ÉRASE UNA VEZ EN LANZAROTE: PUDIERON SER JUSTOS
En la monotonía desprovista incluso de alegrías intermitentes y descubrimientos que justifiquen la realización de cualquier festival de cine, la Muestra de Lanzarote tiene un secreto del que otros eventos similares carecen. Es una modesta arcadia erigida de palabras e imágenes en la que todavía el cine significa algo ligado a su ya remoto pasado glorioso y su intacta aunque adormecida potencia. En Lanzarote, la relación entre ver y escuchar, por un lado, y sentir y pensar, por el otro, o entre el cine y la vida, o entre el plano y la conciencia, no remite a meras palabras unidas por la sintaxis. Sucede lo que siempre sin decírselo a nadie el solitario espera que suceda en una sala a oscuras. En principio, se podría formular así: de una película se desprende una señal que coincide con algo que una persona cualquiera necesitaba corroborar de ese modo para saber que no estaba sola con una percepción, un sentimiento, una idea, una convicción.
Hubo tantos episodios indelebles en la celebración de la última edición de la Muestra de Lanzarote que se vuelve injusto priorizar instantes felices respecto de otros. Los espectadores permanecían después de las funciones para entablar un diálogo con los directores o los programadores. Los cineastas presentes se sorprendían de la avidez de la audiencia por inquirir sobre algún detalle inadvertido; algún que otro comentario llegaba hasta iluminar la propia consideración del cineasta respecto de su propia obra. Los miembros del jurado estaban asombrados por todo, en especial, por la lógica ostensible de la programación, que contempla poéticas diversas pero comprometidas políticamente con el mundo de hoy por vías deliberadamente heterogéneas. El asombro fue todavía mayor el día de la deliberación. Sobre eso, hay muchísimo para decir. Por ahora, solamente adelantar una consideración laudatoria: el compromiso existe en todas las actividades del festival. Las películas pueden incomodar, hacer pensar, reír, pero hay un placer constante en el hecho de participar en un evento cuidado al detalle. El opaco tedio de prestar atención a los cabos sueltos de la organización, un concepto de montaje en sí, tiene su correlato en la forma de análisis que se revela en cada presentación y discusión posterior de una función. Quienes eligieron las películas saben muy bien qué han elegido. Pueden referirse a un pormenor de una secuencia en la que se juega algo fundamental de la película. La Muestra de Lanzarote no es para diletantes ni para funcionarios del cine. La pasión por el cine es pasión por el saber.
Es bueno recordar: Lanzarote es la famosa isla volcánica que Saramago eligió para vivir y trabajar. Estuvo casi veinte años en la isla. ¿Qué habrá encontrado en ese paraje que remite a Marte de inmediato? Es una geografía fascinante, pero no es por su propia singularidad un espacio de cobijo. En este mismo pedazo de tierra flotante, Werner Herzog rodó También los enanos empezaron pequeños; es un escenario que no desentona respecto de tantas otras regiones elegidas por el cineasta alemán, siempre atraído por lo que se desconoce o lo que difiere de lo que forma parte de la percepción habitual. Hay otros nombres ligados a la isla, como el de Michel Houellebecq o Pedro Almodóvar, aunque la Fundación Manrique eligió a otro cineasta para un reciente retrato de la utopía que soñó el controversial César Manrique, el artista y escultor que impuso un diseño urbanístico adelantado a su tiempo. En efecto, José Luis Guerín hizo De una isla, un institucional que es claramente una película suya, más allá de que cumple con su cometido: representar la originalidad del proyecto urbano y ecológico que imaginó el “fundador simbólico” de lo que hoy es Lanzarote.
Como sucede siempre, en casos como estos, Manrique cosechó detractores con el tiempo, pero nadie desconoce su triunfo frente a las monstruosidades que provienen de la concepción turística que arrasa con todo en cualquier geografía. El turista es un personaje inevitable, pero solamente se lo respeta en su curiosidad si todavía se le permite desempolvar una vieja fantasía. Es posible que él o ella en verdad sea un viajero. Lo mismo puede extenderse a los lugares: una isla, un pueblo, una pequeña ciudad no es un parque temático para el consumo de los turistas. Si no es un destino turístico, y si no se lo reviste de un presunto lujo universal que responde a un misterioso y consolidado estándar apriorístico del bienestar del cliente, el visitante tal vez pueda encontrar lo que sin saberlo del todo anhele más que nada: asombrarse ante un mundo, un ensayo viviente sobre cómo vivir en el mundo, de lo que se predica verse inmiscuido en un mundo que no responde a sus certezas. Anatema del aventurero, maldición del cinéfilo: no poder verse desmantelado frente a un lugar o una secuencia y por lo tanto verse privado de hacer una experiencia sobre sí que exige como condición no estar seguro de nada.
La historia de la isla quizás pueda permitir alguna que otra hipótesis sobre la singularidad absoluta de la Muestra de Lanzarote, pero no hay ninguna causa directa entre el desarrollo de Lanzarote como localidad y su muestra de cine. Que Lanzarote haya tomado un camino inusual respecto de las otras islas Canarias puede haber generado ciertas condiciones para no incurrir en lo que suele pasar en todos lados: la creación de un festival de cine como un evento más en la oferta turística; nunca falta el emprendedor con sus apuestas y especulaciones. La verdadera razón de la Muestra escapa a un análisis lineal.
Basta una genealogía lacónica: dos cinéfilos felices con trabajos disociados del cine, un realizador canario que en su primer momento ordenó y envistió la muestra en relación con un vital espíritu amateur, todavía presente, y la consolidación tardía por parte de un gestor cultural que en el fondo arde como pocos por otra forma de humanidad y cree que el cine puede hacer algo para detener un envilecido sistema de vida en el que el predomina lo brutal y la explotación total de todo lo viviente. No importan acá los nombres propios; quienes están detrás de la muestra no juegan a la cultura. No hablan de consumos. La búsqueda es otra, y decirlo con todas las palabras es profanar la pureza detrás de cada decisión. Esto incide directamente en la selección de las películas. No podría ser de otro modo.
La muestra tiene una programación dividida en secciones. La selección oficial es el corazón. Las elegidas suministran perspectivas del presente sobre qué es el cine. Alguien como Bazin podría haber alucinado en Lanzarote. Lo que él intuyó primero, conjeturó después y desplegó por algunas décadas —no las suficientes, por culpa de su prematura muerte— en sus textos revive en Lanzarote como inquietud sin que sus hacedores sean lectores del heterodoxo teórico del siglo pasado. La obcecación del crítico consistía en tratar de averiguar microscópicamente qué era el cine, introduciendo en su modo de preguntar una fricción epistémica debido a la formulación de su pregunta. El qué se desentiende del tiempo, invoca lo inmutable. Pero Bazin sabía que la propia naturaleza del cine estaba ligada a la técnica y que por consiguiente el cine era en sí mismo devenir. En otras palabras: el cine no era una esencia inmutable, el cine nunca era igual a sí mismo. Su evolución técnica configuraba su expresión y su estructura. ¿Qué hubiera dicho del presente? ¿Qué pregunta se hubiera hecho ante una imagen sin referente? Si Bazin resucitara y fuera uno de los espectadores en la sala de Lanzarote, tendría los mejores materiales para volver a pensar y preguntarse qué es el cine.
Esas cuestiones rondan las discusiones en Lanzarote. El diálogo que se suscitó al finalizar la función de Sept promenades avec Mark Brown, de Vincent Barré y Pierre Creton, no era otro que aquel que se desprende del capítulo titulado “Ontología de la imagen fotográfica” de ¿Qué es el cine? Ese dilema del siglo pasado recobraba vida y a su vez se formulaba bajo el imperativo del tiempo actual. El amoroso e implacable Javier Fuentes, el director artístico, citó con cautela a Aristóteles. Introdujo la palabra “asombro”, ya empleada deliberadamente en este texto. Fuentes señaló que el asombro advenía en el segundo movimiento de la imagen posfotográfica, cuando es sustituida por la fotográfica. Lo que se aprende a ver es el comportamiento de Sept promenades avec Mark Brown, cuando la película es esencialmente película y no imagen digital. En efecto, la relación comparativa, a propósito de un instrumento de captura inconmensurable, entre la cámara digital y lo cinematográfico en un sentido estricto, es trabajada bajo un signo de oposición dialéctica. ¿En qué festival de cine el público, el cineasta y el programador vuelven a preguntarse sobre la relación intrínseca entre la cámara, el ojo, la percepción, los sentimientos y la luz del mundo? Cinefilia cósmica y espectadores amantes de la sabiduría, de estas cosas puede decirse sin ruborizarse que están presentes en la Muestra de Cine de Lanzarote.
La otra sección de capital importancia es aquella que se ordena a partir de un tema ligado a la vida en la isla. En el pasado fueron el viento, la sal, la pesca, el migrante. En esta ocasión, el concepto fue el de isla. Una veintena de películas sobre islas se programaron a lo largo de todo el festival. ¿Qué significa vivir en una isla? La selección de películas fue lo suficientemente generosa para que Náufrago de Roberto Zemeckis coexistiera con A City of Sadness de Hou Hsiao-hsien. En esta sección se exhibió en 16 mm, copia suministrada por Fernando Martín Peña, Nuestras Islas Malvinas de Raymundo Gleyzer. Las elegidas eran magníficas.
Kaneto Shindō hizo varias películas que justifican la existencia del cine. Una entre tantas otras notables es La isla desnuda, obra maestra que se centra en la supervivencia de una familia japonesa que vive solitariamente en una isla diminuta que puede ser vista como el paraíso y asimismo como un infierno diminuto. El solo hecho de lo que sucede con la recolección del agua que deben ir a buscar a un pequeño pueblo no muy lejos de donde habitan es suficiente para comprender qué significa el agua potable. Cocinar, higienizarse, regar para luego cosechar dependen de ese viaje diario. En sí, ese pequeño acto resulta un desafío para la puesta en escena. El tiempo tiene que ser didáctico para plasmar ese solo hecho, porque en él se constituye la vida anímica de los personajes. Cuando Lucrecia Martel suele mencionar en sus conferencias lo que implica filmar a alguien tomando un baño y pone a consideración la pertenencia de clase en la acción elegida, aquí Shindō vuelva aquella observación en una lección extenuante de cómo filmar una necesidad en condiciones imposibles. En ese mismo film, debido a que el médico llega tarde, un niño muere de fiebre. Otra lección inesperada. La muerte de un niño es infilmable, por eso en su lugar habrá una foto y no un plano, puesto que un plano la duración implicaría un fingimiento impropio. No se puede filmar la muerte, o en un caso así es preferible no hacerlo.
Pero si hay algo que determina la cualidad misma de la Muestra de Lanzarote es la ya célebre deliberación abierta del jurado. Las siete películas de la selección oficial fueron examinadas una por una por el jurado, en esta ocasión, un trío ejemplarísimo. El desempeño del poeta local Melchor López (autor de Para llegar a Samarín, entre muchos otros poemarios), la crítica y teórica de cine Claire Allouche (Cahiers du Cinéma) y el crítico y programador Vicente Monroy (Cineteca de Madrid y Contra la cinefilia) fue una demostración cabal de cómo se puede razonar estéticamente sobre eso que llamamos “películas”. No se trató de una contienda de caprichos o de la imposición del gusto propio respecto del otro miembro. Quienes razonan no quieren tener razón, más bien emplean la razón para entrever qué pueden descubrir cuando tres inteligencias se abocan a examinar un conjunto de películas. Razonar estéticamente significa pensar sobre las condiciones materiales de una película y sus efectos simbólicos. En la deliberación se pasaba de una película a otra, sin un sistema de continuidad lógica y sensible para poner en marcha un análisis comparativo. Lo que sí resultaba factible era preguntarse caso por caso qué permitía inferir respecto del cine de nuestro tiempo la película en cuestión. ¿Se buscaba elegir “la mejor”? ¿Se eligió la mejor? No es esa la meta. En verdad, lo que se somete a examen es otra cosa, y lo que se premia supone una conjetura sobre cómo una película es capaz de concitar su tiempo y de plantear interrogantes conforme a su propósito. A Fidai Film fue la película que se llevó el premio. Una mención obtuvo Sept promenades avec Mark Brown. Las otras películas seleccionadas fueron Todo documento de civilización, The Flats, Rising Up at Night, Viet and Nam, Kinra. La última, la hermosa película peruana de Marco Panatonic, se llevó el premio del jurado joven, conformado por estudiantes de secundario de Lanzarote.
En otros textos sobre ediciones pasadas, se ha explicitado el funcionamiento de la deliberación abierta del jurado. No está de más volver sobre algo elemental: los tres miembros del jurado deben discutir película por película hasta llegar a través de distintos procedimientos de decisión al veredicto. Todo eso sucede durante el sábado a la mañana; puede acudir cualquier persona que lo desee, excepto los realizadores que estén presentes en Lanzarote. En esta ocasión, la sala estaba llena y la deliberación llevó más de tres horas y media. López llegó acompañado de un libro e hizo saber de inmediato su título dejándolo a la vista de todos sobre la mesa. El autor del libro era Bertold Brecht, el título, No pudimos ser amables. Ellos, López, Allouche y Monroy, tampoco fueron amables, sino algo mucho más loable y preferible en casos así: fueron justos.
Roger Koza / Coypleft 2025
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