FICIC 2024 (02): CUESTIONES DE REPRESENTACIÓN
Las cosas indefinidas, María Aparicio, Argentina, 2023.
En una entrada del hermoso libro de Paul Guth, Sombras de un sueño, nada más y nada menos que el diario de rodaje de Las damas del bosque de Bolonia de Robert Bresson, en la mitad de una oración se lee “cosas indefinidas”. Que la cineasta Aparicio haya reparado en esas dos palabras que pueden pasar desapercibidas y las haya elegido como si se tratara de un talismán para filmar lo indefinible per se, el instante y la muerte, cifra el misterio de la película. Las flores abren y cierran el relato, mientras la voz amable y la guitarra calma de Miguel Saravia inscriben un tono de circunspecta ternura en cada ocasión. En ese registro sensible, las escenas dan a conocer a sus dos intérpretes estelares: una montajista y su asistente. Dan clases en la universidad, trabajan editando películas. Hay un tercer personaje, pero es un espectro: un cineasta amigo de la montajista interpretada por la gran Eva Bianco, un nombre de fantasía que remite a un cineasta cordobés que murió demasiado temprano, Pablo Baur. La trama tiene el tiempo de un duelo: los actos cotidianos están sumidos discretamente en una suspensión que no impide trabajar, aunque la conciencia atiende lo circundante bajo la impronta del extrañamiento y la indefinición: un diálogo, un paseo, un encuentro, una clase tienen un plus sensible que modifica los énfasis de la atención y el peso de las palabras, como se puede advertir en una conversación tardía entre los protagonistas. Eva y su asistente trabajan sobre materiales indefinidos, son los responsables de resolver en lo indeterminado del tiempo de un plano su capitulación y su relación de continuidad con el plano siguiente. Ese desafío es máximo cuando les toca trabajar sobre una película de no videntes, segmento notable de un film hermoso.
L’Île, Damian Manivel, Francia, 2023.
Virtud del cineasta: no repetirse. Prueba: en la película precedente se le ocurrió filmar los últimos días de María Magdalena y escenificó su ascenso al cielo sin pudor alguno. En esta ocasión, el punto de partida es el ensayo de algunas escenas para una película interpretada exclusivamente por jóvenes y las escenas filmadas que se amalgaman con gran elegancia. En efecto, la progresión es en zigzag: de un segmento de la escena se pasa al ensayo y viceversa, avanzando inadvertidamente en la evolución del relato que se circunscribe a un día entero al lado del mar hasta la llegada de la mañana. El lugar bautizado como “la isla” es un paraje marítimo aislado en las hermosas playas de Britania; el contraste con el espacio de ensayo es total: nada más neutro y vacío que una habitación sin objetos ni señales. Todo lo que sucede es la preparación de las escenas y su ejecución, que giran en torno al momento en que Rosa se despide de su grupo de amigos antes de dejar Francia en dirección a Canadá, donde seguirá sus estudios como bailarina. Lo extraordinario radica en la observación del trabajo sostenido por la repetición de las escenas hasta alcanzar la verosimilitud de un diálogo, un gesto específico o la expresión de un sentimiento. Como buen cineasta (y bailarín), Manivel, a quien se lo escucha dirigiendo y apenas se lo ve, sabe muy bien que representar una emoción a través del cuerpo y la palabra requiere repetición y precisión; solamente así se puede reponer una experiencia fabricada como real y vital. Toda la película no es otra cosa que presenciar el nacimiento microfísico de la ficción.
La palisiada, Philip Sotnychenko, Ucrania, 2023.
El virtuosismo se evidencia desde el plano inicial al último: los planos secuencia, los zooms empleados con un razonamiento estético preciso, algunas subjetivas imposibles (lo que sucede con el camarógrafo subiendo a un auto en una redada policial es una proeza), como también el concepto narrativo que duplica un escenario en dos tiempos distintos indica que quien dirige acá sabe muy bien qué quiere y cómo traducir en planos sus ideas estéticas. La opacidad narrativa es programática, y resulta congruente con la investigación policial que es el corazón narrativo. El asesinado es un miembro de la fuerza policial. Hay un sospechoso, las pruebas de su responsabilidad no son del todo transparentes y, más allá de su inocencia o culpabilidad, el modelo de investigación y la resolución del caso y su concomitante castigo sintetizan una noción de justicia punitiva tan atávica como reprochable. Que La palisiada empiece en nuestro tiempo, con los hijos devenidos en adultos del psiquiatra e investigador policial que más de dos décadas atrás llevó la investigación (que es en sí el resto de la película) indica una propuesta dialéctica y comparativa entre dos tiempos políticos y culturales de Ucrania. El último plano de ese segmento inicial es tan inesperado como simbólicamente determinante, y constituye un preludio para posicionarse en 1996, cambio de tiempo que es acompañado por una textura de imagen característica de esa década. Ninguno de los planos está de más; ninguna decisión formal resulta arbitraria; la coherencia orgánica de las partes respecto del todo es admirable, y sustenta este periplo al pasado que es en sí una indagación lúcida sobre una idiosincrasia y una época de transición en la historia de Ucrania. Puede ser una película compleja para seguir debido a la información que prodiga minuto a minuto, acaso una prueba de atención e inteligencia, que está a la altura del resultado. El tono lúgubre es inevitable, pero no está exento de algún momento cómico ni de algún gesto de amabilidad entre los protagonistas que honra su amistad.
Las tierras del cielo, Pablo García Canga, España, 2023.
Un espectro recorre toda la palícula. No es exactamente el de un hombre o una mujer, o quizás sí, pero no del todo: ¿existen fuera de la ficción los personajes que solamente viven en la diégesis de un film? Un panadero, o también un poeta, una mujer y un amigo en común de una película sin nombre de la que jamás se atisba un plano alguno son nombrados como cercanos por todos los personajes de Las tierras del cielo. Existen en la memoria de quienes han visto esa película y tienen necesidad de contársela a amigos, familiares o amantes. Hay algo hermoso en aquel film citado (aunque hay otras fuentes secundarias de todo lo que se cuenta). La poesía y el amor predominan como temas excluyentes; en los créditos se revela la inspiración de ese relato que es transversal a los cinco episodios que articulan las conversaciones, algunas telefónicas, otras frente a frente. En el cine de García Canga la palabra es tan preciada como la composición de un plano. Lo que suele decirse pertenece a una orbe de lo delicado y estimula la representación. La palabra proyecta sobre la imaginación, hace aparecer un mundo. Lo que sí se ve expresamente está bajo la misma directriz: un primer plano de un rostro, una panorámica sobre la ciudad de Madrid, la entrada en cuadro de un personaje o la distribución de objetos en cada plano se conciben como un todo en sí mismo. El relato avanza concada episodio, pero hay un momento en el que los personajes coexisten en una misma línea de tiempo en la continuidad narrativa. El amor que se les dispensa en esa secuencia de cierre habla sin ambages de quién está detrás de cámara. La cámara arropa a sus criaturas de ficción: entregadas al sueño, descansan plácidamente; quizás también sean poetas o panaderos mientras dure la inmersión en el mundo de los sueños.
Reas, Lola Arias, Argentina-Alemania-Suiza, 2024
La abandonada cárcel de Caseros es el espacio elegido para que varias mujeres y personas trans que han pasado durante su vida real por la cárcel escenifiquen situaciones cotidianas, recuerdos valiosos o traumáticos y sueños legítimos en un modelo de representación lúdico y antinaturalista que combina la danza y el musical con sketches breves en los que despunta la dignidad de las protagonistas. Lola Arias había indagado en Teatro de guerra sobre la masculinidad y las heridas de combate; en esta ocasión, cambia el género, pero insiste en las lesiones que invisten el alma y el cuerpo de las detenidas, como también en atender la admirable capacidad de resiliencia, que el film detecta en el libre uso de la imaginación. En este sentido, la puesta en escena sintoniza con las fantasías de las protagonistas, operación estética que en el travelling ascendente final se explicita en todo su esplendor. Arias no desconoce la rudeza de la vida carcelaria, y bastan algunas secuencias de castigo y crueldad arbitrarias para dejar constancia de un sistema no exento de vileza, pero prefiere priorizar los diálogos honestos y varias tareas edificantes, como el hecho de estudiar abogacía en una penitenciaría o formar una banda de rock. Arias saca provecho del emplazamiento disciplinario y su estado de abandono: las reas se pasean por las ruinas de una cárcel en desuso, lo que intensifica todavía más el misterioso vitalismo que tiñe la mayoría de las escenas. La música de Ulises Conti es perfecta, al igual que todo el elenco. Yoseli Arias es inolvidable, al igual que el carismático Ignacio Amador Rodríguez.
Roger Koza / Copyleft 2024
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