FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (06): LOS OTROS: BREVES APUNTES SOBRE ALGUNAS PELÍCULAS VISTAS

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (06): LOS OTROS: BREVES APUNTES SOBRE ALGUNAS PELÍCULAS VISTAS

por - Festivales
06 Dic, 2020 10:32 | Sin comentarios
Algunas ideas sobre ciertas películas que se vieron en el festival

Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse

Salvo por la obra cosmopolita de Edgardo Cozarinsky, el cine argentino no tiene muchos ejemplos de esa tradición denominada “cine ensayo”. El corto de Pablo Weber parece desafiar esa falta y ponerse a su altura (aunque todavía más cerca del Desktop Cinema que de Chris Marker). Merecido ganador del par de premios a los que aspiraba, habrá que esperar su largo para saber si el aliento le alcanza.

(Fotograma de encabezado)

No existen treinta y seis maneras de mostrar cómo un hombre se sube a un caballo 

He aquí un ensayo que se queda sin aliento. Se podría decir que es el riesgo de todo “ensayo”, pero se vuelve inevitable cuando se estira hasta el largo lo que bien pudo haber sido un corto. Contradiciendo su propio título, Nicolás Zukerfeld no se contenta con agotar las escenas de montaje de Raoul Walsh en su primera media hora, sino que también parece querer agotar las posibilidades del mismo título en la media hora siguiente. El resultado es parecido al que se obtendría al estirar demasiado un chiste que no tiene un remate a su altura. Finalmente, solo descubrimos que para los franceses “treinta y seis” equivale a un número indeterminado, como el de los nombres esquimales para la nieve en otra frase demasiado citada. Todo parte y termina de una línea de Cozarinsky (al que todo cineasta que acometa lo que quiera ser tomado por ensayo parece deber citar, o hasta incorporar como personaje): el problema es que los meandros bibliográficos para desentrañar el sentido de esa frase dan lugar a una hermenéutica algo banal, que elude precisamente aquello a lo que la locución original refiere, en cualquiera de sus múltiples formulaciones: el cine requiere cierta sencillez (en todos los sentidos de la palabra). 

Las mil y una

Parece haber sencillez en esta película, como si el Trapero de los inicios filmara con la seguridad de su madurez. Planos secuencia virtuosos, personajes en situaciones vulnerables, temáticas sociales emergentes: un refresh a la tradición del Nuevo Cine Argentino (incluido el de los 60). Clarisa Navas debió ganar el premio a mejor dirección, pero aunque se fue con las manos casi vacías (de no ser por varios premios no oficiales) está claro que llegó para quedarse y hacer carrera. Su cine tiene todos los condimentos necesarios para conquistar el actual circuito de festivales (esto, por supuesto, no necesariamente implica una alabanza).  

Esquirlas

Una inevitable sección del circuito de festivales la constituye lo que suele llamarse “documental en primera persona”, aunque hace tiempo está dominado por el agobio del yo y la fatiga de materiales. La ópera prima de Natalia Garayalde logra por ráfagas evitar esos previsibles mohines, sobre todo cuando los viejos videos familiares abren paso a los momentos en que la política entra en las casas como un estallido. Tal vez la fuerza de ese material hace que la película se mantenga demasiado cerca de él, como si temiera una intervención más personal, y así queda demasiado anclada a esa mirada infantil que trae todo registro propio del pretérito imperfecto, y al mero recuento de daños. En ese sentido, sus límites son los de otro interesante documental visto en la misma competencia (1982): devolvernos la extrañeza del pasado por la mera distancia con un presente fuera de campo, que apenas se vislumbra en el plano final.

Río Turbio

Una película notable en su cruce entre pasado y presente, que de hecho podría ser visto en tándem con La noche eterna, el documental que Marcelo Céspedes y Carmen Guarini filmaron en Rio Turbio hace treinta años. Lo que se registra aquí y así es un cambio de época, y si había que premiar a una película por su “perspectiva de género” era esta. Pero Tatiana Mazú no se contenta con eso, y construye su retrato con las herramientas del cine experimental. Río Turbio busca su género en ese que en este festival se llama “estados alterados” y en otro “vanguardia y género”, y preside festivales enteros (como el FidMarseille, donde tuvo su presentación oficial). Pero si bien esa demandada austeridad está balanceada por el uso irreverente de sus materiales, la sensación es que la película hubiera ganado más fuerza aun si no renunciara del todo a los valores (no puramente normativos) de la narración clásica. 

Historia de lo oculto

Un manejo preciso del nervio narrativo se da en la que acaso sea la mayor sorpresa de este festival, una película que excede los géneros con los que juega y crece sin pretensiones, en un camino que podría ser productivo para el cine argentino si se atreviera a exploraciones tan libres como esta, no digamos ya a la irreverencia trash de Malvineitor. Se trata de películas que parecen desbordar la propia voluntad de sus autores, que –para mal y bien– parecen no tomarse demasiado en serio, y encuentran así la originalidad de quien no busca agradar a ningún jurado. En este caso, el cruce entre el policial político y el terror cósmico encuentra una misma raíz paranoica en la delirante historia argentina. Por eso el hallazgo no es solo esa bienvenida capacidad de mixturar materiales diversos, sino lograr construir un verosímil de época reconocible y extrañado a la vez, que es uno de los modos (también poco explorados) de examinar impiadosamente el pasado.

El año del descubrimiento

De examinar impiadosamente el pasado se ocupa esta película de López Carrasco, gracias a la que algunos críticos locales han descubierto que el “neoliberalismo” existe y no es un invento populista. O simplemente no les parece reprobable ese punto de vista, visto que conforma un documental “austero y riguroso”. Esas son las palabras que (no solo) nuestra crítica utiliza para alabar películas que si fueran locales no ganarían festivales de cine, si es que logran llegar a ellos. A menos que vengan (o sean legitimadas) desde otras latitudes. Sería hora, entonces, de dejar de usar “austero y riguroso” como términos sin discusión, y también de dejar de creer que siempre van juntos (aunque sabemos que no va a suceder, de mismo modo en que los festivales –salvo, felizmente este– no mezclan películas que solo parecen conviven en paz en distintas secciones). Digamos, pues, que El año del descubrimiento podrá ser una película austera, pero no es rigurosa. Y está bien que no lo sea, porque persigue otra cosa. Lo que está mal, en todo caso, es elogiarla por lo que no quiere ser. No hay rigor en el uso de sus planos (que se interrumpen casi al azar como lo que son: fragmentos de una serie de conversaciones), y su austeridad está dada en que solo se usan para enmarcar rostros perdidos en ese coloquio interminable, que empieza en los 90 y sigue hasta hoy. Una conversación (in)interrumpida con la que no podemos sino acordar (porque se puede conciliar política y no estéticamente, y viceversa, claro), aunque la película se ampare en esa corrección para apilar bustos parlantes. Sin su (ni austera ni rigurosa) pantalla dividida, El año del descubrimiento sería solo una larga ristra de charlas de café: pero ese austero recurso no la convierte per se en obra de vanguardia, salvo para quienes creen que el futuro del cine está en las instalaciones (o en las series, antípodas de una misma industria cultural). Esa es también una herencia de los 90.

Posdata: de las muchas películas que quedarían por comentar, no quisiera dejar de agregar algo sobre Isabella, pero prefiero ceder la palabra a quién ha hecho el mejor comentario, aunque lamentablemente se reduce a eso: a una nota al pie, bajo otra de las que se limitan a reproducir el ditirambo general que hace años se viene entonando a su alrededor. Les recomiendo entonces que vayan abajo de todo y busquen el claro y conciso texto crítico de Leandro Naranjo: (leer aquí).

Nicolás Prividera / Copyleft 2020