FESTIVAL NACIONAL DE CINE DE GENERAL PICO 2016: TRES PELÍCULAS
Marcela Gamberini
Las calles, María Aparicio
Ponerle nombre a las calles, más bien renombrarlas es un acto colectivo, democrático. Asignar el nombre de un personaje calificado del lugar a una calle es un gesto político, de reivindicación popular, de pertenencia. Los chicos de la Escuela Nº 7710 de Puerto Pirámides de la provincia de Chubut, de la mano de su profesora de historia, inician una serie de entrevistas a los habitantes (notables) del pueblo donde, entre otras cosas, les hacen pensar y elegir un nombre para las calles. Estas entrevistas muestran el quiebre y el entrecruzamiento generacional entre los entrevistados y los entrevistadores, relevando el valor de la tradición, de la historia y de los relatos orales que se transmiten de generación en generación. Incluso esta idea está presente en la puesta que convoca en los mismos planos a dos generaciones distintas y definidas, cada una con sus gestos, sus maneras de hablar y sus silencios. El juego de miradas es una de las claves de lectura de la película; la mirada amorosa de la directora sobre sus personajes, las miradas entre los chicos, las miradas entre los adultos y esos chicos. En este sentido, el ojo que uno de los adolescentes se pinta en la mano es la punta del iceberg que le película reflota.
Puerto Pirámides es esa ciudad, pueblo ideal por su valor estético, sus costas que albergan a esos trabajadores de la pesca, sus caminos polvorientos, sus perros callejeros, sus cielos abiertos que de tan celestes se vuelven transparentes. Este espacio idílico contiene a la película, que no se molesta en centrase en una calificación precisa; no es un documental puro ni una ficción pura, es más bien un cruce estético y político entre ambos géneros.
Nombrar es hablar, es decir, es ponerle nombre a las cosas. De eso se trata básicamente Las calles: el lenguaje como pertenencia, idiosincrasia y tradición.
Presente imperfecto, Iair Said
El corto de Iair Said, quien escribe, dirige y actúa, es modélico en su género. En el día de su cumpleaños Martin recibe un regalo impensado, algo que no es para él. Esta confusión habla de la incomprensión, también de la soledad del protagonista (que mientras viaja solo en colectivo devuelve una llamada que tiene perdida en su celular y explica que, como es el día de su cumpleaños, tal vez alguien lo quiera saludar), y asimismo de la falta de diálogo y de la importancia de los gestos. Esa confusión inicial nos lleva a la confusión final, un amor cruzado, un beso partido y un cambio de miradas. La bondad del corto reside sobre todo en el modo en que Sair resuelve las escenas, de manera cómica a veces, a veces trágica. Cada plano tiene la información necesaria, el poder de síntesis que no ahorra ni escamotea ni expande datos y que, sin embargo, abre un abanico de significados que el espectador recibe sin filtros. Presente imperfecto es Said, es su actor, es su gesto, es su rostro, es su manera de caminar pero también es la soledad y la incomprensión que destila su mirada, entre atenta y perdida. Presente imperfecto es un corto que desmiente la idea de la duración de las películas, que afirma que en diez, quince minutos no se puede contar una historia, armar un relato, diagramar un personaje. Todo en cine es una cuestión de tiempo, nada es una cuestión de duración, sino de saber qué hacer con él, con el tiempo, esa ameba que corre o se ralentiza alejada de cualquier cronología.
Atrás de la vía, Franca González Serra
Franca González Serra diagrama su documental a través de la figura de su abuela. Ya desde el comienzo una figura se impone, la de la duplicidad; dos vía que nacen de una sola son el telón de fondo de los créditos iniciales. Una abuela y su nieta, un pasado y un futuro, un pueblo atravesado por las vías del tren, dos espacios territoriales y dos espacios afectivos que finalmente se sellan en un abrazo final. El documental de corte clásico destila emotividad y calidez. La manera en que González Serra ilumina colabora en mucho con la creación de un clima que bordea los colores de la memoria, que la propician y que la invitan. Las luces que iluminan aquello que es necesario ver, los amaneceres y los atardeceres en La Pampa. El viaje que emprende la nieta, que es la directora, es un viaje iniciático y a la vez final; el recorrido es espacial y temporal, la tradición de una familia menguada que debería pasar de generación en generación. Ese tren que ya no pasa, esas vías vacías son la síntesis del estado de un pueblo y de una familia.
Atrás de la via es un documental de esos que se hacen con el corazón y por eso pueden universalizarse.
Marcela Gamberini / Copyleft 2016
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