HAMBRE Y ARTE

HAMBRE Y ARTE

por - Ensayos
13 Mar, 2024 06:11 | 1 comentario
Cine del presente, de este presente, también del reciente, ante una encrucijada.

“Se terminaron los años en los que se financiaban festivales de cine con el hambre de miles de chicos”: así concluye un comunicado del Ministerio de Capital Humano en relación al INCAA, donde se anuncian oficialmente los primeros recortes, en lo que desde la campaña presidencial prometía ser un cierre o, en su defecto, un vaciamiento. Podemos leer esa ya  habitual referencia al hambre como “el último argumento de un canalla”, como decía Samuel Johnson, pero también como un signo de estos tiempos cínicos y de la falta de una respuesta adecuada.

Recordemos que en septiembre de 1989 el flamante gobierno de Menem decretó la «ley de emergencia económica», que dio inicio a una larga serie de latrocinios, que afectaron también los fondos del Incaa. Uno de los slogans de la campaña presidencial demandaba votarlo por “los niños pobres que tienen hambre” y “los niños ricos que tiene tristeza”, y ciertamente el menemismo aumentó la pobreza y redistribuyó la riqueza en favor de los privilegiados, prosiguiendo la obra de la última dictadura, continuada luego por el macrismo y ahora último experimento (anarcocapitalista más que neoliberal), que intenta ser el golpe de gracia refundacional: dejar por fin un país pobre, material y simbólicamente,  que ni siquiera se pregunte (como la India, “un país demasiado pobre para darse el lujo de no invertir en ciencia”) por su desarrollo industrial y cultural. Es decir, encontrarse finalmente con su destino sudamericano, y ser apenas un país exportador de materias primas, con una población mayoritariamente sujeta a precios europeos y salarios africanos. Con la pobreza estructural dejada por los modelos neoliberales cada vez más alta, y rondando ya otra vez el 60%, el hambre es una profecía autocumplida. Pero que los cínicos usen como excusa la situación que ellos mismo han creado, no la hace menos acuciante. Y la pregunta sobre qué cine (o arte en general) es posible en un país empobrecido, no es menos pertinente.

Hachero nomás

En una entrevista publicada por Le Monde en 1964, Sartre declaró: “Lo que lamento de La náusea (1938) es no haberme jugado por entero. Lo que me faltaba era el sentido de la realidad. Desde entonces he cambiado. He hecho un lento aprendizaje de lo real. He visto niños morirse de hambre. Frente a un niño con hambre, La náusea no tiene peso”. Las respuestas no se hicieron esperar, pero no voy a reseñarla aquí (esas intervenciones fueron publicadas en castellano ese mismo año por la editorial Jorge Álvarez con el título Los escritores contra Sartre). Lo que me interesa señalar es que fue más fácil la indignación que el malentendido. Algo parecido sucedió con una intervención de Adorno por esos mismos años, cuando enunció que “después de Auschwitz no es posible la poesía”: no se trata, evidentemente, de que no haya más poesía, sino de la necesaria conciencia de escribir en la catástrofe.  

Por aquellos mismos años, Glauber Rocha planteó su “estética del hambre”. En ese manifiesto escribió: “nuestra originalidad es nuestro hambre y nuestra mayor miseria es que este hambre, siendo sentido no es comprendido”. ¿Glauber, lector de Kafka? En el cuento “Un artista del hambre”, un ayunador de  circo “vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por el mundo, en una situación de aparente esplendor; mas, no obstante, casi siempre estaba de un humor melancólico”, y al morir es remplazado en su jaula por una joven pantera joven, cuyo “noble cuerpo, provisto de todo lo necesario para desgarrar lo que se le pusiera por delante, parecía llevar consigo la propia libertad”. Pero no voy a prodigar más interpretaciones y metáforas, como las que suele hacerse en torno al “hambre de gloria”. ¿Tuvo hambre –de cualquier tipo– el cine argentino?

Curiosamente, el menemismo no lo descuidó. Gracias a la ley de cine del 94, en vez de seguir el común destino de extinción de toda industria, el cine logró crecer en un país con un hambre creciente (como Hollywood en medio de la depresión de los años 30, salvado las enormes distancias). Mariano Llinás no se cansa de repetir (como vuelve a hacerlo en el reciente dossier de Cahiers du cinema dedicado al cine argentino) que los 90 fueron una época excepcional, y ciertamente lo fueron, a contramano. Por el contrario, tras el estallido de 2001 y la reconstrucción económica de los primeros años kirchneristas, el cine volvió a ir de la mano del crecimiento general, teniendo una suerte de segunda “época de oro” (nombre que se le dio a nuestros propios años 30 cinematográficos), la que ahora estaría llegando a su fin. Pero ese acompañamiento tuvo un curioso precio: el cine dejó de lado la política como nunca antes desde los previos retornos democráticos. Los motivos son varios: desde haber dejado ese retorno de la política en manos del gobierno, al temor de que hablar de política (como vemos de modo más claro hoy) pudiera afectar sus intereses. Pero, como suele decirse, si uno no se mete la política se mete con uno. Es lo que estamos viviendo. Y el cine también es responsable. Me refiero tanto a la industria como a los independientes, a los cineastas como a sus films.

Hachero nomás

“Mantenete tus caprichos burgueses y palermitanos con tu guita”, responde un troll a uno de los mensajes que intentan explicar la importancia del Incaa. La derecha nos corre por izquierda, digamos, mientras los defensores del cine argentino postean frases de La hora de los hornos. Y ya sabemos, ya vi(vi)mos, cómo avanza la derecha: sobre lo no realizado por izquierda. Pero no, no se trata de hacer una tardía remake de ese film de Solanas y Getino que todos citan y nadie sabría ya continuar a la medida del presente. Pero si no se responde al hambre con una estética, tal vez el cine sea tan inútil como La náusea.

Posdata: hablo del cine mismo. Habría mucho más que decir sobre las posiciones públicas de quienes lo hacen. César González tuiteó hace unos días que “al menos con esto del INCAA quedará en claro quién es quién dentro de la ‘gran comunidad cinéfila argentina’. Quién no reaccione, quién no se pronuncie, es cómplice de esta aniquilación cultural”. Pero este ataque no es nuevo, y ya contó (y creció también gracias a) un silencio cómplice que creció alrededor de los por el contrario voceros oficiosos del odio. Esperemos no olvidarlo, al menos cuando se escriba la historia de esta muerte anunciada.

Nicolás Prividera / Copyleft 2024