FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA: OTRO SOL (RODRÍGUEZ TEARE)
Donde hay personas, hay relatos; donde hay chilenos, hay relatos fantasiosos; y donde hay oro, hay relatos fantasiosos con violencia. Otro sol da vueltas alrededor de estas ideas y espejismos que flotan sobre la historia del cine chileno y los inventarios de cuentos populares criollos. Todo comienza en los desiertos del norte: unos pibes deambulan por ahí y encuentran, de prepo, así nomás y al costado de la ruta, una oreja enterrada. O quizás una cabeza entera, no se sabe. Lo cierto es que la muerte convive con el paisaje y que esta dupla de jóvenes sirve de guía y focalización para el film. A su alrededor, se presenta un casting de pobladores del lugar que viven narrándose cuentos y anécdotas de veracidad dudosa, pero impregnadas de la alegría que suscita el acto creativo popular por antonomasia: el narrar. Hay un disfrute feliz que es el reverso de la violencia que vibra en lo que se narra: robos, asesinatos y torturas varias; una serie de actos pavorosos y sórdidos son contados, como si se tratase del pan de cada día, por las personas que desfilan frente a cámara. Al mismo tiempo, arrebatos de violencia parecen querer aflorar de los cuerpos de los personajes, casi como espasmos de una planta carnívora. Otro sol es una película sobre proezas míticas de ladrones internacionales basada en registros y pesquisas policiales reales. El carácter de verdad documental que se presiente en el film se trastoca desde un inicio con el montaje casi oníricocon el que se suceden las secuencias. La película va, de a saltos, de un lado para el otro. En un momento, los chicos están peleados a muerte con unos vecinos a los que siempre les piden la hora, y al rato cenan todos juntos y se hacen sanciones con ruda. No hay pathos en este paraje norteño y desértico, filmado en un 16mm que eleva con su grano el feeling ensoñado de la cosa (hipótesis al paso: los sueños no se ven en 4K). En Otro sol todo se cocina en un mismo guiso narrativo. Parecido a la tierra que esconde orejas o cabezas; al agua de los ríos que le sirve de camuflaje a algunas pepas de oro; o a la cámara de Francisco RodrÍguez Teare que plasma en pantalla un elogio a los cuentos populares cimentado en frías verdades burocráticas; a cada vuelta de cuchara aparece una nueva secuencia con ingredientes nuevos antes tapados por otros. Bienvenido sea el cine cuentero. Ese que alimenta el presentimiento misterioso de que cada recodo de la narración y cada esquina de la imagen pueden encerrar otras historias por detrás.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2023
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