FAIR PLAY – JUEGO LIMPIO / FAIR PLAY
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
LA OTRA EUROPA
Fair Play – Juego limpio / Fair Play, República Checa-Eslovaquia-Alemania, 2014
Dirigida por Andrea Sedláčková. Escrita por Andrea Sedláčková y Irena Hejdová.
** Válida de ver
Una película correcta, académicamente correcta, realizada con conocimiento de causa y con algún que otro acierto visual.
Una hipótesis: un joven de 20 años, casi la misma edad de Anne, la protagonista de esta película, se dirige a una sala y le dedica 100 minutos de su vida a ver Fair Play, la tercera película de Andrea Sedláčková. Si este joven no ha tenido ningún interés en la historia del siglo XX, sacará una conclusión inmediata: los regímenes socialistas de Europa del Este eran temibles y microfascistas, la vigilancia era una forma de vida y hasta el propio cuerpo no era otra cosa que una máquina del Estado. Evidencia indiscutible: los funcionarios eran malísimos, los ciudadanos gente de bien, a veces temerarios, mayoritariamente dóciles.
Fair Play sitúa su relato en 1983. En plena vigencia de la doctrina Brezhnev, la vida en Checoslovaquia es un socialismo con rostro totalitario. La Primavera de Praga es ahora un invierno absoluto. En este contexto, Anne se entrena a todo o nada para competir en las Olimpiadas de Los Ángeles. Es una promesa deportiva, y como tal, no se trata solamente de una competición: el deporte, como la exploración del espacio y el desarrollo de las artes, eran en aquel entonces parte de una carrera espiritual por la supremacía de un sistema.
En efecto, el atleta, eslabón del gran organismo socialista, corría en el nombre de una idea. Y si esto implicaba tomar una droga para el mejoramiento del rendimiento, el consentimiento del deportista era secundario. Parte de la tensión dramática del filme reside en las inyecciones que recibe de stromba, una sustancia secreta que no es otra cosa que un anabolizante androgénico esteroideo. El problema no se circunscribe a los prominentes bigotes o a la aparición de pelos en los pechos, sino a ciertos desequilibrios orgánicos que indican un riesgo mayor.
A esta incursión del Estado en el cuerpo de la protagonista se suma otra desgracia. La madre de Anne, alguna vez atleta, ahora empleada de limpieza, suele mecanografiar material disidente para un amigo. La policía desconfía, vigila, y los antecedentes no son los mejores: su exesposo se escapó al extranjero. La ausencia paterna para Anne no es menor y pronto conocerá otra faceta de una pérdida afectiva.
La construcción narrativa es aquí demasiado restrictiva y maniquea, acaso una tesis simple que viene a reforzar todos los lugares comunes del período. El viraje a los colores apagados en consonancia con el tono cromático dominante, en el que el marrón constituye el subrayado visual de la postal de época. El filme de Sedláčková es mucho más interesante cuando pone atención al trabajo físico del atleta y trabaja sobre la relación del cuerpo con el espacio natural y público. El mejor plano del filme es aquel en el que la joven se detiene un momento en la vía pública y un inmenso monumento con la figura de Karl Marx está detrás suyo. La soledad del individuo frente a la abstracción de un sistema se visualiza en un segundo.
No faltaba mucho para la Revolución de Terciopelo, pero lógicamente Anne no podía saberlo. Tampoco su madre y los entrenadores, menos aún el novio de la atleta. ¿Qué dirían hoy todos ellos de aquel tiempo? Una respuesta es la de Sedláčková.
Esta crítica fue publicada en otra versión en el diario La voz del interior en el mes de septiembre 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
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