HIJOS DE ESTE MUNDO

HIJOS DE ESTE MUNDO

por - Ensayos
21 Sep, 2024 01:27 | Sin comentarios
Tres películas emblemáticas de nuestro tiempo, tres jóvenes cineastas.

En una entrevista concedida semanas atrás por el activista ecosocial mexicano, Gustavo Castro Soto, el entrevistador comentó “¡¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?!”. El estupor hacía referencia a los temas tratados: la emergencia ambiental, la crisis de las democracias (apropiadas por ultraderechistas y fascistas), la depredación del humanismo. La respuesta de Castro fue lacónica: “El problema no es qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, sino qué hijos vamos a dejar en este mundo”. 

Desde hace pocos años, algunes realizadorxs argentines, empezaron a explorar esos escenarios sociales en películas que, sin ofrecer respuestas ni prospectos, exhiben las novedades de una existencia que se hacía visible materialmente, más allá de las bibliotecas anticipatorias. Esos proyectos audiovisuales, dan cuenta de transformaciones en los jóvenes que abarcan desde prácticas culturales diversas (cómo se visten, qué música escuchan, qué películas miran, cómo hablan o cuánto callan), modos de interactuar entre amigues y/o parejas, preferencias políticas (o el rechazo de cierta política), maniobras de construcción de subjetividad y de intercambio sexual, la relación con el trabajo y el dinero, la ausencia de un entorno adulto(familiar, escolar, laboral) confortable. En varias de estas realizaciones, predomina una mirada clasista y situada sobre los personajes jóvenes. Chiques de clase media baja o baja, habitantes del conurbano bonaerense o de barrios indeterminados de la Ciudad de Buenos Aires. 

En la mayoría de los casos, el telón de fondo deja ver una crisis mayor (que al día de hoy Maristella Svampa define como “policrisis civilizatoria”) cuya raíz, en nuestro país, habría que datar en 1976. Claro que, al abrir el foco al resto del mundo, la fecha clave es fines de los años 80 y una secuencia de circunstancias de distinto signo: la caída del Muro de Berlín, la intensificación del neoliberalismo, la defunción del capitalismo industrial. 

Voy a ocuparme de tres realizadores y tres películas singulares: Tatiana Mazú González (Todo documento de civilización, 2024), Manuel Embalse (Las ruinas nuevas, 2024) y Francisco Lezama (Un movimiento extraño, 2024). La primera abrió la edición 2024 del Doc Buenos Aires, la segunda se estrenó en el marco de ese festival y la tercera, tras ganar el Oso de Oro en el Festival de Berlín (Mejor Cortometraje), se exhibirá en el MALBA durante el mes de septiembre. 

Todo documento de civilización

Todo documento de civilización

En el título de la película de Tatiana Mazú González relampaguean renglones de Antonio Gramsci y Walter Benjamin en los que afirmaron, respectivamente, que la cultura (siempre) es hegemónica y que, en ese sentido, puede engendrar la barbarie en su propio seno. Esas dos ideas son los pilares de concreto sobre los cuales la realizadora construyó un edificio documental que, sin embargo, no renunció a la experimentación formal. 

Los bordes borrosos de la película, la cámara fija encuadrando la General Paz de perfil, al atardecer. El contraste entre el tiempo interrumpido (la historia inmovilizada por la violencia institucional) y el movimiento incesante (fugaz) de autos y de colectivos sobre la autopista. La pantalla negra cuando Mónica Alegre narra que, a los catorce años, su hijo Luciano Arruga fue desaparecido, torturado y asesinado por la Policía. Que a Luciano le gustaba leer novelas de Julio Verne y que quería conocer el mar. Que ella, todavía no puede llenar con certezas el intervalo entre la desaparición y la muerte del adolescente (un fuera de campo dentro de otro fuera de campo, dentro de otro fuera de campo).

La colección de recursos formales (los mencionados son apenas algunos) montados de manera virtuosa no intenta embellecer lo intolerable. Por el contrario, obliga al relato visual a anclarse en la historia de Luciano y todas las derivas imaginables de ese acontecimiento: ¿un pibe desaparecido en democracia? Sí. 

La destreza de la estrategia, refuta la sentencia adorneana: “Ninguna poesía después de Auschwitz”. En cambio, sí parece tomar en cuenta la advertencia de Harum Farocki, en los primeros planos de El fuego inextinguible (1968):  “Cuando le mostremos fotografías de las víctimas del napalm, usted cerrará los ojos. Cerrará los ojos a las fotografías. Después cerrará los ojos a la memoria. Y después cerrará los ojos a los hechos”. 

En efecto, Todo documento de civilización recurre a las herramientas de representación audiovisual para transformarlas en ideas cine. Es decir, en ideas políticas que, a través de imágenes, describen las contradicciones (y contraindicaciones) del “sistema”, a la vez que definen la política (el para qué) de una película. La historia y el presente del terrorismo de Estado en Argentina es el gran fuera de campo que encuadra la película de Tatiana Mazú González y que mantiene los ojos bien abiertos del/la que mira.

En la presentación en el Doc Buenos Aires, refiriéndose al proceso de realización y montaje de Todo documento…, la realizadora explicó: “No quiero una película clara… la búsqueda de la verdad es oscura. Ver más no necesariamente es ver mejor. Ensuciar las lentes, los vidrios, el grano de la película. Buscar el sentido de la oscuridad…”. 

Todo documento de civilización informa, acaso, de la mirada generacional sobre el Estado y la impunidad de la que gozan los dispositivos de control. El paisaje contiene muchos interrogantes para que cada espectador/a los encuentre y haga algo con ellos. 

Las ruinas nuevas

Las ruinas nuevas

En su película, Manuel Embalse también deposita su mirada sobre desechos generacionales: la basura contemporánea producida por el descarte de dispositivos electrónicos. Autoconcibiéndose un arqueólogo, el realizador emprendió una investigación durante la cual reunió registros —tomados con un celular y una cámara fotográfica— en Buenos Aires, Río Turbio (Santa Cruz) y Lima (Perú), entre 2012 y 2023. La carpeta alojó imágenes de circuitos integrados, cables, monitores, carcazas de CPU, teclados, pantallas de y celulares, entre otros dispositivos desmembrados. 

En esa década (quizás desde la anterior y, sin dudas, hasta el presente), la velocidad de acumulación de basura electrónica fue/es proporcional a la de las actualizaciones tecnológicas de artefactos informáticos, fotográficos y telefónicos. Es ahí cuando la película cobra carácter político al exponer y denunciar la naturalización de la “obsolescencia programada”.

Subrepticiamente, Embalse sacude al espectador con interpelaciones implícitas: las personas compran (consumen, acumulan) objetos que se fabrican con vencimiento anunciado. Gastan su dinero para volver a gastarlo, inexorablemente, en su propio detrimento. Esta idea, que sobrevuela Las ruinas nuevas, parece sincronizar con el concepto de “realismo capitalista” enunciado por Mark Fisher: “… la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa”. O alguna otra de Byung-Chul Han: “La autoexplotación es una explotación sin dominación, porque se realiza de forma totalmente voluntaria. Y como está bajo el signo de la libertad es sumamente efectiva. Nunca se constituye un colectivo, un nosotros, que pueda alzarse contra el sistema”.

Acumulación y descartes frenéticos a los que les calza muy bien la estética del videoclip, así como la demora de los ojos y los oídos que promueve el relato en off para dar lugar a la reflexión sobre lo que están mirando y escuchando. Finalmente, Las ruinas nuevas es un ensayo simple y poético sobre una postal del presente cuya dimensión política, según Manuel Embalse, reclama una respuesta en común: “Quizás… querido espectador, es hora de organizarnos”.

Un movimiento extraño

Un movimiento extraño

A diferencia de las anteriores, Un movimiento extraño va directo al grano: lo que se cuenta es de qué trabajan, qué valor le otorgan al dinero (que, inexorablemente, es el dólar), como gestionan los vínculos de afecto y/o de satisfacción sexual, cómo transcurren los días de jóvenes contemporáneos. En rigor de verdad, la película de Francisco Lezama —por numerosas arterias, ligada a sus cortos precedentes: La novia de Frankenstein (2015) y Dear Renzo (2016)—, no define pero presume la perspectiva histórica que explicaría tal estado de situación. 

Los personajes son chicas y chicos de clase media en declinación, nómades en más de un sentido: migran de país, de empleo, de vivienda, se desplazan con maletas, no parecen anhelar alguna forma de arraigo. Otro rasgo en común es que sus ocupaciones no son de carácter productivo sino de servicios: formalizar el check in y el check out de turistas en casas de alquiler, ocuparse de la seguridad de fábricas o instituciones, ofrecer servicios sexuales, intermediar en el cambio de moneda extranjera.

Un movimiento extraño, en particular, transcurre en 2019. La protagonista es guardia de seguridad y manipula un péndulo para confirmar intuiciones (que habrá un robo en el museo) o develar porvenires (que el dólar va a dispararse). Lo primero no se confirma, lo segundo sí. Es a través de estos desvíos que emerge el contexto de realidad, los ecos de una historia real que si no esas criaturas, sus mapadres han experimentado. 

Algo similar sucede en uso del lenguaje: todes les protagonistas hablan el castellano aunque sólo algunes dominan el inglés. Ese circunstancia, aparentemente menor, establece jerarquías de poder entre las y los personajes, pero además, informa de la circulación de mentiras encubiertas por la confianza que les une. 

Las películas de Francisco Lezama se mueven en el borde de un humor seco (“a lo” Dino Buzzatti) que confirma la idea marxista de que la segunda repetición de la historia es, sin duda, una farsa. No obstante, la risa es apenas un movimiento efímero (una respuesta posible a los estímulos que la película dispara) que se derrumba al contacto con la memoria y con el presente. 

Un movimiento extraño es una película que no juzga ni condena a sus personajes. Los desenvuelve en lo que podría ser un aguafuerte generacional. Un espejo para les espectadorxs. Un réquiem para un mundo que ya no es.  

María Iribarren / Copyleft 2024