ESTRENOS ETERNOS (06): FINNIS TERRAE
Cuatro hombres, dos jóvenes y los otros ya entrados en años, viven (por meses) y trabajan en Bannec, una isla situada en la costa de Bretaña, que representa un poco el fin del mundo del título. La dedicación exclusiva del tiempo se delimita al acopio de algas marinas; el ocio se circunscribe al alimento y al descanso. Las cuatro magníficas panorámicas iniciales transmiten la desolación y el ominoso encanto de un horizonte infinito, sin humanidad alguna que resignifique un ecosistema menesteroso ubicado en los confines de la civilización.
Una discusión menor entre los dos jóvenes, lo que revela acaso una tensión circunspecta que tiene algo de libidinal, dejará una leve herida en uno de los dedos de la mano de Ambroise. De ese evento azaroso se precipitará paulatinamente un inusitado drama de vida o muerte, cuya resolución consiste en navegar hasta una isla más habitada que cuenta con un médico.
Finnis Terrae, Jean Epstein, Francia, 1929
Con esos austeros elementos dramáticos, Epstein prodiga una fiesta perceptiva, que alcanza su mayor esplendor cuando se las tiene que ingeniar para subjetivar las imágenes del delirio proveniente del sueño febril de Ambroise, pasaje en el que se prioriza la intensificación sensorial por sobre el desarrollo narrativo. Las subjetivas son formidables, los desenfoques ingeniosos, los primerísimos planos tan hermosos como aterradores, los movimientos de cámara tan primitivos como precisos. La repetición de un plano inicial de dos flores entre los vidrios de una botella califica sin ambages de poesía visual de primer orden.
Pero Finnis Terrae vuelve a crecer dramáticamente en los últimos 25 minutos, cuando los pobladores de la isla de Ouessant comienzan a preocuparse por sus cuatro vecinos, al no percibir señales de vida desde ese paraje. La presentación de este pueblo, las observaciones sobre su organización social y la diversa conformación generacional de sus habitantes constituyen un prodigio antropológico. El mar, por otro lado, nunca fue dirigido con semejante rigor. Ninguna ola sobreactúa su fuerza y belleza. Es que la inmensidad oceánica y Epstein se entienden a la perfección.
Roger Koza / Copyleft 2018
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