FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2022 (14): APEGOS FEROCES
En la estremecedora novela de Vivian Gornick que lleva el título de la nota, dos mujeres (madre e hija) exponen una relación tensa, conflictiva y sin embargo ferozmente inevitable. Sobre el final de la novela se da este dialogo: “¿Por qué no te vas ya? ¿Por qué no te apartas de mi vida? No voy a detenerte». La hija responde: «ya sé que no, mamá”. En los últimos años, la intimidad de las relaciones maternofiliales se desnuda, de un modo más explícito y feroz, tanto en la literatura como en el cine. Una hipótesis: debido a que el fenómeno social conocido como la ola verde se ha extendido en muchos territorios, tal vez también haya contribuido a debilitar la iconicidad de una relación cristalizada.
En Luminun de Maximiliano Schonfeld el procedimiento, a simple vista, es el contrario. No hay ferocidad, ni conflictos. Los personajes: Silvia, la madre, y Andrea, la hija, se la ve en el comienzo completamente solas en un auto, durante la noche, avistando con unos telescopios portátiles el cielo estrellado y oscuro. Buscan ovnis, buscan seres de otros planetas, buscan algo que no tienen. Sin embargo, esas mujeres sostienen un alto compromiso con el saber y el conocimiento. Leen, avistan, toman largas caminatas y paseos en auto buscando en el cielo aquello que a veces creen descubrir.
Las protagonistas viven en una casa que se llama «Museo Ovni». Luce desprolija: los libros, las viejas grabaciones, los muñecos un poco kitsch, los pósters que pueblan las paredes construyen un mundo propio. Es el desorden que nace de una pasión. Es que son entusiastas con aquello en lo que creen fervientemente. (Esa cualidad anímica es extraña, y contrasta con los personajes que deambulan sin creer demasiado en nada del cine argentino reciente). Silvia y Andrea están comprometidas y por estarlo contagian entusiasmo. ¿Quién no quiere que vean a los seres de otros planetas, que palpen un ovni, que retraten a un extraterrestre? O, simplemente, que cumplan sus deseos.
“Luminun” en latín significa luz. Las protagonistas van en búsqueda de las luces que brillan en el cielo y en ese movimiento iluminan el hecho de que se tienen una a la otra. Pueden estar solas, pueden esperar sin más, pueden estar solas, aunque de vez en cuando se sumen otros buscadores de luces cósmicas, personajes extraños, pero no menos curiosos que ellas. En esto reside parte del encanto de la película.
Es que la película de Schonfeld es muy sólida estéticamente: el modo en el que filma los horizontes es un indicio. Delinea en el horizonte una separación precisa de la tierra -lugar de lo real- con el cielo -espacio infinito no menos real-. Filmar el cielo con dedicación es decisivo porque es el límite que las mujeres quisieran traspasar. Por eso importa la duración de los planos, como si en el mantenimiento de un encuadre en el tiempo fuera la plasmación indirecta de la obsesión de las dos mujeres. Persistir en el deseo, lograr, tarde o temprano, ver un objeto volador.
Si bien, como decía al principio, la naturaleza del vínculo entre madre e hija no está definido por el conflicto, en el final de la película Silvia habla con un simpático loro que afirma que Andrea ya no está, o que Andrea se fue. Empieza un enigma justo en el final: ¿A dónde se fue? ¿Por qué no está? Schonfeld instala inesperadamente este interrogante con sutileza y maestría. Finalmente, la hija desaparece, un poco como pasaba con la hija de la novela de Gornick. Andrea sabe que su madre no va a detenerla.
En Los llanos, la magnífica novela de Federico Falco que transcurre en un campo pampeano en las afueras de la ciudad, se dice en algún momento: ¨El sonido cristalino de la noche helada. Una capa de niebla. Un perro que torea lejos. El pueblo en la oscuridad (…) La sensación de vidas arrasadas¨.
Amigas en un camino de campo de Santiago Loza me hizo situar de nuevo en la novela de Falco. Hay algo del hastío de aquella, de la terquedad de los personajes, del paso cansino del tiempo y también mucho del paisaje, esos espacios hostiles de los tantos pueblos arrasados por las soledades, donde sus habitantes esperan (como en la película de Schonfeld, también pueblerina) algo que tal vez nunca suceda.
Como en Luminun, acá también dos mujeres, amigas en este caso- duelan como cada una puede la muerte de otra amiga. Una de ella, la que interpreta la inmensa Eva Bianco, tiene una hija que ha regresado a pasar unos días. Tres mujeres en el camino, tres mujeres que amasan, que reparten pan a sus vecinos ejerciendo una solidaridad que conmueve. Pero no solamente trabajan, porque que también pasean por el campo, un paisaje que se vuelve más rocoso, más árido, como si estuviera en sincronía con la conversación que mantienen. El paralelismo entre el paisaje y la conversación marca en verdad una cualidad anímica. Cruzan un rio con dificultad y la dificultad se traslada al diálogo que tienen. La discusión es franca, pero se dice todo: la terquedad y aparente autosuficiencia de una no es comprendida por la otra que parece más dúctil y débil. La escena en cuestión es elocuente: sus vidas en ese momento están arrasadas. Por eso los silencios se instalan en las escenas y las sostienen.
Las mujeres se extrañan y a la vez se repelen. Y lo mismo pasa entre madre e hija; su relación tensa en el comienzo se va soltando sobre el final. La distancia entre quienes se quieren es determinante. Mientras se trasladan por el campo las amigas se topan con un grupo de vacas. “Todas miran igual, como si fueran una”, dice una de las mujeres. Pero en verdad no son una, porque cada una de ellas tiene una personalidad singular, y sus conflictos personales difieren. A todo lo dicho se suman versos esporádicos. Las palabras de poetisas imponen una pausa y relevan a la psicología por la sensibilidad a secas.
Las mujeres avanzan, evolucionan, sobrevuelan el duelo y las carencias. ¨Me perdí un poco pero de repente encontré el camino”, le dice la madre a la hija mientras cenan, prometiendo una reconciliación que no vemos porque, sutilmente, la cámara prefiere resguardar la intimidad de sus personajes y alejarse con elegancia.
Marcela Gamberini / Copyleft 2022
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