FESTIVAL DE CINE MIGRANTE (2014): DOS METROS DE ESTA TIERRA
TODO CINE ES POLÍTICO
Por Marcela Gamberini
En el marco de la quinta edición del Festival de Cine Migrante se proyecta la obra de Ahmad Natche, director nacido en España de ascendencia palestina. Su primer largometraje Dos metros de esta tierra es una obra de ficción que roza, acaricia la superficie de los documentales. La película cuenta la preparación de un festival de música en la ciudad de Ramala, pero sobre todo cuenta el presente de los jóvenes en esa ciudad. Dos metros de esta tierra habla de la identidad de esos jóvenes, que se mezclan entre ellos con otros jóvenes de otras nacionalidades, hablan otras lenguas y se interesan por otros temas. Pero la película sería menor si se quedara solo ahí, su grandeza radica sobre todo en el tratamiento del espacio, que no sólo es poético en su concepción de la puesta en escena, sino que es político en su elección de dejar fuera de campo la vida como refugiados como desplazados, los detalles dolorosos y traumáticos de la ocupación israelí.
El espacio en la puesta en escena que trabaja Natche es central. La película migra (como el festival) de un espacio cerrado con el que comienza, esos estudios de televisión donde un hombre (de espaldas siempre, ocultando su identidad) y una mujer ven fotos de chicos durante la Guerra de los Seis Días; hacia un vestidor donde un espejo refleja los rostros de aquellos que se sientan enfrente. El espejo como motivo cinematográfico revela la búsqueda de la identidad, no sólo la palestina sino la generacional, mientras algunos se sientan frente a ese espejo revelador, la vestuarista acomoda ropa que marca, indefectiblemente, la pertenencia a una tradición. La búsqueda de la identidad en este presente tan complejo se mezcla con el denso y valioso peso de la tradición, estos son dos aspectos centrales de la película que Natche maneja con fluidez, y sobre todo con una mirada poética y profunda. Luego de ese vestuario, la película muestra el lugar donde va a realizarse el festival, ese lugar está “cercado” por muros propiamente dichos en algunos casos y en otros por telas que simulan cercos. Ese espacio “cercado” ocupado por jóvenes que trabajan en la preparación de un festival que para ellos “no se separa de lo político” como dice su presentadora, es una estrategia dialéctica audaz e inteligente. Sillas que van llenando ese espacio de espaldas a los muros, jóvenes con remeras con inscripciones en inglés o con la cara del Che Guevara, una conversación que queda fuera de campo entre una estudiante de periodismo con su traje tradicional y su hiyab y otra con su jean y su camisa a cuadros; el simpático dialogo entre una joven china y un palestino revelan mucho sobre el estado actual de las cosas en Palestina, tal vez más que cualquier documental que se precie de tal.
Sobre el final la película cambia un poco el registro, se vuelve más íntima y a la vez más universal. Dos jóvenes caminan y la cámara, casi por primera vez, los acompaña en el movimiento cadencioso de sus pasos en un gran plano secuencia que termina mostrando en un plano largo, casi inalcanzable, la ciudad de Jerusalén, ese territorio donde los palestinos no pueden llegar.
De la oscuridad de los planos iniciales, en su mayoría fijos, pasando por los cercos, los muros, Natche llega a la luz, a ese lugar abierto, sobre un monte, que a la vez sigue cercado por esas rejas que contienen a la pareja de jóvenes. Todo un manifiesto político, una mirada lúcida y poética, un recorrido por la historia, la tradición y sus expectativas sobre un país complejo, delicado. El territorio ocupado es lo que no aparece a la vista, aquello que no se puede ver o aquel espacio que aparece a la lejanía. Natche no traiciona su realidad, la escamotea para que este gesto la haga más y más visible, más tangible, mas dolorosamente presente.
La identidad, aquello que se ve y aquello que no, lo que podemos escuchar, la tradición, lo que no oímos, la memoria de un pueblo en la voz de una anciana, la irrupción de la modernidad en los movimientos y en la vestimenta de los jóvenes, sus voces multilingües, una fotos en blanco y negro de niños armados, un poema recitado que cifradamente habla de la situación del país son elementos que Natche combina de una manera armónica y hacen de Dos metros de esta tierra una de las películas más rabiosamente política de los últimos años.
Marcela Gamberini / Copyleft 2014
Gran nota.
Aquí mi punto de vista:
Puede ser un estereotipo, pero uno escucha la palabra palestino y piensa enseguida en guerras, sufrimientos, matanzas y otras cosas desagradables. Sin embargo, esta película, contribuye de muy buen modo a romper con estos prejuicios. La capacidad del director para transmitir un clima amable, una convivencia armoniosa entre los miembros de este pueblo, es destacable. Se ve a los personajes cumpliendo sus roles sin crispaciones ni peleas. Natche se las ingenia para transmitir una imagen compleja y a la vez querible de un pueblo que la mayoría de las veces es noticia por sus angustias. Gran parte del secreto, está en los diálogos cuidados, que tienen como uno de sus principales atractivos, la sorpresa y el interés que demuestra cada interlocutor, por lo que dice o cuenta el otro, su avidez por conocer las experiencias de vida del prójimo. Todos filmados sin recurrir al plano y contraplano.
El destacado papel de las mujeres, se pone en evidencia desde la primera secuencia, no con discursos altisonantes, sino con su presencia en variados roles laborales. Desde la conductora de TV, que busca fotos para su programa, hasta la estudiante de periodismo, que trata de captar testimonios del evento, pasando por las bailarinas, son muchas las mujeres que asumen roles activos. El machismo atribuido con insistencia a los árabes de todas las nacionalidades, no parece existir entre los palestinos, al menos entre los integrantes de una clase media intelectual como la que se retrata en el filme.
Los planos filmados en exteriores son otro punto fuerte del filme. Un viento omnipresente, que acaricia los rostros, el cabello y la indumentaria de las chicas y muchachos que esperan pacientes por los ensayos de la danza y el comienzo del festival, es retratado en morosos planos medios fijos, y hace de esta simple experiencia un evento lleno de gozo.
La historia de este sufrido pueblo, no está ausente en el filme, pero Natche muestra su talento al retratar las escenas alusivas, con originalidad. Desde el comienzo mismo de la película, el tema de la guerra está presente, cuando una sucesión de fotos en blanco y negro, de palestinos en uniforme, hombres y mujeres, va haciendo emerger el pasado. Luego, el testimonio de la mujer mayor, que relata con resignación pero sin gestos melodramáticos, las pesadillas por las que tuvo que pasar desde su primera infancia. También cuando algunos jóvenes recuerdan la dificultad que imponen los israelíes para moverse, haciendo de Ramala y otras ciudades palestinas, verdaderos guetos.
Gracias Jorge.
Unas horas despues de haber terminado la nota, pensé en algo que vos decís y habría que desarrollar un poco más; el lugar preponderante de las mujeres, que son las llevan, aunque sea adelgazada, el peso de la accion. Habrá que seguir pensando en la película.
Saludos!