MARRIAGE STORY / HISTORIA DE UN MATRIMONIO

MARRIAGE STORY / HISTORIA DE UN MATRIMONIO

por - Críticas
22 Dic, 2019 11:57 | 1 comentario
Una lectura a fondo de una de las películas del momento con una inesperada deriva comparativa a uno de los grandes estrenos del año.

Hace unos días Marcos Vieytes compartió un video en el que Quentin Tarantino hace una introducción de Easy Rider para un ciclo televisivo. Hablando sobre quienes coleccionaban posters de películas en su juventud, Tarantino hace una distinción entre cinéfilos y francófilos. Es un comentario jocoso, sin verdaderas intenciones separatistas, pero no deja de revelar algo sobre la insularidad de la cultura cinematográfica de los estadounidenses (incluso para un tipo con un gusto cosmopolita como Tarantino). En ese contexto, donde las expectativas del público y las prácticas industriales demandan un estilo bastante demarcado, con demasiado celo por su tradición; un director o una directora con influencias europeas salta a la vista. Noah Baumbach, que ha incluido en sus películas citas u homenajes a Truffaut, Godard y Carax (y que tiene un hijo que se llama Rohmer), es un francófilo.

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La última película de Baumbach, Historia de un matrimonio, es la historia de un divorcio. Nicole (Scarlett Johansson) y Charlie (Adam Driver) son una pareja de artistas, él es un director de teatro independiente de prestigio y ella actriz protagónica de sus obras. Cuando comienza el relato, Nicole y Charlie ya transitan la separación, que irá de una mediación amigable a un juicio en el que intervienen abogados despiadados, donde la disputa por la tenencia del hijo y las demandas económicas de ambas partes conducen a la fractura total, que destapa un hormiguero de resentimientos, los magnifica y crea nuevos traumas y reproches. * La película se conduce lentamente a una escena que sería algo así como el clímax, por lo menos por intensidad y miserabilidad, donde Nicole y Charlie, sentados en el living de su departamento de soltero, se dicen de todo (él es especialmente venenoso y un poco perturbador en su violencia hacia ella, pero la película no lo problematiza particularmente). Por fortuna, el relato alterna los momentos más malvados con gestos amorosos y salidas humorosas, que corren a la película del espectáculo de bajezas humanas. El comienzo, donde Charlie y Nicole leen cartas donde dicen lo que aman de su (ex) pareja, es un gesto de generosidad hacia los personajes y el público. Del final nos ocuparemos más adelante.

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Eso que llamo el clímax, puede no serlo. O si lo es, viene demasiado pronto respecto a la fórmula dramática que respetan casi todas las películas de Hollywood. No es fácil precisarlo ya que la narración es una serie de leves desplazamientos respecto a esa forma de contar. La trama no avanza tanto por la lógica causa-efecto y persecución de metas que prescribe la tradición hollywoodense, como por grandes elipsis que marcan distintas etapas en el proceso de separación. No es que se abandone la cadena de causas y efectos, pero se hace un poco más débil y hay más hincapié en los cambios sentimentales, del amor al odio y viceversa, los matices de las emociones experimentadas entre esas dos personas que compartieron una década y media juntas. Las elipsis, que diluyen la importancia de la cadena causal, le dan mayor autonomía a las escenas que, a pesar de su inmediatez naturalista, están trabajadas con mucho cuidado, desde el guion, la puesta en escena y las actuaciones.

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Ese trabajo hace evidente la mano de Baumbach, el francófilo. Identifico acá y en los trabajos de otros francófilos el gusto por las primeras películas de la Nouvelle vague, que toma de ella una serie de rasgos formales que no inventaron aquellos directores franceses, pero que en conjunto fueron puestos al servicio de una forma original, anti-académica y polémica respecto a su tiempo (cinematográfico, pero a veces también social y político). Ahí aparecen los saltos abruptos entre escenas, los jump cuts, los encuadres que cortan la simetría y los cuerpos retratados de maneras poco ortodoxas, la urgencia de la cámara en mano que contrasta notablemente con los planos fijos y otros recursos que rompen con las reglas de equilibrio clásico. Baumbach puede tomar cualquiera de estos recursos e incorporarlo fluidamente a una de sus escenas, de manera tal que dota de energía a pasajes que consisten sencillamente en dos personajes hablando, llama la atención sobre su propia habilidad como realizador y no rompe con el sistema naturalista con el que construye su relato. Es un director elegante, que hace del plano-contraplano (tantas veces sinónimo de la salida económica y la pereza creativa) un recurso para aislar a cada personaje en su propio mundo emocional, para mostrar todo lo que los une y todo lo que los separa, para prolongar instantes que condensan los dramas más profundos de sus protagonistas. En esta película, es Truffaut es quien funciona como el referente más claro de Baumbach, que incluso escribió un pequeño ensayo sobre Domicilio conyugal para la colección Criterion. En ese film de 1970, Truffaut ya había limado cualquier aspereza que se pudiera asociar al legado de la Nouvelle vague, ahora adaptado a un drama doméstico que, sacando algunos pasajes brillantes, no venía a presentar ninguna novedad, no tenía una intención moderna o disruptiva, sino que era una forma de cine costumbrista y comercial actualizado a nuevas convenciones. Parafraseando a Nicolás Prividera, Baumbach no mató a Antoine Doinel.

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Veamos un ejemplo de Historia de un matrimonio. Nicole y Charlie llegan a su casa luego de la última función de la obra en la que trabajaron por varios años. Él comenta sobre un pasaje particular de la actuación y ella dice que intentó llorar pero que no le salió, que nunca le sale llorar en escena. Nicole le da las buenas noches y se dirige a su habitación (ya duermen separados). La cámara le dedica un primer plano mientras la sigue y, una vez fuera de la vista de su marido, su expresión cambia completamente y deja salir toda su tristeza. En el instante en el que suelta una lágrima suenan las cuerdas de la banda sonora que compuso el gran Randy Newman. Esa irrupción repentina de la música es una de las marcas autorales más reconocibles de Godard. En una película de JLG, además de reforzar el carácter discontinuo y de collage de su particular forma de lirismo, esa irrupción llama la atención sobre el proceso de construcción de imágenes y sus implicancias. Allí escucharíamos el fragmento cortado violentamente, subrayando su carácter entrometido. En el caso de Baumbach, la música arropa gentilmente a su personaje y es simplemente una floritura en la que se lucen
el director y la actriz (que nos señala que es mejor que la actriz que representa en la ficción). **

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Historia de un matrimonio obviamente no es solo un vehículo para su director, sino también para sus estrellas. Johansson y Driver se lucen tanto en conjunto como separados. En distintos momentos la cámara reencuadra algún plano general para enfocarlos en solitario y convertir el diálogo en un virtuoso monólogo. El particular talento que tienen estos intérpretes es el de imitar las emociones humanas, representarlas de manera naturalista (vivirlas, para los creyentes del Método). Sus personajes son verosímiles, detallados, tienen gestos característicos y son consistentes con el tono de las escenas. Dos actores fabulosos en ese registro, con un imán para los Oscar y los premios de esa calaña. Aun así, los momentos en los que la película toma aire son aquellos en los que intervienen los personajes más estereotipados y cómicos, representados por los abogados. Laura Dern y Ray Liotta como los tiburones legales y Alan Alda como el letrado más conciliador, acaso al borde de la senilidad, pero entrañable (el resultado del pleito lo redimirá y le dará la razón). La trama ligada a los abogados, que pone a la película más cerca del género, de la comedia y del thriller legal, la aleja del ejercicio de Actor’s Studio y carnada de premios de la Academia.

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Francofilia y cierta libertad narrativa aparte, el final de la película deposita a la película en sólido terreno hollywoodense. Es el momento de la reconciliación, el aprendizaje de los errores y el encuentro del texto con el subtexto. Antes de eso viene una secuencia deliciosa que utiliza dos canciones que compuso Stephen Sondheim para Company un éxito musical de Broadway de 1970. Por un lado Nicole, ahora una actriz y directora exitosa lejos de la sombra de su ex, en una fiesta con familia y amigos, interpreta junto a su madre y su hermana You Could Drive a Person Crazy (con coreografía incluida). Un momento luminoso, donde luce todo el carisma de Johansson (y Julie Hagerty y Merritt Wever, fantásticas también en todas las escenas en las que participan). Luego de eso es el turno de Driver, que está con sus amigos del teatro contando la resolución del divorcio. En el bar penumbroso hay un piano y un micrófono abierto. El pianista comienza las primeras notas de Being Alive, la canción de cierre de la obra de Sondheim. Podríamos decir que la película se convierte en un musical, echando mano a ese recurso en iguales partes gratuito (que está ahí por el mero placer del canto) y necesario (que pone de manifiesto las emociones más profundas del protagonista, que no puede expresarlo en la conversación), pero nunca abandona el verosímil que construyó toda la película. La interpretación de Driver es sensacional. Es graciosa (cuando hace los múltiples personajes que intervienen en la escena) y conmovedora (el resoplido al terminar la canción es devastador, y la incomodidad al agarrar el micrófono uno de esos pequeños gestos que diferencian a Driver como actor de otra categoría, que no sólo actúa con su rostro, su voz y sus ojos, sino también con sus manos). Podríamos proponer esta secuencia entonces como el clímax de la película. Baumbach en una entrevista con The Guardian señala este pasaje como el momento en el que, además de contrastar las situaciones de cada uno, los protagonistas “encuentra su voz”, ya definitivamente separados del otro. Es paradójico que el momento en el que sus personajes hallan su expresión personal, Baumbach tiene que servirse de la voz de otro autor. No es una relectura muy inspirada, si pensamos que Being Alive ya ponía en palabras la educación sentimental de su protagonista. Es un lindo homenaje, pero también un atajo de la imaginación. Este préstamo es sintomático, a la vez que permite un momento potente encarnado en la actuación de Driver, señala el límite de Baumbach como director.

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Cerca del lanzamiento en Netflix de Historia de un matrimonio, se estrenó en los cines argentinos Sinónimos, el último largometraje de Nadav Lapid (que cuenta con otras dos grandes películas anteriores, Policeman y La maestra de jardín). Sinónimos cuenta la historia de Yaev, un israelí que luego de hacer el servicio militar se exilia en París, escapando de un Estado que define en sus propias palabras cómo “abominable”. Yaev vive distintas aventuras en la capital francesa, en una narración que progresa difusamente al punto que parece casi episódica. El actor principal no es una estrella sino un debutante. Aun así, su actuación es consagratoria aunque más no sea por despliegue y entrega a la cámara. No vemos una interpretación de la escuela naturalista que es la norma del cine industrial, sino una mucho más física y menos psicológica. El cuerpo de Tom Mercier, macizo, fibroso, pero absolutamente elástico, está en función del plano, de su composición estática o de su movimiento. El personaje que encarna Mercier evidencia su construcción ficticia en cuanto claramente es un vehículo de los mensajes de su director, pero lo curioso es que esos mensajes tienen una gran dosis de enigma. Paradójicamente, una construcción transparente (en relación, por ejemplo, a la de los protagonistas de Historia de un matrimonio) es al mismo tiempo opaca y misteriosa. El hecho de rodar en Francia parece haber despertado la francofilia de Lapid, que hace su propia relectura del estilo francés de la Nouvelle vague. A diferencia de la película de Baumbach, aquí el legado de esa tradición moderna se respeta, no siguiendo un manual de estilo, sino retomando su espíritu polémico. La historia de Yaev, el israelí que se niega a hablar hebreo y se enfrenta al adoctrinamiento hipócrita del ciudadano francés, se sacude en planos vibrantes que siempre buscan una manera de mantener alerta la curiosidad. Su política de las imágenes se encuentra, más que en las diatribas de Yaev, en esa forma de relacionarse con el público, que es conducido a la incomodidad de la interpretación ambigua. La película de Lapid es, si se me permite el juego de palabras, un perfecto antónimo de la de Baumbach, que busca en la historia del cine respuestas para refundar el confort hogareño, mientras su contraparte israelí busca en ella preguntas para poner en crisis la nueva casa. ***

Notas:

* Uno de los conflictos es el lugar de residencia. Charlie quiere vivir en Nueva York y Nicole en Los Ángeles, lo que significa dividir la película en dos paisajes completamente distintos, además de contrastar a los personajes y dar pie a varios gags sutiles.

** Por supuesto que Godard también llama la atención sobre su trabajo (y nadie lo acusaría de ser humilde) pero ese es precisamente el punto, en cuanto establece una mirada más que un acto de destreza.

*** Historia de un matrimonio concluye con un divorcio y Sinónimos con el comienzo de un casamiento problemático. Un interesante programa doble, que puede ser visto indistintamente en cualquier orden.


Historia de un matrimonio / Marriage Story, EE.UU., 2019.

Escrita y dirigida por Noah Baumbach.

Santiago González Cragnolino / Copyleft 2019