FICIC 2024 (05): LOS MEDITERRÁNEOS
Las ausencias, Juan José Gorasurreta, Argentina, 2023
He aquí una película autobiográfica en la que el retratado es casi un secundario. Notable logro de la puesta en escena: el protagonista se esparce amablemente por la historia del cine y es solamente el vehículo para contar cómo puede el cine delinear una vida y ser también una memoria paralela y un contrapunto de la historia de un país. Gorasurreta nació en 1946 en Moreno, vivió mucho tiempo en Santa Fe y posteriormente se asentó en Córdoba. Descubrió tempranamente el cine, y gracias a él conoció el mundo de otro modo y asimismo se forjó como persona. En efecto, con el cine aprendió a pensar, a sentir, a desear y a reconocer la justicia. Todo eso no se dice, pero se ve y se ejemplifica incluso con fragmentos de películas, propias y ajenas, en un trabajo de montaje prodigioso, porque anuda y yuxtapone la acción propia de la memoria a las operaciones de montaje. Gorasurreta, además, ha sido un padre clave de todos los amantes del cine de Córdoba. Que en 1981 arrancara con el mítico cineclub La Quimera con un ciclo dedicado a Alexander Kluge permite comprender por qué ese espacio de difusión y conocimiento sigue existiendo: nunca especuló con la programación, siempre creyó en el espectador, jamás hizo concesiones. Esa posición intransigente permea esta película caleidoscópica, cuya trama es la vida de un hombre que ha vivido para y por el cine, como bien se declara con un tono confesional circunspecto en el epílogo. (Roger Koza)
El escuerzo, Augusto Sinay, Argentina-España, 2023.
1866. El contexto es el crepúsculo de la Guerra de la Triple Alianza. Faltan hombres en el frente y los convocados ya no son parte del ejército argentino. Pueden ser indios, gauchos, artesanos, y nunca es aconsejable desistir. Desertar se paga caro. Pero el texto no es la guerra vergonzosa en las fronteras; el tema de fondo es otro, una superstición: el escuerzo es un animal con poderes diabólicos, incapaz de fenecer. Lo que sucede con el protagonista, el más chico de dos hermanos que vive con su madre mientras el segundo ha sido reclutado, está relacionado con la maldición del anfibio. La apuesta de Sinay no reside en destituir la creencia popular, sino en profundizarla y fagocitarla cinematográficamente hasta deglutirla y digerirla para alimentar la ficción. Lo que en un momento parece un western criollo, donde el solitario héroe emprende un viaje en busca de su hermano, culmina como una alucinación permanente, como si una ciencia ficción folclórica se apoderara del relato y lo fantástico fuera propiedad legítima del imaginario de las sierras cordobesas. Película anómala para el canon del cine cordobés, el atrevimiento de Sinay pasa por eludir el revisionismo histórico en clave académica y amalgamar la aventura con la pesadilla en un escenario histórico no menos ominoso, reconocible lateralmente en el inicio y en algún que otro pasaje de la trama.
El verano más largo del mundo, Alejandra Lipoma, Romina Vlachoff, Argentina, 2024
El secreto de la ópera prima de Lipoma y Vlachoff radica en la circunspecta confianza en la amistad entre los dos protagonistas. Destituir el lugar común sobre la inexistencia de la amistad entre un hombre y una mujer no suele ser el punto de vista elegido en películas que retratan la juventud tardía y en crisis. Que el relato se desvíe de ese posible destino es lo que abre otras vías inesperadas en la trama, teñida elegantemente por una deriva policial no exenta de alguna insinuación de lo fantástico que no es otra cosa que la proyección del larvario talento literario del personaje de Jazmín Carballo, que ya está listo para desplegarse, pero aún no ha sucedido. Lo dicho hasta acá es lo menos evidente pero más interesante de El verano más largo del mundo, película que comienza con la ruptura de una relación por desamor, seguido por un impasse en la vida de la protagonista acompañada por su mejor amigo actor, quienes recalan en un parque de diversiones para interpretar a diario una obra de teatro irrisoria y ganarse unos pesos. Más evidente puede resultar la fe por parte de las realizadoras de establecer vínculos entre jóvenes de distintas edades, una virtud del relato, coraje no menos loable que el hecho de filmar en blanco y negro una historia cuyos principales destinatarios podrían desdeñar sin más la ausencia de color. Tampoco puede omitirse una preocupación ostensible por los encuadres y un deseo de sacar provecho a la hora de filmar una ciudad como Córdoba o las instalaciones entre absurdas y enigmáticas de un parque de diversiones. (
Cuando todo arde, María Belén Poncio, Argentina, 2024
El título es preciso, y no porque se trate de un incendio devastador en una zona en la que coexisten el rapaz interés inmobiliario y económico y el de los pobladores cercanos y desfavorecidos, siempre a merced de los privilegios y necesidades de los primeros. El drama acá es también ecológico, como resulta evidente desde el inicio, cuando una brigadista cansada de la hipocresía de los pudientes toma la decisión de pasar a la acción ejecutando un acto de rebeldía contra un barrio cerrado, más allá de sus tareas oficiales dedicadas a apagar incendios. Dada las circunstancias, la protagonista legítimamente indignada tiene que hacer otro aprendizaje inesperado, el cual resulta incluso más difícil que derrotar al indómito fuego, prueba de conciencia que solamente puede experimentarse ante situaciones en la que “todo arde”. El resto, cinematográficamente, está al servicio de ese aprendizaje virtuoso: el avance del fuego, el color amarillo pintando la noche, el sonido de la madera que arde y el resto de los bomberos y damnificados contextualizando un instante de toma de conciencia.
La Cumbre, Leandro Naranjo y Santiago Zapata, Argentina, 2024
“¿Qué es el cine? Una chica y una pistola”. La repetida afirmación de Jean-Luc Godard, tomada a su vez de David Wark Griffith, vuelve una vez más a tener la actualidad que nunca perdió en La Cumbre. Y ya se sabe:donde hay una chica y una pistola también hay –desde You Only Live Once hasta Pierrot le fou– un hombre y un auto. Así empieza, con un hombre y un auto, el mediometraje de Leandro Naranjo y Santiago Zapata, que expresa un inequívoco y apasionado deseo de hacer cine. Unos pocos datos le bastan a La Cumbre para presentar a su personaje, un agente de policía caído en desgracia, que carga sobre sus espaldas con un pasado que le pesa como una penitencia. El presente, a su vez, no parece más promisorio: todo lo que se le despliega a sus ojos –un patrullero a la distancia, unos faros en el espejo retrovisor, una moto que se aleja de su parabrisas- preanuncia un destino cruel, al que una ruta que semeja eterna lo lleva inexorablemente. La Cumbre, a su vez, hace de los paisajes rurales y urbanos de la provincia de Córdoba aquello que los turistas rara vez vemos: un horizonte siempre triste, gris, hostil, como un laberinto del que ya no se puede salir. (Luciano Monteagudo)
Con los ojos abiertos / Copyleft 2024
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