HISTORIA Y CRÍTICA

HISTORIA Y CRÍTICA

por - Ensayos
17 Ene, 2024 10:26 | comentarios
Breve introducción a un problema para la crítica respecto de cómo escribir sobre el presente, dilema que empezó con la literatura y hoy concierne a quienes escriben sobre cine y no solamente sobre su historia.

En su monumental y puntillosa Mímesis, Erich Auerbach menciona al cine sólo un par de veces. Esto no es inesperado, siendo su subtítulo La representación de la realidad en la literatura occidental, y teniendo en cuenta que las historias del arte lo ignoran (salvo la de Arnold Hauser, cuyo último y concluyente capítulo se titula “Bajo el signo del cine”). Gombrich y Hauser publicaron sus respectivas historias a inicios de los años 50, poco después que Auerbach, que escribió su estudio durante su exilio en Estambul, en plena guerra mundial. Y más allá de sus diferencias (la de Gombrich es una historia de las artes plásticas, mientras que Hauser al igual que Auerbach toma como base a la literatura) todas parecen partir de la misma necesidad refundacional: dar cuenta de esa cultura que había sido llevada al borde de la extinción por la nación más culta de Europa (y bajo cuyo influjo se habían formado). 

Auerbach da cuenta en su epílogo de la difícil situación en que escribió, pero a la vez invocándola como imperioso origen de la escritura, dedicándosela a sus “amigos sobrevivientes”: el libro no pretende ser una historia exhaustiva de la literatura, sino de “la interpretación de la realidad a través de la representación literaria”.  Lo que le interesa a Auerbach es hacer la historia del desarrollo de la “mímesis” occidental, en un abanico que va de Homero a Proust (pasando por Dante, Shakespeare, Cervantes y otros momentos notables). Pero el punto clave de su análisis es el que llega 400 páginas después del inicio, con el capítulo en el que hallamos la primera mención al cine. Dice Auerbach: “Si tenemos presente que el realismo moderno serio no puede representar al hombre más que como inserto en una realidad total, en constante evolución político-económico-social –como sucede ahora en cualquier novela o película–, habremos de considerar a Stendhal como un fundador”.

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Es decir que esos 2500 años de literatura encontraban su coronación ahora “en cualquier novela o película”, resumiendo sus dos ejes centrales: la superación del dualismo alto-bajo y a la vez la confluencia entre conciencia y mundo. Ya en Schiller encuentra Auerbach “el primer intento de hacer resonar en un destino particular toda la realidad del momento”.  Pero Stendhal es el primero que “vive la realidad de su tiempo como una resistencia”, y que desde ahí prefigura a Baudelaire, Flaubert, y hasta las vanguardias históricas del siglo XX. Se trata entonces de dos movimientos confluyentes: el de la representación “seria” de lo real cotidiano, y a la vez una perspectiva crítica de ese orden social (lo que puede resumirse en lo que Lukacs llamará “realismo crítico”).

Como sugiere la solitaria mención de Auerbach y propone el capítulo final de Hauser, el cine viene a coronar ese proceso, en tanto se encuentran en él las características de las vanguardistas novelas de entreguerras: estratificación del tiempo y cambios del punto de vista. De ahí el interés de las vanguardias por el cine, y su influencia en la literatura, de Joyce a Woolf. Sin embargo, Auerbach asume que “el escritor piensa aprovechar en la novela las posibilidades estructurales que ofrece el cine, lo que sería un empeño vano, pues una concentración de espacio y tiempo como la que el cine es suceptible de alcanzar –por ejemplo la representación de un grupo humano desparramado por muchos lugares, mediante algunas imágenes y en pocos segundos– no puede conseguirla por sí sola la palabra”. Y agrega: “La novela ha conocido por el cine, más claramente que nunca, sus límites”, que le son impuestos por el lenguaje mismo, “así que los términos se han invertido, y el drama cinematográfico poseé posibilidades mucho mayores para la estructuración espacio temporal del tema”.

La esperanza en el cine como arte inicia y a la vez es puesta en duda en esos años. Pues aunque igualmente “evolutiva”, hasta la constitución de un lenguaje propio en el no en vano llamado clasicismo, la historia del cine no resume esos 2500 años en 100. La gran paradoja del cine es que en él vanguardia y clasicismo se dan juntos, para culminar en el triunfo de la “mímesis”. Seguirá entonces habiendo películas como sigue habiendo novelas, pero serán deudoras de la cumbre realista del siglo XIX: el cine sigue debiéndole más a  Griffith que a Eisenstein (quien fue el primero en advertir esa relación entre cine clásico y novela decimonónica).

Lo que cambia es el ejercicio de la historia y crítica del arte, consciente ahora no sólo del historicismo (y sus límites), sino del propio rol del crítico en esa historia: “Es tarea del historiador hacer inteligible lo sucedido. Es tarea del crítico criticar lo que sucede. Uno de los problemas más serios al tratar de escribir la historia del presente es que ambas funciones se confunden”, dice Gombrich. Auerbach ve una relación entre el presente de la novela y el de la crítica: “En este desplazamiento del centro de gravedad, se expresa algo así como una transferencia de confianza: se concede menos importancia a los grandes virajes internos (…) para proporcionar algo decisivo en relación al tema; en cambio, se cree que en lo seleccionado arbitrariamente del transcurso de la vida está contenida toda la sustancia del destino, y este puede representarla”. Y compara luego este procedimiento novelesco con su propio trabajo crítico: “Me hubiera sido imposible escribir algo así como la historia del realismo europeo; abrumado por las materiales, encausado en discusiones interminables sobre los confines de las diversas épocas, sobre la clasificación de cada escritor en ellas (…) Finalmente, las ideas que guían mi investigación, y me han movido a emprenderla, hubieran desaparecido por completo bajo la masa de datos materiales, conocidos de antiguo y que pueden ser consultados en cualquier manual”. En cambio, encomia “el método de dejarme llevar por algunos motivos elaborados poco a poco y sin propósito deliberado”. Sin renunciar al afán totalizador, Auerbach asume a la vez lo fragmentario del proceso (tal como Benjamin ya lo planteaba): como el cine, la crítica también es producto de un trabajo de montaje. 

Nicolás Prividera / Copyleft 2024