar sosteniendo lo contrario del otro simplemente porque hay un entendimiento distinto de lo político en el cine (he aquí uno de los problemas fundamentales de cualquier clase de discusión: dos personas discuten X hasta arrancarse las carnes cuando el problema es que los dos entienden por X algo bastante sino completamente distinto —otro problema sería que cada uno lee y escucha lo que quiere y no lo que el otro escribe/dice que de por sí es probable que difiera de lo que quería escribir/decir, abismos esenciales de la comunicación, como si toda interpertación fuera, en algún nivel, forzosamente sobreinterpretación)