¡Gracias, Roger, por regalarnos esta conversación profunda y cálida! Muchas gracias de verdad.
En La casa del protocolo de destrucción se nos conduce inmediatamente, en leve contrapicado, al último plano fijo de ese árbol frondoso mencionado. Al ser intervenido durante unos cuantos minutos por nuestra mirada, en su movimiento acompasado, mecido por la brisa, el árbol se va transformando en una suerte de animal, ramas que se vuelven garras, hojas que se vuelven pezuñas. El árbol entonces deviene animal vivo; un árbol que ha sido expandido por lo que le agrega la mirada en su contemplación duradera mientras se olvida que es un árbol. El detenimiento impone un ‘distanciamiento analítico’ (Oubiña dixit): la intervención sobre la temporalidad da lugar a la función poética de la imagen al producir otros sentidos más allá del árbol como tal. Por eso, cuando el árbol ‘regresa’ como árbol regresa expandido. Y hay más… Lo dejo para otra intervención.
Un abrazo,
edf
Con sus films Fontán nos enseña a mirar, a entrever, a escuchar. Pero también quizá su cine sea como ese árbol-animal (el último plano del film) porque las imágenes cinematográficas se convierten también en una suerte de sobreviviente dado que ahí quedan para fijar lo que ya no queda, para hacer posible que el polvo o las esquirlas de la destrucción no nos cubran.
En tiempos de desaveniencias entre el decir y el hacer, en concreto, en tiempos de planteos «socialistas» en elegantes almuerzos televisivos y de relatos salvajemente fachos, es toda una bocanada de aire fresco escuchar a alguien no sólo que tiene plena conciencia de lo que hace y de sus efectos, sino también de alguien que es absolutamente coherente con su propuesta.
Se agradece muy mucho este video para los que no pudimos estar allí, y se agradece más aún cuando un director como Fontán está dispuesto a reflexionar con franqueza y profundidad sobre su propio quehacer.
¡Gracias, Roger, por regalarnos esta conversación profunda y cálida! Muchas gracias de verdad.
En La casa del protocolo de destrucción se nos conduce inmediatamente, en leve contrapicado, al último plano fijo de ese árbol frondoso mencionado. Al ser intervenido durante unos cuantos minutos por nuestra mirada, en su movimiento acompasado, mecido por la brisa, el árbol se va transformando en una suerte de animal, ramas que se vuelven garras, hojas que se vuelven pezuñas. El árbol entonces deviene animal vivo; un árbol que ha sido expandido por lo que le agrega la mirada en su contemplación duradera mientras se olvida que es un árbol. El detenimiento impone un ‘distanciamiento analítico’ (Oubiña dixit): la intervención sobre la temporalidad da lugar a la función poética de la imagen al producir otros sentidos más allá del árbol como tal. Por eso, cuando el árbol ‘regresa’ como árbol regresa expandido. Y hay más… Lo dejo para otra intervención.
Un abrazo,
edf
Con sus films Fontán nos enseña a mirar, a entrever, a escuchar. Pero también quizá su cine sea como ese árbol-animal (el último plano del film) porque las imágenes cinematográficas se convierten también en una suerte de sobreviviente dado que ahí quedan para fijar lo que ya no queda, para hacer posible que el polvo o las esquirlas de la destrucción no nos cubran.
En tiempos de desaveniencias entre el decir y el hacer, en concreto, en tiempos de planteos «socialistas» en elegantes almuerzos televisivos y de relatos salvajemente fachos, es toda una bocanada de aire fresco escuchar a alguien no sólo que tiene plena conciencia de lo que hace y de sus efectos, sino también de alguien que es absolutamente coherente con su propuesta.
Se agradece muy mucho este video para los que no pudimos estar allí, y se agradece más aún cuando un director como Fontán está dispuesto a reflexionar con franqueza y profundidad sobre su propio quehacer.
100 % de acuerdo. Saludos. Y gracias por este comentario (y los otros también). RK
Ema, Hernán, muchísimas gracias por sus reflexiones y sus comentarios. Un abrazo. Gustavo