FESTIVAL DE CANNES 2017 (09): LOS VERNÁCULOS
El cine argentino es lo suficientemente sólido y diverso como para estar presente en Cannes todos los años. Si el festival requiere un cineasta idiosincrásico y radical, tiene a Lisandro Alonso, Adrián Caetano y Lucrecia Martel, e incluso a varios más; si necesita una veta cinematográfica con fuerte vocación narrativa, incluso de género, puede reclutar películas como Relatos salvajes o Elefante blanco. A esta última línea de cine más industrial y no por ello menos de autor pertenece La cordillera, el tercer largometraje de Santiago Mitre. Es el mejor representante que ha dado ese modo de concepción cinematográfica.
La cordillera es la película más ambiciosa del director. Tiene elenco internacional, las locaciones son variadas y costosas, apuesta a un relato con derivas narrativas secundarias e inesperadas y es políticamente precisa cuando se lo propone. A Mitre siempre le ha interesado filmar el poder y es aquí cuando más a fondo ha llegado a retratarlo. El rostro del poder lo conocemos, pero acá se lo ve desnudo.
El film transcurre en una cumbre latinoamericana que tiene lugar en Chile. Los presidentes y sus asesores tienen que tomar una decisión regional en materia energética. El mandatario mexicano apuesta fuerte a un sentido ampliado del concepto de América; su colega brasileño prioriza la alianza estratégica del sur fundamentando su posición en un matiz: los países hermanos y vecinos no son lo mismo. Sin duda se trata de una puja de intereses compleja, y el presidente argentino es quizás él que deberá tomar la decisión que incline todo hacia un camino u otro. En vísperas del evento, además, el esposo de la hija del presidente es sospechado de corrupción y ya durante la cumbre su hija tendrá una crisis psicológica aguda.
La cordillera tiene grandes escenas. Mitre introduce un rarísimo pasaje de hipnotismo, en el que queda claro que su preocupación por la eficiencia narrativa no prescinde de hallar formas cinematográficas. Los fundidos, los lentes usados para distorsionar la percepción de la paciente y el trabajo sonoro remiten directamente a la tradición del mejor Hitchcock. En otra muy buena escena, presidente e hija mantienen un diálogo incisivo e íntimo que recuerda la precisión discursiva del inicio de La patota. Parte de la conversación tiene lugar en un restaurante, pero también en un cable carril. Lo que sucede con el color en esa escena también remite a Hitchcock.
Pero la escena que vale por todo el film es cuando el presidente argentino se encuentra secretamente con un hombre de la Casa Blanca en Santiago de Chile. La aparición de Christian Slater como un hombre de confianza del presidente estadounidense es extraordinaria. El pragmatismo inescrupuloso que impera en esa negociación resulta tan verosímil como siniestro, pues se trata de una escena que tiene el tiempo perfecto, los diálogos exactos, los gestos y las pausas necesarios y el cierre en el momento indicado.
Falta decir que es el mejor trabajo de Ricardo Darín en mucho tiempo, y que Dolores Fonzi está a la altura de las circunstancias, como también Érica Rivas y Gerardo Romano. Los intérpretes argentinos brillan, no así todas las estrellas del continente.
Algunos colegas contrarios al film de Mitre han decretado que no es otra cosa que un film para la televisión, un tipo de degradación que suele penetrar en los oídos de un cineasta como un moscardón nauseabundo que se posa en su oreja en una siesta interminable. Sinceramente, dudo que un film para la televisión pueda contener una escena como la del hipnotismo, por citar una entre varias, y también soy un poco escéptico respecto del método empleado por mis camaradas para verificar cuándo una película parece hecha para la televisión. Cuando se exige una respuesta a fondo, las cosas resultan no ser tan diáfanas.
Mitre es un cineasta que se siente parte de una tradición en la que se prioriza una estructura narrativa clásica. Mal que les pese a varios, y más allá de los valores de su cine, el joven director está en la línea de Adolfo Aristarain, Fabián Bielinsky, el último Pablo Trapero y Damián Szifrón. Son cineastas argentinos que se posicionan frente a cierta tradición clásica y moderna del cine estadounidense y se apropian de esta en sus propios términos. Las películas tienen un pulso narrativo, son dependientes de un guion fuerte, hay un trabajo fuerte sobre la palabra y sobre quién tomará la palabra. Pronto, el destino de Mitre puede ser filmar en otra geografía y en una lengua que no sea la materna.
El problema con el que choca Mitre de inmediato es que esa tradición es bastante dependiente de una cierta condición de producción. La cordillera es una película cara, pero frente al potencial que alberga es un poco menesterosa. Esto se nota especialmente cuando Mitre tiene que reproducir el desarrollo de la cumbre de mandatarios y los detalles de ese evento. La inmensidad de las montañas en la cordillera y el complejo turístico que se filma desde afuera contrasta con los interiores, que lucen menos verosímiles que otros aspectos. Es un cine costoso, pero Mitre y su equipo compensan las carencias materiales con ingenio y saber cinéfilos.
Las condiciones de producción no llegan a inmiscuirse ni a alterar el corazón del cine que le interesa al director. Su tema predilecto, ya lo hemos dicho, es el poder. No es el poder como sustancia, sino sus formas y relaciones. Su intuición ha sido siempre que el poder es una malla que atraviesa todas las capas de una sociedad, y esto tampoco se pierde de vista en La cordillera. Desde el minuto uno el poder atraviesa los vínculos. El misterioso hombre que intenta ingresar a la Casa Rosada para hacer un trabajo y no puede hacerlo fácilmente porque su nombre en los permisos no coincide con el de su documento es un ejemplo indirecto. El fugaz enfrentamiento entre él y un policía de la Casa de Gobierno no solamente enuncia lo que será el elemento traumático del film (la ambigüedad de lo real y su inverificabilidad en el seno del ejercicio de la política y la vida doméstica), sino que ya establece un indicio de escalonamientos de relaciones con derechos y poderes específicos que deciden sobre lo que es posible y lo que no lo es. Lo que sucederá entre el personaje de Darín y el de Romano es todavía más ejemplar.
Desde El estudiante Mitre ha trabajado sobre las referencias a lo real a través de la alusión difusa. ¿Qué significar aludir sin una dirección precisa entre la representación y el referente? Para un cineasta al que le gusta inscribirse en un cine político, no pueden no resultar misteriosos los procedimientos de borramiento que elige para eludir los signos inconfundibles del presente. En El estudiante, las fuerzas históricas y los signos de la época aparecían inscriptos en las paredes de la universidad. A pesar de ser una película que giraba sobre la política en una universidad, el discurso eludía los temas del presente y se desplazaba hacia cuestiones de teoría. La abstracción del concepto se imponía sobre la praxis y sus actores sociales. Algo similar sucedía en La patota y en cierta medida sucede ahora en La cordillera. ¿En quién se inspira el personaje de Darín? ¿Es una Cristina de Kirchner travestida en hombre? ¿Un Néstor resucitado? ¿Hay algo de Mauricio en Darín? Hay escenas para repartir por igual y las sospechas avanzarán una vez que se estrene en Argentina. El film incita a la exégesis y no faltarán los que adivinarán ademanes reaccionarios y progresistas, democráticos y autoritarios, kirchneristas y antikirchneristas. La ambigüedad irrita y desacomoda. Por lo pronto, al presidente encarnado por Darín no se le atribuye ningún nombre de partido, sí un origen provincial. Aquí el film impugna poderosamente una cierta idea de bonhomía del hombre nacido del campo, y en eso es más efectivo que los momentos en los que subrayan posiciones e ideas políticas. Lo más inorgánico para la fluidez del film es la entrevista que le realiza una periodista española al personaje de Darín. Es ahí cuando se introduce la idea del mal, una idea que no es política sino teológica, lo que daría pie solapadamente a una vía reaccionaria en la argumentación indirecta con la que el film propone sus discusiones políticas. No por eso el film se transforma en reaccionario, sino que aquello es un signo de sus tensiones discursivas.
En efecto, cuando Mitre hace concesiones didácticas (las dos entrevistas, al presidente argentino y brasileño) el film pierde vitalidad y lucidez. La perversión del poder se ve en su funcionamiento, pero al arrastrarla a una explicación metafísica del mal el film pierde eficacia y en cierta medida se despolitiza. He aquí donde Mitre siempre encuentra un límite. En sus películas siempre existe un momento en el que se da un desplazamiento de la dimensión política a una dimensión ética: el sí o el no en el final de El estudiante; abortar o no en La patota; en La cordillera pasa algo similar, pero la propia lógica del relato tensiona la suspensión ética de la política.
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Las directoras de La novia del desierto, Cecilia Atán y Valeria Pivato, tienen claro qué buscan con su película y traducen ese objetivo de principio a fin: contar una historia y apelar a emociones sencillas.
El film empieza justamente en un camino de ruta desértico. El colectivo en el que viaja la protagonista tiene un desperfecto y los pasajeros terminan varados a pocos kilómetros del lugar en el que se le rinde culto a la Difunta Correa, en alguna ciudad de San Juan. El mito o la superstición estarán presentes difusamente en otros momentos.
En ese colectivo viaja Teresa, la protagonista interpretada por Paulina García (la actriz chilena de Gloria), que por años ha trabajado con una familia en la que ahora seguirá empleada, pero en otra localidad. Azarosamente, mientras espera poder seguir con su viaje, Teresa conocerá al Gringo (Claudio Rissi), y a partir de ahí el film propondrá una posible relación de amor entre ambos, aunque Teresa siempre parece estar amablemente distante de todo lo que la rodea.
La novia del desierto pertenece a la tradición costumbrista del cine de Carlos Sorín, y también tiene algunos puntos en común con Las acacias de Pablo Giorgelli. Es un film amable, de personajes y paisajes, que ante una cantidad de títulos obsesionados por una crueldad manifiesta, puede llegar a ser elegido para un premio como forma de protesta. El tiempo dirá.
Frente a títulos como La novia del desierto resulta ingrato decir algo en su contra. Todo el film ostenta un cuidado por la composición, que se puede apreciar desde el plano abierto del inicio y en muchos otros pasajes en los que la propia lógica del registro denota una búsqueda de conscientes simetrías. Los dos actores principales están bien, y el vínculo que establecen tiene su discreto encanto. Es muy fácil objetar el uso de música extradiegética, incluso cuando el autor responsable de las melodías es un músico fenomenal como Leo Sujatovich. Los apoyos musicales para varias escenas irrumpen sobre el propio clima del film y reclama una sola forma de emoción. Se podría cuestionar un poco más la función que tiene la superstición en el relato, que refleja una idea de mundo de sus personajes.
Pero la mayor objeción contra La novia del desierto es su elección de la certidumbre y la pulcritud estéticas. En este sentido, una película como Las acacias se proponía un cierto riesgo al ubicar gran parte del desarrollo de su relato en el minúsculo espacio de una cabina de un camión. El diseño y la búsqueda de un efecto vencen a eso que el cine siempre necesita para sobrevivir a la mera ilustración de una historia. Eso no es otra cosa que la apertura hacia lo que no se puede escribir pero sí hallar en un rodaje, algo que esté liberado de las exigencias del relato y que empuje al cineasta a una zona de desconocimiento. Lo que le cuesta tanto a la protagonista se duplica detrás de cámara: desobedecer. En el caso de Atán y Pivato, se percibe cierta falta de atrevimiento para tomar un camino un poco más alejado de las exigencias de los sistemas de coproducción y para desdeñar un poco el sistema de representación institucional del cine global periférico con el que muchos cineastas latinoamericanos se sienten cómodos.
Roger Koza / Copyleft 2017
Pregunto: en materia politica el supuesto mal no vendria dado por la transgresion de los limites de la legalidad?
(En cuanto a la novia del desierto el hecho de encontrar un amor en un viaje parado transitoriamente me trae cierta reminiscencia a un cuento de Cortazar Autopista al sur, segun creo). Saludos y gran aporte toda la nota en especial lo de ciertas tendencias acomodaticias de algunos directores latinos
Estimado Pink:
1. El modo canónico de interpretación sobre la transgresión es el vocablo corrupción, el que tiene también una genealogía teológica. El film de Mitre insiste bastante con la cuestión del mal y creo que allí se pierde de profundizar sobre los resortes políticos de la corrupción, si es que tenemos que insistir con este término.
2. Dudo que las referencias en La novia del desierto sean de orden literario, y no llego a ver que Cortázar sea la referencia. Estoy seguro que no.
Saludos.
R
Creo haber leido, posiblemente en este site, que desde el pto de vista filosofico corrupcion es pasar del ser al no ser. Lo cual reafirmaria tu rpta. Muchas gracias!
Hola Roger. Me pregunto si el pináculo de ese modo de concepción cinematográfica no es «El aura» (?). O yo ando 15 años atrasado, je.
Estimadísimo Fecho: El aura pertenece a ese modelo y es efectivamente una de los títulos más poderosos del cine argentino reciente. R
Leyendo tu nota, me parece estar viendo ya, cada uno de los dos films. Clarísimo lo de las películas de Mitre. Me pregunto si ese desplazamiento de la dimensión política a una dimensión ética que mencionas, no habrá sido la razón por la cual en aquel legendario festival de cine que organizaste en Bariloche, El Estudiante perdió ante La Peli de Batato.
Abrazo.
PD: No está Caetano también entre ese tipo de cineasta argentino que abreva en el clasicismo?
Querido Mariano:
1. A Caetano lo nombro, y es para mí uno de los cineastas más consistentes.
2. La discusión del jurado en aquella oportunidad pasó por otro lado, aunque no recuerdo bien qué decían.
Saludos y espero ir alguna vez a Bariloche.
Si claro, pero dentro del grupo de cineastas ridiculizados junto a Alonso o Martel. Pensaba que lo veo más en el segundo grupo con Bielinsky.
Prometo una buena cena cuando vengas.
Perdón «radicalizados»
Estimadísimo:
No coincido con casi ninguno de los atributos que le destacás a LA CORDILLERA, pero eso es lo de menos: tu análisis me sirve para pensar la película. Lo que sí me hace ruido es eso de «Mal que les pese a varios», el director está en la línea de Aristarain, Bielinsky y otros… ¿A quién les pesa y por qué? ¿No se puede cuestionar un film de Mitre? Decís, además, que «pronto, el destino de Mitre puede ser filmar en otra geografía y en una lengua que no sea la materna». Como si fuera la máxima ambición de un director argentino o una señal de que su posible talento es realmente reconocido.
Un abrazo.
Querido Fernando:
Lo he compartido contigo, una y otra vez: no importa pensar igual, sí pensar con otro.
1. «Mal que les pese»; hay una cantidad de críticos que suelen endilgarle a Mitre casi gratuitamente una cantidad de cosas que no siempre están en sus películas, y sí en lo que él supuestamente representa (aunque lo que falta en su cine es eventualmente el punto de discusión a profundizar). Tampoco tengo yo ningún deseo de volverme su apologeta. De todos modos, creo que Mitre sí pertenece a esa tradición a la que me refiero: sus tres películas poseen rasgos comunes, formales y temáticos, y entran en consonancia con esos autores; la diferencia es generacional y también material. Nuestro tiempo ya es otro por muchas razones. La propia materia del cine es de otra índole.
2. Del mismo modo que yo puedo cuestionar a quien sea, vos podes cuestionarme a mí y a otra cantidad de críticos que tienen todavía una relación más entusiasta con el cine de Mitre. No veo que yo exprese que mi palabra está por encima de la de otros. No tengo nunca esa pretensión, y a diferencia de otros críticos que sienten el derecho de corregir al resto y a juzgar la impertinencia de los mismos (mientras se proclaman disfrazados de apasionados entusiastas del cine sin mentiras) que mis lectores o colegas piensen como yo. Como vos decís, mi objetivo es escribir un texto que tenga alguna función para el que lo lee; desde ya descuento que me produce placer (y esfuerzo) escribir sobre cualquier película. Muy lejos de mí está el deseo de convertirme en profeta y en gritarle a todos cuánto sé. Soy demasiado ignorante para hacerlo, y si supiera más, quizás nacería una misteriosa humildad propia de los sabios. Estoy todavía más lejos de ese estado del ser y del saber.
3. No hago ninguna valoración sobre mi intuición de que la próxima película de Mitre puede ser en el extranjero; Szifrón y Trapero ya están por filmar en el imperio del cine. Unos meses después, en una reunión inesperada, un escritor me contó que el director de La cordillera filmaría una novela de su autoría. El lugar de rodaje no está situado en América, sino en el viejo continente. Quizás por eso prefiero a Mitre que a los otros cineastas con rasgos de autor que se desempeñan en la industria. De todos ellos, es el único que me interesa, más allá de los límites que suele revelar sus propios films. A mi juicio, el límite consiste en trabajar, o más bien hacer gravitar, todo lo que pone en juego en un centro ético del que surge cada acción y pensamiento.
Saludos.
R
Muchas gracias por responder.
Sin ánimo de continuar la discusión, sólo agregaría que, en mi opinión, Mitre está lejos de Aristarain, Bielinsky o Caetano. En TIEMPO DE REVANCHA, en LA LEY DE LA FRONTERA, en EL AURA, en UN OSO ROJO hay, efectivamente, un clasicismo, un guión fuerte y un pulso narrativo indudables (a Trapero y Szifrón les veo más las costuras), donde cada personaje está claramente definido y el relato progresa hasta cerrarse en el momento justo y de manera coherente con lo que se viene contando desde el principio. No me parece que eso ocurra en LA PATOTA y LA CORDILLERA.
Otro abrazo.
Querido:
Yo sí tengo ánimo de discusión, pero como entiendo a la misma: una invitación a dejar las certezas para llegar a pensar algo que las mismas impiden. Eso no es un requerimiento unilateral para los hablantes; si quieren discutir en serio son las condiciones de posibilidad; es una ética de la conversación.
Te preguntaría: ¿Qué es lo que no cierra en las de Mitre? ¿Cómo sabemos detectar el momento justo? ¿Cómo sabemos medir la coherencia? Son preguntas que me hago y te hago.
Que pertenezca a una tradición no significa por otra parte que esté en obligación de imitar o alcanzar a sus precedentes. Pero hay un aire de familia entre todos estos directores, siendo todos ellos muy diferentes y de un calibre similar, según cada caso y en contraste.
Saludos.
R
Estimado Roger, aca va mi granito de arena respecto de La Cordillera: efvamente Santiago Mitre decide no trazar tal cosa como una linea divisoria entre la politica y la teologia, y pienso que esa junto con el final anticlimatico es una buscada incomodidad, acaso concordante con el espiritu de este tpo, en el cual el lider espiritual de la religion mayoritaria «sugiere» tangencialmente (o no tanto) por quien votar en las ultimas presidenciales, el actual presidente practica y hace practicar a su gabinete algun tipo de meditacion, los operadores bursatiles abrevan en el Ravi Shankar y una considerable lista de etceteras. Desde el retorno de la democracia cada nuevo gobierno se propuso como corregidor de los excesos del anterior y termino siendo victima de sus propios excesos, y asi caimos en este clima «antipopulista» en el que acaso Mitre y otros de su generacion se sientan mas sueltos no se si para reflejarlo pero por lo menos para señalar supuestas contradicciones (del «populismo», claro) y estoy pensando principalmente en La Patota y en El Movimiento. En La Vendedora de Fosforos si bien Moguillansky se situa en la otra vereda tambien contiene una enternecedora alegoria del cristianismo un poco como reflejando el espiritu de este tiempo. En mi opinion la escena mas importante del film es el dialogo en el cablecarril pq ahi Mitre intenta mostrar la psicologia de un detentador de poder, en la cual Blanco pretende «construir realidad» a partir de su propio relato (en este caso respecto del pasado de su hija). Coincido en lo acertado del tono de las actuaciones argentinas y queria destacar tb al «canciller» que creo se llama Portaluppi. Perdon la longitud del comentario, intento aprender leyendo este site y espero el ampliaremos de Nicolas. Un saludo afectuoso.
Cumpliendo con tu profecía («no faltarán los que adivinarán ademanes reaccionarios y progresistas, democráticos y autoritarios, kirchneristas y antikirchneristas») adhiero a los que ven en la película un antikirchnerismo poco velado. No solo por algunos puentes tendidos a la similitud exterior (el presidente es una persona viuda, que proviene de una provincia sureña) y alguna línea de la trama (el tema del yerno es, virtualmente, un caso Nisman); sino porque pone en escena la principal impugnación por izquierda, llamemoslá así, según la cual el gobierno de Kirchner / Blanco impostaría un antimperialismo falso, fingido y teatralizado, para en realidad favorecer al privilegio y a los poderosos mejor y más eficazmente. Y si trato de ver la película de un modo menos coyuntural, creo advertir que su idea de la política también se aproxima a las máximas discursivas del antikirchnerismo, en cuanto esta sería el lugar donde se mide la honestidad (o falta de ella) de un líder … Lo formidable es que con ideas tan triviales (no digo que sean necesariamente erróneas, pero sí un verdadero lugar común, con el que uno pensaría no puede hacerse gran cosa) se logre una película tan cautivante y llena de elegancia,en la que los hechos parecen el resultado caótico de lo imprevisible y no martillazos del guión. Buenísima la nota. Abrazo