FICVALDIVIA 2023: LAS ARGENTINAS
Después de ganar el Pudú de Oro en la edición del año pasado con Sobre las nubes, María Aparicio vuelve a Valdivia con Las cosas indefinidas. La noche oscura, el frío húmedo y la lejanía del Cine Club de la UACH no impidieron que una abundante concurrencia se acercara a ver el Film Central del festival. El cobijo de la sala, espaciosa, bonita y calentita, fueron condimentos ideales para lo que íbamos a ver y escuchar. ¿Cuánta bondad puede caber en una cineasta? Con esta nueva narración del cariño, la pregunta se renueva.
Es bello el plural del título, son varias las cosas indefinidas, inatrapables y dinámicas que abarca: “es una película sobre la amistad, la muerte y el cine, tres temas grandes dentro de una película chiquita”, describió Aparicio en las palabras previas que tuvo con el público. No le falta razón a la directora, pero cabe señalar que no por chiquita Las cosas indefinidas deja de ser una película muy compleja. Eva es una montajista que está atravesando el duelo por la muerte de un viejo amigo cineasta, mientras que Rami y Pablo, dos amigos y colegas del mundillo del cine, acompañan a la mujer en los días de tránsito de esta ausencia. El hecho de que Eva Bianco (protagonista de Sobre las nubes), Ramiro Sonzini (montajista de la película) y Pablo Limarzi (actor en varios trabajos de la directora) sean el trío principal de intérpretes, dicen algo de la artesanalidad de la producción de la película. La presencia como extras de varias figuras de la cinefilia cordobesa aporta otro poroto a la idea. Con pocas piezas, la directora logra una película autorreflexiva que invita a pensarla y sentirla desde dentro. Las cosas indefinidas es una película sobre cine, desde el cine.
Aprovechando la profesión de sus personajes, la inclusión de materiales dejados atrás por el cineasta fallecido y una película en la que Eva ocupa sus días trabajando, Aparicio se las arregla para poner en pantalla diálogos que interrogan las formas contemporáneas del cine. Rami y Eva se debaten todo el tiempo acerca de los materiales con los que trabajan. Se preguntan por la intercambiabilidad de las imágenes en documentales conducidos por narraciones en off; intercambian pareceres acerca de la idea de “imágenes prueba” (planos que muchas veces ilustran esos relatos con imagenes de casas cuando se recuerda una casa o de una persona cuando se menciona a esa persona, y así…); o piensan la ontología misma de la imagen frente a los testimonios de personas no videntes que componen el proyecto en el que trabajan. Como una placa de rayos x, estos momentos dan cuenta del valor único y el fluir continuo de las imágenes y sonidos de Las cosas indefinidas. Es una película de charlas y discusiones encadenadas y sucesivas. Es el retrato de una amistad sellada por el acompañamiento inclaudicable que une a Eva y Rami, y que se mueve al ritmo lento de la confidencia medida. Las cosas indefinidas toma una estructura similar al de un sendero con bifurcaciones, paradas, descansos y miradores. El tránsito del camino marca un andar siempre progresivo, aunque camuflado por la máscara de quietud que posee el duelo. Las cosas indefinidas es una película sobre la muerte, filmada a partir de los tiempos que quedan impresos entre los vivos.
Las cosas indefinidas disimula su complejidad bajo la mirada serena de la directora. Los planos, en su grandísima mayoría quietos y con tiempos prolongados que permiten respirar un buen rato al compás de los personajes, buscan la centralidad de los rostros cuando la distancia es corta y el privilegio de las atmósferas domésticas cuando es necesario que impere la distancia. La directora y guionista centra el duelo en un puñado de espacios (una casa, una sala de edición, un aula de la facultad y algunas calles del centro de Córdoba) y les sobrepone un ritmo en el que los días se suceden apenas diferenciados por una voz en off a cargo de Aparicio que, en algunos momentos puntuales, anuncia el paso del tiempo. “Además de triste es raro”, dice Eva cuando intenta describirle a Rami los sedimentos emocionales que deja la ausencia de su amigo. El lenguaje en la película de Aparicio termina por ser siempre directo. Como en Sobre las nubes, los personajes nunca parecen dudar a la hora de expresar sus emociones y pasiones. La apertura es tal que, llegado un punto crucial en el film, la protagonista hace algo parecido a un aparte teatral para hablarle frente a una ventana abierta al ser querido y ausente. Es una escena de un desembarazamiento tal que sería insoportable, cursi o incluso cringe en manos de un cineasta que no haya empedrado rítmicamente el sendero necesario para llegar allí.
Cuando la generosidad es una poética que se abraza desde el comienzo, con sinceridad y sin dudas, porque se embandera la transparencia de la mirada como prueba de confianza para abrirse camino entre las heridas, todo se acepta. La película desinhibe los prejuicios y abre compuertas, es como el oído que se presta sin dudas para escuchar las confidencias de un amigo. Las cosas indefinidas es una película sobre la amistad, construida desde el dinamismo natural de estos vínculos. También es una película chiquita que ratifica la genialidad de una cineasta de una bondad que parece ajena a nuestros tiempos. Por suerte, sólo lo parece: ojalá mil Aparicios florezcan.
La presencia de The Urgency of Death en la Selección Oficial de Largometrajes constituye una confirmación de que Valdivia es uno de los festivales que mejor ha sabido detectar los destellos especiales del cine argentino reciente. En el pasado estuvieron en la misma competencia El auge de lo humano de Williams, Fango de Campusano o El movimiento de Naishtat, entre muchos otros títulos. Cada film que le da continuidad a este hilo de largometrajes argentinos programados en Valdivia muestra búsquedas estéticas tremendamente distintas entre sí. Hay una narrativa del cine argentino en los films que llegaron a las pantallas valdivianas: es una antología del cine singular. Entre Construcciones de Restelli y Las mil y una de Navas, pasando por las películas mencionadas o El limonero real de Fontán, se encuentra un cine que se hunde en territorios contemporáneos e históricos poco explorados de la Argentina con miradas personalísimas. Lo interesante, además, es que en esta línea de continuidad la antología podría engrosarse con aún más cineastas argentinos todavía no programados por el festival ¿Cuántos países del mundo generaron en el último tiempo cines con tal rango de modos de mirar? Seguramente pocos.
Lucía Seles es una cineasta que está creando un mundo y, con este, espectadores. Lo hace a fuerza de construir con sus películas un universo narrativo y un lenguaje completamente propios. Tras la proyección de The Urgency of Death en el Teatro Municipal Lord Cochrane, alguien relacionó lo que acababa de ver con aquella cita de Bolaño en la que el chileno manifiesta su preferencia por las obras que despiertan el deseo de habitar sus mundos. Los films de Seles tienen cualidades suficientes para avivar esa chispa.
Apenas dos planos separados entre sí por un corte virulento, modismos partículares de los diálogos o un extracto de los “fragments” que se imprimen en pantalla como pequeños poemas, son evidencias suficientes para dar cuenta de que se está frente a una película de Lucía Seles. Hay en su cine un trastocamiento del lenguaje, de la forma y también del léxico. Muchas veces parece que los personajes están a punto de decir “te amo” o “te quiero”, pero en lugar de eso dicen cosas como: “Él es una persona que se llama Ivan y es una persona que yo respeto y admiro”. En Seles, el respeto y la admiración son significantes mucho más abiertos que en el mundo ordinario. En la sesión de preguntas y respuestas, la directora fue consultada acerca de esta idea abierta de respeto visible en sus películas y que parece un suplemento, o quizás una profundización, de la idea misma de amor. Seles hizo un silencio, pareció que contuvo unas lágrimas y expresó que se daba cuenta que esa no-respuesta era la mejor respuesta posible. Desde su irrupción en el último tiempo, película a película, se vuelve cada vez más incontestable la genuinidad de la pasión romántica que traiciona a estas películas que son verdaderos paseos emocionales por las periferias urbanas argentinas.
Así como el amor y el querer se juntan e implosionan dentro de otros significantes, el lenguaje del cine de Seles da cuenta de una poética de lo descascarado. En sus películas, la neurosis late como una vena abierta, sin piel que la cubra, junto con los cariños, los temores y las dignidades de su casting. Las identidades de los personajes de Seles parecen definirse por pequeños berretines y obsesiones análogos a los que la directora busca en lo mundano con su cámara. Seles es una flaneur que sale a mirar las calles con la predisposición poética propia de una poeta negra que graba, escribe y monta para satisfacer una curiosidad íntima y misteriosa.
En un momento de The Urgency of Death, el hijo menor de una familia oriunda de Galicia que administra la cadena platense de cafeterías Ritz habla de su tremendo odio hacia los balcones. El muchacho dice que anhela vivir para adentro y señala que esta característica de apreciar al terruño es profundamente gallega. En esta película, el casting de Seles se encuentra caminando el borde del afuera y el adentro. A las claras, es una película sobre un solapamiento de duelos: en el plano de la ficción, el de una persona por la muerte de un amigo; en el plano de los “fragments”, el de la narradora por el fallecimiento de una madre; en plano de la trama de las cafeterías Ritz, el de un grupo de hombres alejados del camino de sus destinos y de su Galicia natural. Muchos planos, muchas historias. Seles es un prodigio del montaje que hilvana una orquesta de dramas con mil tramas y personajes. Así, entretejiendo, encuentra la comedia nerviosa que desfila por los dramas apasionados de un grupo de personas que sobreviven a sus tragedias. Su método común: vivir entregados a la pasión de apreciar los entornos y las aparentes pequeñeces poéticamente, todo en un territorio sobre el que Seles sigue expandiendo su mundo, espacial y gramaticalmente.
Entre Seles y Rejtman hay un gerundio de diferencia: la primera está creando, mientras que el segundo ya creó un mundo. En la tarde del miércoles, en el aula magna de la UACH, se proyectó la anticipadaísima nueva película de Martín Rejtman: La práctica. El argentino es uno de los homenajeados en esta treintagésima edición del festival que celebra su historia. Su paso en 2003 con Los guantes mágicos dejó una huella indeleble en la audiencia valdiviana que hoy se reúne en las proyecciones de la sección Cineastas en Foco para revisar los hitos de algunos nombres que forjaron la tradición del festival como Ignacio Agüero, Juliana Antunes, Azucena Losana, Sebastián Lelio, entre otros. Si podemos entender por Clásico a aquellos textos, retratos, músicas o películas que veremos, oiremos y leeremos durante toda la vida o aquellos que nunca hemos visto, leído o escuchado pero que indirectamente hemos experimentado por estar embebidos en una cultura determinada, la obra de Rejtman reúne muchas condiciones para hacerse de esa distinción. El slogan del festival (“Los clásicos del futuro”) se comprueba, al menos dentro de la cultura del país del cine, en su figura. Martín Rejtman es un cineasta que creó un lenguaje y La práctica es una metáfora perfecta de su ecosistema.
En términos propios de la crítica valorativa de los diarios, La práctica es una película muy lograda. El argentino consigue diseñar una obra que enarbola una estilo y que toca la comedia a partir de las pequeñas desgracias de su protagonista. El título de la película hace referencia a la profesión del personaje principal, un profesor de yoga argentino radicado en Santiago de Chile, recientemente separado y en tránsito de una leve depresión. Como siempre en Rejtman, los personajes y las tramas se abren en ramificaciones que se cruzan y tocan a medida que crecen durante el metraje. Rejtman se inserta en el mundillo de una burguesía abajista que cura sus penas con retiros espirituales en la montaña, compras de muebles de diseño o relaciones amorosas desapegadas. El resultado es una película donde la gracia radica en el patetismo y la autoparodia. En la sesión de preguntas y respuestas, Rejtman confesó ser un asiduo practicante de yoga y contó que una de sus principales motivaciones para este proyecto era filmar, no tanto la práctica de la disciplina, sino a personas paradas de manos.
Con La práctica, Rejtman alcanza el final de un camino que empieza por la curva en la cual los gestos autoristas reconocibles se convierten en un estilo y que luego llega a un punto en el cual el estilo forja algo parecido a una fórmula. La cual luego muta, siguiendo en la insistencia, en un cierto horizonte de expectativas inamovible. Entre gente de cine, hablar de lo rejtmaniano tiene significados claros: una cadencia vocal precisa, una acidez humorística determinada y una forma de encuadrar distante y desafectada. La práctica rutinaria, repetitiva y draconiana del yoga, comparte muchas cosas con lo desplegado en Dos disparos, Shakti y La práctica. Como el protagonista yogi de esta última película, un incansable practicante que nunca alcanzó el samadhi, Rejtman prosigue con la frecuencia media y constante de las leyes del cine que creó.
En estas películas realizadas luego de los desvíos felices que significaron Copacabana y Entrenamiento elemental para actores, el retorno a la pureza de lo rejtmaniano, cimentado en sus films noventosos, aparece de forma casi nostálgica, como un estilo fantasmático. El machacamiento de un estilo no es un problema per se, no todo es correr atrás del summum de las experiencias o la búsqueda constante de la renovación ontológica. En el andar reiterado y el amasamiento continuo siempre pueden aparecer luces y sombras (La práctica tiene bastante más de lo primero que de lo segundo), momentos mejores o peores, pero siempre dentro de límites bien definidos. Lo que tiene Rejtman es más de lo que muchos cineastas consiguen a lo largo de su carrera: una manera efectiva y airosa de hacer películas. Ahora bien, el riesgo del horizonte inamovible y contenedor de un estilo amañado es que esto guarda el germen del achanchamiento y de una comodidad estética que entrega placer nostálgico como novedad.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2023
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