ÉRASE UNA VEZ BRASIL: CARLÃO REICHENBACH Y EL EDÉN EN UN PAQUETE DE CIGARRILLOS 

ÉRASE UNA VEZ BRASIL: CARLÃO REICHENBACH Y EL EDÉN EN UN PAQUETE DE CIGARRILLOS 

por - Columnas
08 Jul, 2024 04:23 | Sin comentarios
Una película, un cineasta clave de la modernidad cinematográfica de Brasil.

Campo: en una playa desierta, la figura atormentada de Ênio Gonçalves. Contracampo: una niña con un vestido blanco mira y sonríe en primer plano mientras las olas rebotan al fondo, en cámara lenta. Las primeras imágenes de Filme Demência (Carlos Reichenbach, 1986), clásico del cine brasileño recientemente exhibido en la Semana Mundial de la Cinefilia de Córdoba, son a la vez frontales y evocativas. Pronto sabremos que ese hombre es Fausto Murnau, dueño de una fábrica de cigarrillos en quiebra, que un día decidirá abandonar su crisis matrimonial, robar un revólver y emprender una deriva desenfrenada a primera hora de la mañana en São Paulo. Su deambular estará lleno de desvíos que lo llevarán a encuentros con las más variadas criaturas de la noche paulistana –entre ellas un Mefisto arrancado de las páginas de Goethe–, pero lo que lo impulsa hacia adelante no es otra cosa que una imagen: la playa, la niña. La atracción irresistible de un espejismo.

Reichenbach

“Fallé”, le dice a nadie en la primera secuencia después del prólogo. La ficción está instalada. Y el espectador nunca hará las preguntas habituales, porque la atracción del delirio también es demasiado irresistible para nosotros. Sólo nos queda abrazar la visión de Mira-Celi –que aparecerá en las más variadas formas, desde un cartel de una agencia de turismo hasta una ilustración de un paquete de cigarrillos– o creer en la frase que abre la película, robada de la banda sonora doblada de La noche del demonio de Jacques Tourneur que suena en la televisión: “Quizás sea mejor no saberlo”. Soltarse, caminar a cualquier precio, sin los paraguas de la razón ni del decoro.

La atracción de Carlão Reichenbach por el expresionismo alemán está presente no sólo en las diversas alusiones a F. W. Murnau, sino en la forma en que los contrapicados proyectan el rostro del protagonista sobre los edificios de la metrópoli distorsionados por las lentes, o en la manera en que las visiones subjetivas se entrelazan con la trama realista. Reichenbach encuentra una afinidad trágica entre el entreguerras alemán y la década perdida de Brasil, tiempos de resaca política y de atrofia económica al final de la dictadura militar. A mediados de los años ochenta, también en los trópicos, “el mundo se volvió tan ‘permeable’ que a cada momento espíritu, visión y fantasmas parecían surgir al mismo tiempo; sin cesar, los hechos exteriores se transforman en elementos interiores y los incidentes psíquicos se exteriorizan”, escribió Lotte H. Eisner refiriéndose al estilo expresionista, pero también podría estar describiendo la permeabilidad obsesiva entre la playa fantasmal y el deambular de Fausto por la metrópoli.

En cualquier instante, lo fantástico puede emerger, escurridizo, como si ya fuera parte de las texturas de la ciudad. “Drogaria Tabu”, dice, sin alardes, el cartel situado en el fondo del encuadre. En su traducción-traición de la herencia de Murnau, el manierismo malandro de Carlão –con sus travellings excesivos, sus filtros cromáticos ruizianos, sus dolly zoom que recrean Vértigo en la Rua do Triunfo– se encuentra tardíamente con un mundo ya transfigurado por la presencia obsesiva de las imágenes. Están por todas partes, desde el paquete de cigarrillos Monte Hellman hasta los nombres de los conferenciantes en honor de Stroheim, Dreyer y la pionera brasileña Cléo de Verberena. Sin embargo, es necesario insistir en algún tipo de creencia.

La más importante exégeta del expresionismo alemán también afirma que el estilo surgió de rasgos antiguos, marcadamente alemanes, como la “eterna atracción por lo oscuro y lo indeterminado, por la reflexión especulativa y obsesiva”. ¿Cuáles son, entonces, las implicaciones de trasladar ese repertorio lejano no sólo a Brasil, sino también a un imaginario cinematográfico contaminado por la vulgaridad altiva que hizo la gloria eminentemente popular de la Boca do Lixo?

Esta es la clave de la atracción irresistible de la operación de Reichenbach. El Mefisto de Goethe transmutado en demonio traficante de drogas, demonio portero de discoteca, demonio vieja autoestopista al borde de la ruta en las mil caras de Emilio di Biasi. Y, sin embargo, suena una ópera en la radio del auto y Fausto insiste en escucharla. El marido canalla rasga la ropa de la esposa dormida con su hoja de afeitar. Y, sin embargo, la música religiosa suena para transfigurar la escena. La reacción de la mujer devuelve la temperatura de la película al coloquialismo de la Boca do Lixo, pero un rugido gutural de Fausto basta para hacerla regresar al territorio de la gravedad expresionista.

La energía de la película surge precisamente de la cercanía inmediata entre la introspección filosófica de frases-manifiesto como “de esta condición larvaria surgen los dioses” y de la insospechada trivialidad de una línea de diálogo como “Creo que atrapé una muchachita”. Las frases se suceden una tras otra en el guion de Carlão e Inácio Araújo y en la boca del amigo Wagner. En los años ochenta, después de todo, ya no es posible creer plenamente en una frase como “la epopeya nace de la mierda”. Aun así, misteriosamente, la enérgica dicción de Fernando Benini nos hace escucharla con atención activa y, en el mismo movimiento, la infla de una deliciosa autoironía.

Filme Demência es una comedia ligera erguida sobre el esqueleto de una tragedia densa, o viceversa: un drama existencial construido sobre los destrozos de una farsa picaresca. Se trata de una solemnidad de la que no está desterrado el sarcasmo, o de un ímpetu cómico que está siempre a un paso de lo sublime. Reichenbach es un cineasta de una lealtad doble: a los humores de los bajos fondos y a la erudición cinéfila; a la alcantarilla como territorio existencial y a la poesía de Claudio Willer. Al final, ante la propuesta de Mefisto, Fausto seguirá atónito, ya que ni siquiera le queda un alma para ofrecer. Esta es también la operación de la película: asumir la ligereza desalmada de las imágenes, pero nunca renunciar a “encontrar la belleza en la oscuridad de un país perdido”, como nos dice en un momento el Honduras salvaje del poeta Orlando Parolini. Suntuosas composiciones en profundidad de campo y diatribas lanzadas a ráfagas. Evocaciones de Edgar Allan Poe y del Edén en un paquete de cigarrillos. En una película de Carlão, la elegancia es hermana de la burla, así como la inmundicia es víspera de lo sagrado.

*Una versión anterior de este texto fue publicada en portugués en el libro Cinema fantástico brasileiro: 100 filmes essenciais, organizado por la Asociación Brasileña de Críticos de Cine (Abraccine) y publicado por la editora Letramento en el 2024. 

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