FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2016 (04): TA’ANG
La última película de Wang Bing, miembro fundamental –junto con Jia Zhang-ke– de la Sexta Generación de cineastas chinos, es paradigmática del mejor cine documental. El realizador acompaña a los hombres, mujeres y niños de una etnia minoritaria conocida como ta’ang, quienes escapan de los enfrentamientos civiles en Birmania que tuvieron lugar en la primera parte del 2015. La travesía por las montañas, en los puntos limítrofes entre ese país y China, es propia de nuestra época; nada más contemporáneo que grupos humanos en fuga.
Ta’ang, Wang Bing, Hong Kong-Francia, 2016
Por otro lado, escapar es dirigirse a ningún lado; de lo que se trata es de alejarse de la zonas de conflicto y mantenerse a salvo de la línea de fuego. La guerra desatada, vinculada al opio, no se ve pero sí se oye. Casi en el final, en unos de los tantos campamentos que se conocen en el filme, los refugiados oyen los sonidos de la guerra. Nada se ve, todo se oye, y por ser así resulta todavía más tenebroso.
El propósito de Wang es doble: se limita al registro del minuto a minuto de los sobrevivientes, tiempo que se experimenta en su absoluta inmediatez, y a su vez identifica el indesmentible sentido de resistencia de quienes aguantan días invivibles con una prodigiosa entereza. Por cierto, el cineasta es uno entre ellos, sobrevive con ellos por un mandato de otra naturaleza. Así, puede subirse a una camioneta con todas las mujeres que velan por sus hijos; puede pasear en la noche y mostrar cómo se duerme a la intemperie; también puede “participar” de una conversación significativa respecto de lo que se ha perdido y sufrido. Wang y su cámara son uno con su objeto.
En efecto, el cine observacional de Wang dignifica una modalidad del documental que suele ser a menudo una poética perezosa como también cómoda. Wang no interfiere y observa, pero conjura la distancia del cine observacional sometiéndose a las mismas condiciones de experiencia que sus protagonistas. La ética del realizador descansa en la física de su registro; su cuerpo es escena. Eso sucedía en la magistral Till Madness Do Us Apart, en la que la cámara era un fantasma material que recorría todos los rincones de un peculiar psiquiátrico penitenciario; lo mismo sucede aquí. El filme es notable.
Este texto fue publicado por la revista Ñ en otra versión en el mes de octubre de 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
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