EN NUESTRO TIEMPO
Un cineasta pelea por meses por su nueva película. “Cinco festivales canadienses han rechazado mi película”. En su haber tiene ya varias, y años atrás lo llamaban de todos lados. Es joven todavía, tiene tiempo, pero está perplejo. Su historia es la de muchos otros cineastas. Filman como pueden, se postulan a los festivales, esperan una respuesta positiva y la invitación nunca llega. Frente a ese panorama, el cineasta baja la cabeza, observa el juego del cine contemporáneo y culmina obedeciendo las reglas no escritas que resultan ineludibles para vencer la invisibilidad. Los cineastas están solos.
El cineasta no puede sostenerse en el deseo y esperar. Prefiere entonces pertenecer, aprende el idioma de las instituciones y pacta con un orden vigente en el que se vindican ciertas poéticas y algunos temas preferenciales. Existe cientos de películas prolijas, acaso entretenidas y con algún momento deslumbrante, pero al fin de la jornada son películas adocenadas y domesticadas. ¿No se parecen cada vez más las películas de los festivales, de las plataformas y los cines comerciales? ¿No existe una suerte de falso estilo universal en el que se disuelve la indómita pluralidad potencial que el cine cobija en su interior?
Primero que nada, es preciso reconocer el juego de las instituciones. Las residencias, los laboratorios, las competencias de películas en construcción constituyen hoy el peregrinaje de los cineastas; moldean el alma del cineasta, calibran el ritmo de sus planos y administran los deseos y los sueños. ¿Por qué se ha institucionalizado el primer impulso que lleva a un cineasta a querer filmar? En todo el mundo, los cineastas jóvenes van de acá para allá con sus proyectos. Tratamiento, teaser, pitching son los términos de su derrota. Porque al cineasta se le enseña a especular, como si su película fuera el nombre de una acción que cotiza en Bolsa y de la que se debe dar cuenta de su valor. El cineasta ruso, el argentino, el chino, el etíope aprende dócilmente la lengua del marketing. Un día, la película que quiso filmar desde siempre la puede expresar en una breve oración que podría ser publicada en X.
Declaración incómoda, casi inapropiada: ¿una escuela de cine debe enseñar a amoldarse a ese sistema de reglas? Es una buena pregunta y por lo tanto es difícil de responder en pocas oraciones. Al sistema descripto, eso sí, hay que saber nombrarlo, también desmontar su funcionamiento, entrever las contingencias históricas que permiten su existencia y delinear qué consecuencias tiene para el cine de hoy y el quehacer de los cineastas del mañana. Por eso, otra pregunta se impone, imposible de soslayar: ¿qué hacer, entonces? ¿Alguien puede imaginar a Fassbinder participando de estos juegos del presente? ¿Podría Bresson existir bajo las coordenadas estéticas e ideológicas de hoy?
Si el cine tiene futuro, si futuro tiene un lugar para el cine, y si los cineastas que vendrán desean hallar un lazo secreto pero firme entre quienes estuvieron antes y los que siguen honrando la gran tradición que erigieron Chaplin, Ozu, Lang, Welles, Favio, Rocha, Kiarostami, Omirbayev, Kaurismäki, se debe reflexionar a fondo y sin concesiones sobre el sistema internacional que regula el arte cinematográfico. ¿Y no es exactamente el paso necesario para empezar a estudiar cine? ¿No radica en esa pregunta una epistemología de la emancipación estética? Quien crea que la rebeldía ya no puede ser más que una cuestión de jóvenes inmaduros reaccionarios está pactando con el cinismo, ubicua filosofía social que domina el imaginario y los límites de la experiencia, y contra la que debemos combatir.
Roger Koza / Copyleft 2024
Brillante. En general el cine actual me sirve para dormir la siesta.
Asi como en el cine, en la academia.
Me lo puedo imaginar, incluso sin haber pisado oficialmente la academia y sus congresos hace décadas.
Brillante este texto Roger, ahí estamos muchos. Incluso yo sumaría otro ingrediente a la ensalada: la docencia. Tener que enseñar formulismos hegemónicos en las universidades privadas con grandes departamentos de marketing detrás, las mismas que están devorándose a las escuelas más pequeñas y por tanto, espacios para desplegar otras miradas sobre el cine. Para mí esto es un dilema que me aflige cada vez más porque uno vive de la docencia y las universidades que dan más trabajo y pagan mejor, son de las primeras. Que encima son propiedad de plataformas, entonces a los alumnxs se les promete una salida laboral «asegurada». Muy triste todo.
Considerar el cine de festivales un cine libre es una primera gran falacia. Para ingresar y aún más ganar en un festival es preciso entregarse a una serie de reglas estilísticas y temáticas que los cineastas han hecho autoconcientes hace rato (a pesar de que eso tampoco se los enseñaron en las escuelas de cine) . Es un mercado de una industria paralela con un procedimiento propio: programadores que viajan todo el año invitándose unos a otros, burócratas culturales que intentan mantener sus puestos gestión tras gestión, jurados que juzgan (y comen) más de lo que filman, y sponsors que mediante la cultura reducen impuestos. Y por supuesto una prensa especializada que prefiere fingir que no es así y criticar el vil dinero para poder seguir recorriendo el mundo sin poner un dólar.
Nos ponemos nuestros lentes oscuros, brindamos la conferencia de prensa con frases taxativas, respondemos el Q&A con cierto aire de superioridad y con suerte recibiremos un premio de un jurado que habrá consensuado que nuestra película no molestó demasiado a ninguno de sus miembros.
La segunda falacia es creer que los cineastas no deban hablar de su obra un tiempo largo antes de filmarla. Eso es propio de quien no ha hecho ni un cortometraje . El cine es el arte más caro que existe y desconocer eso es defender un cine de millonarios. La tarea fue siempre intrínseca del oficio del cineasta, quien ha tenido que lidiar con las “plataformas” de turno las condiciones de producción que su coyuntura le toque en suerte. Cualquier biografía de los grandes cineastas (o bien recomiendo The Offer sobre cómo se gestó El Padrino) da cuenta de la pugna lógica entre quien posee una visión y quien debe aportarle el dinero para llevarla adelante.
De lo contrario estaremos defendiendo un arte de privilegiados supuestamente iluminados que con cinismo e hipocresía harán películas sobre mundos que les son ajenos pero que les permita a las instituciones que los aplauden tener argumentos bienpensantes para defender sus presupuestos.
“Este texto me recuerda por qué decidí no continuar con el Forum de Coproducción del DocBuenosAires. Enseñábamos, como todo Lab, a domesticar los proyectos. Cuando tomé conciencia no quise seguir formando parte de ese ejército de “especialistas” que enseñan lo que el cine “debe ser” o “cómo debe venderse” para prosperar y llegar a ser película. Eso no detuvo nada, la industria del “desarrollo del proyecto” sigue existiendo porque hay cada vez más competencia y menos fondos. Hay cada vez más plataformas pero menos libertad para crear. Hay cada vez más “producto” y menos “cine”.
En la Academia pasa algo parecido, no se va a los Congresos a discutir, se va a escuchar y salir pasivamente con tu paper bajo el brazo.
Aplaudo a los que se rebelan y revelan. No hay edad para esto. Lo sigo intentando. Como docente, me gusta creer que enseño a tratar que cada alumnx alimente su conciencia crítica. Es difícil porque llegan muy domesticados por sus teléfonos. Se hace lo que se puede. Gracias Roger x tus reflexiones.” cg