FELIZ NAVIDAD, MR. LAWRENCE
No es casual que de las películas que poblaron nuestra infancia siempre prefiramos las épicas (después de todo, el cine tiene la misma debilidad). Podemos –queremos– vivir entre comedia y tragedia sin entregarnos a ninguna, pero no sin épica (mal que le pese a la condición posmoderna): los cientos de superhéroes que pueblan y poblarán las pantallas así lo atestiguan. Curioso destino niestzcheano de los super-hombres: los aedos están tan muertos como la novela moderna, pero los guerreros a los que cantaron siempre vuelven. Sin embargo, no hay que olvidar que hasta esos coléricos semidioses tenían su punto débil: su lado humano (el talón de Aquiles, claro). Es eso, finalmente, lo que nos atrae de los héroes (como entrevieron Emerson y Carlyle) e incluso de los super-héroes (como hasta los guionistas de Marvel saben).
Pero puestos a recordar viejas películas amadas en la infancia, no vienen a la memoria los sordos ruidos de corceles y de aceros, sino la silueta de un hombre danzando en el desierto… ¿Por qué romper una lanza aun hoy por Lawrence of Arabia, una película que no entra en ciertas listas canónicas? Porque más de medio siglo después sigue siendo contemporánea, tanto en sus decisiones formales como en su redescubrimiento de la épica para el cine, en medio de un espectáculo que la ha rebajado a Civil War entre dioses olímpicos.
Lean siguió un camino que ya había esbozado el Spartacus de Trumbo, Douglas y Kubrick, al llevar a su extremo lo que el Ben Hur de Wyler había hecho con las sagas bíblicas de Cecil B. de Mille: darle el protagonismo a un hombre común. Pero si Ben Hur era un príncipe caído en desgracia, y Espartaco un esclavo que moría como Cristo, el Lawrence de Lean es un hombre que no soporta ser más grande que su destino. Se trata, claro, de un hombre del siglo XX, que se debate hamletianamente al asumir el rol que la Historia le tiene preparado. Ese desequilibro entre las decisiones humanas de los elegidos y sus consecuencias históricas (es decir, el paso de la épica a la tragedia, como ya supieron los antiguos griegos) es lo que Lean desarrolla con maestría luego de haberse dedicado a los retratos íntimos de Brief Encounter o Hobson’s Choice, aunque ya estaba presente de algún modo en sus sendas adaptaciones de Dickens: la capacidad de saber hacer, a veces en un mismo plano, el retrato de un hombre y su tiempo.
He ahí la extraodinaria toma de Áqaba (usada aquí la palabra toma en su doble sentido), o la escena del pozo de agua (un plano secuencia que tuvo que ser cortado). Y es que la película de Lean no dialogaba tanto con el pasado como con el futuro: filmada a inicios de los años sesenta, marca la transición entre el cine clásico y las nuevas olas, y prefigura a la vez el fin de estas en los ’70, época en la que el mismo Lean se llamó a silencio… ¿Demasiado peso para alguien que nunca encarnó del todo la por entonces emergente figura del “autor”, como sí lo hicieron sus contemporáneos o sucesores? (pienso en Mann, cuya The Fall of the Roman Empire es cercana en el tiempo a Lawrence pero parece mucho más antigua, o en Spielberg, que filmó Empire of the Sun a la sombra del maestro).
Su montajista, Anne Coates (quien décadas más tarde trabajaría a las órdenes de Lynch y Soderbergh en su debut mainstream), le sugirió a Lean ver los primeros films de la Nouvelle Vague: otro director ni se hubiera molestado, pero Lean lo hizo con auténtica curiosidad. No sabemos que entrevió en Godard, pero si el resultado. Lawrence of Arabia es tal vez la primera película mainstream en utilizar cortes directos sin la acostumbrada transición mediante planos encadenados. De esa decisión surge una elipsis tan famosa como la del hueso y la nave espacial en 2001: Lawrence contempla un fósforo y lo apaga con un soplido, el plano siguiente es el de un amanecer en el desierto. Paradójica pero previsiblemente, esa innovación fue más evidente que los jump-cuts de Sin aliento: la industria la adoptó con gusto (así como Hollywood había asimilado el revolucionario montaje de Eisenstein). En cambio, no sabemos si Antonioni o Godard vieron a su vez la película de Lean, aunque imaginamos que The Passenger bien podría ser una suerte de reversión libre, o que el productor de “La odisea” en Le Mepris tranquilamente podría ser una parodia de Sam Spiegel.
Spiegel había producido The African Queen y la anterior película de Lean, The Bridge on the River Kwai (escrita en las sombras por el macarteado Carl Foreman). En esta Lean se había permitido –a solo diez años de la segunda guerra mundial– retratar la abstraída relación entre oficiales en un campo de prisioneros, como solo lo había hecho Renoir en La grande illusión. Y como solo volvería a hacerlo Oshima, en una película que desde el título menta su homenaje: Merry Christmas, Mr Lawrence. Pero para entonces Lean ya nunca volvería a filmar: en 1984 había hecho su primera y última película desde los ‘70 (A Pasagge to India, donde lograba hacer todo lo que Ivory jamás se atrevió, y arrojar otro puñado de tierra en los ojos del Imperio). Hace años venía soñando con una adaptación de Nostromo-la novela “latinoamericana” de Conrad, curiosamente citada en Alien– y había cedido ante Spielberg el derecho a hacer Empire of the Sun (que terminó siendo una película tan poco leaniana como poco kubrickiana resultó AI). Spielberg aparece en los extras de la edición restaurada de Lawrence of Arabia(que dura casi una hora más que la versión estrenada por Spiegel): allí recuerda la escena en que un periodista norteamericano -emblema del pragmatismo- le pregunta al oficial metamorfoseado en árabe qué le atrae del desierto. “Es limpio”, responde Lawrence mirándolo con un desprecio que Spielberg prefiere no entender (y que simplemente asimila a su propia infancia en Arizona dream), aunque entendió la lección de Lean al hacer Schindler`s List.
Lawrence era para Lean un héroe a contramano (pero sin el ingenuo melodrama blanco del Dr. Zhivago). ¿Qué habrá pensado Lean al ver a Guiness pasar del rey Feisal a Obi-Wan Kenobi? Tal vez Kurosawa sintió algo así al ver Per un pugno di dollari (aunque el mismo había adaptado Yojimbo de Red Harvest, cosa que Walter Hill no olvidaría al hacer Last Man Standingcon Bruce Willis). Y es que alguien podrá decir que Leone también era despreciado en su tiempo y reverenciado hoy. ¿Pero quién puede hoy poner The Empire Strikes Back–por nombrar a la que se considera la mejor de la saga–a la altura de C’era una volta il westo Once Upon a Time in América? Leone leyó a Lean como Kurosawa leyó a Hammet. Lucas en cambio hizo lo mismo que quienes creyeron que bastaba con poner a Omar Shariff representando al Che… ¿Habrá visto el Che Lawrence of Arabia? ¿Habrá Lean o Bolt -que veinte años después sucumbió a su vez en The Mission– pensado en él al imaginar un aventurero buscando la muerte?
Lawrence fue en cierto modo el último héroe trágico de una época en que la épica tocaba a su fin, y Lean el último director que reunió con gracia lo histórico y lo íntimo (salvo en su maniquea adaptación de Pasternak, homenajeada sin embargo en Palombella Rosa). Bertolucci quiso imitarlo desde Novecento, pero Peter O’Toole fue a The Last Emperor lo que Alec Guiness a Star Wars: un fantasma del pasado. Para entonces, Spielberg & Lucas –Indiana Jonesmediante- habían pasado la épica por el tamiz de Disney, hasta convertirla en una papilla que hasta los niños que éramos mirábamos con desconfianza (recuerdo que cuando Vader dijo “yo soy tu padre” pensé: “esto es una telenovela”).
¿Dónde estaba la contradictoria furia de Lawrence of Arabia? (los salvajes que terminan siendo nobles, los nobles que se comportan como salvajes). Hasta Spielberg puede decirlo sin que la vergüenza lo invada: en Lawrence persiste la densidad de lo real (ese tren que descarrilla, como ese puente que volaba en Rio Kwai, es un tributo que Hollywood rendía al bazinismo). Hoy el imperio digital es tan hueco como sus personajes. Y el mundo se rinde ante cineastas que confunden épica con largueza y adultez con crueldad (perros de reserva encadenados a la ficción de pulpa a prueba de muerte), o superhéroes que hacen parecer moderno hasta a Homero (Simpson incluido). Mientras tanto, algunos seguimos creyendo en la potencia épica y trágica de un hombre bailando a contraluz en el desierto.
Fotogramas: 1) Lawrence of Arabia; 2) Ídem.
Nicolás Prividera / Copyleft 2019
No deja de ser curioso, Nicolás, que reivindiques no solo una cinta sobre un personaje sobredimensionado por un periodista, sino al vehículo mismo que también fungió como caja de resonancia para más panegírico. ¿No has reparado siquiera en conceptos que vayan más allá del cinematógrafo? Ahí están el orientalismo y el eurocentrismo. También el punto de vista de los «otros», encarnado en un libro desmitificador a cargo de un escritor jordano.
No sé de qué periodista hablás, Eraldo. La película misma no deja bien parado al periodista que intenta sobredimensionar al personaje. El personaje mismo no se quiere ser sobredimensionado (ese es uno de sus conflictos). Tampoco sé cual es el libro desmitificador, pero cualquiera que vea la película va a ver que no hay mitificación alguna. Bolt se basó en “Los siete pilares de la sabiduría” del mismo Lawrence, pero no se trata de una ‘biografía autorizada’. El personaje tiene un montón de problemas, y un final que no tiene nada de mítico. Por supuesto, Sir David Lean era tan inglés como su protagonista, y Edward Said bien puede criticarla en “Orientalismo”. No hay modo de que no sea una película culpable de eurocentrismo. Sin embargo, los ingleses no son menos criticados que los árabes. Peor le fue a la revolución rusa en “Doctor Zhivago”… Y eso no me hace admirar menos como Lean sabe narrar al personaje sin olvidar la Historia, con su uso maestro del Cinemascope (donde el primer plano tiene tanto valor como el más general). Ya nadie sabe filmar así. Perdón si no voy más allá del cinematógrafo, pero creo que es eso lo que hacían estas películas. Y que ya no lo saben hacer ni las que con justicia las critican.
Por otra parte, la «primitiva simplicidad» que Edward Said dice que Lawrence inventó, también se podría aplicar al «Facundo» (suele decirse que Sarmiento estaba inspirado en esos textos orienrtalistas que Said con justicia critica). Digo esto solo para apuntar que la cuestión el «otro» es compleja, incluso cuando ese «otro» no tiene nada de exotismo, y le puede caber a (casi) toda mirada. Yo nunca es otro.
Lo invito a escuchar las palabras de Lean cuando aceptó el premio del AFI. Son las palabras de un hombre de cine, claro, pero que hacía un cuarto de siglo atrás las mismas críticas que hace ahora Scorsese… Son también las palabras de un caballero (como en Lawrence lo son los árabes más que los ingleses…):
Dispensa si no fui lo suficientemente explícito. Me estaba refiriendo a un libro escrito por autor jordano, en el que se desmitificaba la exacerbada imagen de Lawrence. Si así lo deseas, puedo referírtelo; incluso cuando años después tuvo que mitigar su acre cuestionamiento, no deja de ser un punto de vista «desde el otro lado» serio y muy objetivo. No demerito al film per se,solo ofrezco otro visionado sin ansias reduccionista. Insisto, el retrato»oficial» que recae sobre los otros, no deja de ser problemático. Y va más allá de escenas verdaderamente bochornosas al respecto que te podría enumerar.
Puedes referenciar o enumerar lo que te plazca.
Lo que estoy tratando de decirte es que «escenas bochornosas» hay hasta en las obras maestras de todos los tiempos, si las medimos con nuestra vara.
Sin ir más lejos, y sin salir del cine, pienso por ejemplo en esa escena de The Searchers en la que patean una india… Vamos por eso a «cancelar» a John Ford?
Prividera, por «escenas bochornosas» no me refería precisamente a unas del tipo «patean una india»(sin ánimo de corrección política, aquí lo preciso es decir «indígena», «nativa» o «aborigen»), eso dentro de la trama del film de Ford es hasta entendible. Me refiero a las que Lean regaló del tipo: «Lawrence aleccionando éticamente a beduinos».
Pronto las referencias y enumeraciones que me invitas a presentar.
Estimado, no nos entendemos…La corrección sobre que es preciso decir “indígena”, “nativa” o “aborigen” cuando refiero el termino utilizado en la pelicula mencionada y en todo el western clásico («india») da cuenta de lo que estoy diciendo: ese ánimo de corrección política (que curiosamente se asume «sin ánimo») nos vaq a impedir apreciar obras que tienen otros meritos, aunque ya no cumplan con la sensibilidad que queremos imponerle desde el presente. Porque con ese estricto y anacrónico criterio no se salva nada. Podemos hasta argumentar que los troyanos no quedan bien parados en La Ilíada, o el modo en que tantos personajes «aleccionan éticamente» a Otros…
En fin: espero las referencias y enumeraciones desde Homero en adelante…
(Y no, tampoco lo de Ford es «entendible» dentro de la trama… Simplemente hay que verlo en perspectiva)
¿Correción política o simplemente empleo del término correcto? Indios son los grupos humanos que viven en India, con sus múltiples variaciones? La errata de Colón ya debería ir desapareciendo, digo, corren otros tiempos y el acceso a cierta información también. Va esto más allá de la urticaria que pueda provocar una palabra que no tenía porqué ser ofensiva ni corromperse
¿La cinta de Ford se desarrollaba en el Indostán?
Entendible si quiere retratar una época y su mentalidad. No dije que las referencias iban a ser desde Homero y soy de los primeros en oponerse a juzgar el pasado siempre con criterios contemporáneos.
Por el contrario, la condición posmoderna, estimo, está muy feliz de nuestra visceral entrega a la épica; uno de sus atractivos ha sido distinguirse -el que se asume posmoderno siente distinguirse- de la masa de intelectos movidos por ensueños y pasiones de un folcror que ellos, sin trascendencias ni verdades, han dejado atrás merced a la desmembrada agudeza de su entendimiento. Pero eso tampoco les resulta la gran cosa. Más allá. Ni siquiera están de vuelta xq ellos no pretenden voler, ¿para qué? El exitoso cine de superhéroes en la panza de un exitoso tiempo posmoderno debería ser un absurdo. Pero no lo es. La «densidad de lo real» aquí tampoco existe, xq más desnudo que este rey no hay ni puede haber ninguno. En occidente, nadie le sacó mejor la ficha al ego que los neoliberales.. esa sí que fue una épica. Hermosa la nota, gracias.
No creo que la condición posmoderna esté muy feliz con «nuestra visceral entrega a la épica». Por eso «el exitoso cine de superhéroes en la panza de un exitoso tiempo posmoderno» no es un absurdo (tampoco muy «exitoso» el tiempo, convengamos, salvo en su dominancia). En todo caso tratan de hacer una épica posmoderna. Y no estoy pensando tanto en Marvel como en el devenir de Star Wars. Por eso la vieja épica no deja de ser un modo de resistencia, si distinguimos Bith of a Nation de Lawrence… Incluso Lean dejó esa suerte de èpica absurdista que es El puente sobre el rio Kwai, que hace de la contradicción su fuerza.
Feliz Navidad
Me ha parecido muy interesante y jugosa esta entrada que revisitaré e, incluso, comentaré subjetivamente si viene al caso. También interesantes los comentarios. Gracias y un cordial saludo.