FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2016 (07): ALL THE CITIES OF THE NORTH
Por Roger Koza
La Historia no se detiene, avanza conforme a los intereses que la ponen en marcha y los individuos entran y salen de la escena universal que no tiene muchos papeles protagónicos. La mayoría puede parecer imprescindible, incluso todo un país. Por ejemplo, alguna vez existió una nación llamada Yugoslavia, pero no hace mucho dejó de existir. All The Cities of the North evoca un pasado simbólicamente remoto en el que una empresa yugoslava se dedicaba a construir ciudades productivas en países no alineados, a veces en África y Medio Oriente. “Eran otros tiempos en los que con frecuencia se declaraba la independencia”, murmura una voz en off que en tres o cuatros oportunidades irrumpe desde un limbo elegíaco y enuncia un estado de cosas.
Svi severni gradovi / All the Cities of the North, Dane Komljen, Serbia-Bosnia y Herzegovina- Montenegro, 2016
La ópera prima de Dane Komljen transcurre en un hotel abandonado en Montenegro, cerca de la frontera con Albania, un dato que el film omite, pues los dos personajes que viven juntos en una carpa en el interior de ese edificio turístico en ruinas parecen habitar en una cápsula del tiempo que ya no pertenece a la Historia. En algún momento llegará otro hombre, pero nada sabremos de todos ellos, excepto que se tienen afecto. Conviven, construyen, juegan, nadan, descansan. Tal vez, son amantes, tal vez, no.
Cuando la voz en off interviene cita un diálogo de Passion de Godard, unas hermosas líneas de Simone Weil y un enigmático poema épico de origen serbio. La imagen y el sonido van a menudo por carriles separados, pero en conjunto, dialécticamente, erigen un tono espiritual que define el misterio de la película. ¿Cómo definir lo que sucede entre los pocos miembros de esa comunidad espectral? Son hombres que desean vivir y encuentran algún reparo y algo de ternura en una existencia casi imperceptible.
En All The Cities of the North el techo manchado de una habitación, las escaleras, las ruinas, los bosques, la lluvia, el fuego y los cuerpos de los hombres dejan de ser triviales y ganan una gratuidad que el film registra como si el cineasta estuviera filmando a los últimos hombres de un planeta liquidado. Tal responsabilidad estética exige el mayor rigor en los encuadres, pues solamente así se consigue captar lo que alguna vez fue verdaderamente hermoso.
Este texto fue publicado por Revista Ñ en el mes de noviembre de 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
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