FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE ROMA 2013 (05): UNA CHICA EN APUROS

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE ROMA 2013 (05): UNA CHICA EN APUROS

por - Críticas, Festivales
20 Nov, 2013 09:39 | comentarios
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Seventh Code

Por  Fernando Pujato

Como lo ha sido tal vez siempre en la historia del cine, el movimiento de los cineastas para filmar fuera de su país de origen sigue su curso. Esta vez le toca el turno a uno de los cineastas japoneses más interesantes de los últimos años que nos deposita en una ciudad de Rusia. No Moscú precisamente sino Vladisvostok, pero que podría ser cualquier lugar donde se hable ruso porque la geografía no importa demasiado, como tampoco lo es mostrar algo de la situación actual del Japón o encarar un policial con fantasmas del pasado por medio de un giro geográfico; algo así como una Tokyo Sonata o una Retribution en tierras moscovitas.

Entonces, ¿de qué se trata o qué clase de objeto es el último film de Kyoshi Kurosawa? Puede resultar tanto extraño decir esto a una altura en la cual ya casi no existen los géneros puros, pero Seventh Code es un film de espías. Un tanto particular, es cierto, si pensamos en algo similar a uno de la saga de James Bond, pero no tan extraño si pensamos en Intriga Internacional donde Cary Grant, un publicista neoyorquino, es perseguido por unos espías que lo confunden por un agente del gobierno, sólo que aquí la perseguidora es la joven Akiko. Venida desde el Imperio del Sol Naciente, ella viene arrastrando una enorme valija para encontrar al joven Matsunaga, el cual ha visto una sola vez, allá en su lejano país, cuando éste la invitó a tomar algo en un discoteca o algo por el estilo, pero que ahora no recuerda para nada esta invitación. El caso es que nuestra joven nipona no se da por vencida, ni aún cuando unos rusos enormes y bastante rudos la meten dentro de una bolsa y, algo golpeada, la tiran desde un camión fuera de la ciudad; ya vamos por la mitad del film.

Como puede se las arregla para regresar a la ciudad, y allí conoce a una pareja formada por una china y un japonés que regentean un comedor de mala muerte donde, luego de alguna que otra insistencia, comienza a trabajar siempre con la esperanza de volver a encontrar a su “ novio” y escuchando las quejas de la china para con su pareja, porque han abandonado Japón y las quejas del japonés para con su mala suerte por haber nacido en Japón. Unos días después, aunque nunca sabemos cuánto tiempo ha transcurrido, cree ver al auto de Matsunaga. Nuevamente vuelve a correr por las calles, sólo que esta vez la acompaña un connacional; nuevamente habrá una sorpresa: Matsunaga viene acompañado por unos rusos en un lugar que parece abandonado o que podría ser, como su empleador le dice, una guarida de la mafia rusa. Ya van casi cuarenta y cinco minutos del film.

A esta altura sabemos que el amor de Akiko anda en algo raro, pero nunca en una cosa tan disparatada como el tráfico de un reactor nuclear que, al parecer, circula por el mercado negro como le han dicho los contactos de su patrón. En el intervalo de todo esto, la china, cansada de esperar un cambio de vida, mete unas cuantas cosas en una pequeña y colorida valija de esas que los chinos usan para viajar y parte al interior de Rusia. La desolada Akiko, al caer en la cuenta de que su jefe no está, corre al lugar abandonado y lo encuentra muerto de un disparo. Mientras regresa caminando lenta y tristemente por la ruta, aparece el auto de Matsunaga que, al verla en ese estado, la lleva a su departamento. Cuando vemos que una rusa le da la orden a Matsunaga de liquidar a Akiko, porque podría saber algo de sus turbios negocios, nunca podríamos imaginar que la buena de Akiko sabe artes marciales. Se trata de en una escena despojada de gente que vuela por los aires; Akiko conoce secretos para matar con una mirada -algo así como un heroína de un Kill Bill japonés-. Es así que su novio termina muerto, el reactor nuclear en manos de Akiko que se lo entrega a un político ruso, quien le da un montón de plata que Akiko mete en una mochila. Se sube a una camioneta y luego canta una canción. En un plano alejado vemos a la camioneta, aparece el auto donde siempre se encontraba Matsunaga, se escuchan unos disparos, una explosión, y se ve una cortina de humo. Un travelling a la derecha nos muestra un campo cultivado. Fin.

Sesenta minutos de una lección de cine en todo sentido, por su forma y por su fondo; un registro cuidadoso sin ser amanerado, en el que los estados de ánimo no son subrayados a través de gestos o mímicas sino por medio de una postura corporal generada por la decisión de sus personajes, siempre en movimiento, y de un guión ajustadísimo que nos entrega algunas pistas pero jamás devela el film en su totalidad ni nos involucra como partícipes de algo que sólo nosotros, como espectadores, sabemos. Un final inesperado y la sensación de haber visto una de las mejores películas de la competencia oficial. El problema no es, como leí recientemente en un sitio italiano, poner a Her, de Spike Jonze o a Dallas Buyers Club, de Jean-Marc Vallée, al lado de un film portugués o uno brasilero o uno mexicano, “un abismo de separación” como dice el texto, porque en realidad lo único que separa a estos films norteamericanos del resto es el dinero invertido para realizarlos. El problema para cualquiera de los films en competencia -un dilema para el jurado en todo caso- es enfrentarse con Seventh Code, tan juguetón como la canción pop que interpreta Akiko (una famosa cantante teen en su país) y tan enigmático como puede ser un film de espías en la mejor tradición del cine clásico. Una hora a puro divertimento.

Fernando Pujato / Copyleft 2013