FICUNAM 2018 (01): DRIFT
Drift, Helena Wittmann, Alemania, 2017
Nunca se sabe del todo lo que empuja a alguien o a algo a un repentino cambio de orientación. La propia película experimenta a los 40 minutos una deriva y se fuga de su tenue hilo narrativo hacia ese espacio de la experiencia del mundo que es uno de los orígenes privilegiados de la narración: el océano. Hasta ahí, dos amigas, quizás amantes, después de compartir un tiempo libre frente a un paraje turístico en invierno, se despedirán. Una seguirá en Hamburgo y viajará al Caribe, acaso por trabajo, la otra volverá a Argentina. Eso es todo, pero Drift es más que eso.
La universal costumbre de narrar es un modo ancestral de conjurar el temor de que del paso de un instante a otro no exista teleología alguna que dé sentido al transcurrir del tiempo; el mero presente sin fin es monstruoso. La percepción a secas es interrumpida por el instinto narrativo. Todo film lucha secretamente con el poder absoluto del registro y el imperativo de organizar un plano con otro para significar. Cuando Wittmann sitúe el centro gravitatorio de su película en el mar, el monstruo celeste se apoderará de la puesta en escena. Es el fin del relato.
Por 33 minutos, el punto de vista es el del mar. La embarcación y la cámara se fusionan y los movimientos del mar se introyectan en la perspectiva. Es así como la intensificación absoluta de la percepción interrumpe el relato. El trance sustituye la crónica, las olas hacen olvidar la presencia humana. Wittmann apenas se opone introduciendo tardíamente una banda sonora tonal que renuncia a toda melodía. Es un ambiente sonoro que se mimetiza con el minimalismo sonoro del océano.
Éxtasis perceptivo y viaje sensorial; justamente en el mar, en lo otro radical de la civilización, es paradójicamente donde, quizás por temor y horror, nacen los relatos. Allí vivieron cocodrilos gigantes, monstruos marinos y otras bestias, como dicen al pasar las dos amigas; allí también vive el cine.
Roger Koza / Copyleft 2018
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