INTERNATIONAL FILM FESTIVAL & AWARDS MACAO (03): GÉNERO Y GENIO

INTERNATIONAL FILM FESTIVAL & AWARDS MACAO (03): GÉNERO Y GENIO

por - Críticas, Festivales
12 Dic, 2016 07:19 | 1 comentario

Por Roger Koza

48 años atrás Sergio Corbucci estrenó El gran silencio. Cuatro décadas después, casi cinco, veo en Macao este film en versión restaurada. Es el mejor del festival, y significativo para el difuso concepto de programación que ejercitan aquí. El género le importa a los organizadores, creen en él, repiten como un mantra la manifiesta vitalidad que tiene en Asia el cine de género, y así se verifica en la cantidad de películas de género que incluye la competencia; esa vertiente está presente y les importa. Pero ¿cómo llegó hasta aquí la de Corbucci?

La mejor idea de programación que propone el festival de Macao consiste en invitar a grandes directores asiáticos de hoy a elegir un film que les guste mucho; si pueden, además, lo presentan en su exhibición. Gran idea para que imiten otros festivales, es un éxito garantizado. Así, John Woo eligió Los paraguas de Cherburgo, Sion Sono, Dracula (de Fisher), Jonnhie To, Lo bueno, lo malo y lo feo, Kiroshi Kurosawa, Los ojos sin rostro, entre otros. El que eligió El gran silencio fue Takashi Miike que, además, presentó en el festival en carácter de estreno mundial su último delirio llamado The Mole Song –Hong Kong Capriccio-.

Miike no llegó a la presentación de El gran silencio -sí al estreno de su insólita película- pero envió un breve texto por email desde el aeropuerto de Hong Kong para que sea leído antes de la función. El texto era tan lacónico como preciso. Decía que en el desenlace de El gran silencio se confirmaba la genialidad del director. Tenía razón, sobre todo porque este es el final que quería Corbucci, un final pesimista y omnímodo, pues la negatividad que siempre está latente en el relato se revela como una clarividencia maldita, algo que Corbucci ve en los hombres: la incurable voluntad de poder, de la que su película da cuenta sin ser por ello cómplice de esa posición filosófica que es como mínimo pesimista. Un film sobre el pesimismo no es necesariamente vindicador del pesimismo.

He visto muchas películas de Corbucci -aunque no las suficientes- y la mayoría cuando tenía entre diez y doce años. A mi padre le gustaban los western spaghetti y cada tanto me llevaba a ver alguno en un cine de Uruguay. Lo bueno de volver a estos films pretéritos, que suelen ser menospreciados por la crítica seria y pocas veces aparecen en las famosas listas de grandes películas de la historia, reside en constatar la secreta sensibilidad con la que comprendían las formas de relación entre los personajes. El prejuicio sobre este género tardío es que en sus relatos ya no existe la preocupación por la dialéctica entre ley y transgresión propia del western más puro y canónico, como si en este western bastardo donde los actores ni siquiera hablan sus propias lenguas se da una suerte de suspensión estética de la ética que auspicia el desenfreno por un goce sin escrúpulos. El vale todo despierta la desconfianza de muchos. Digamos que en el cine vale todo, pero lo que hace la diferencia es el código y el punto de vista. Saber distinguir los códigos de representación de un film conjura el escándalo de los moralistas.

Debería decir que El gran silencio no tiene solamente un desenlace ejemplar, sino también una escena de sexo magnífica, varias panorámicas de montañas cubiertas de nieve en las que el jinete solitario avanza por un territorio inhóspito, un par de ingeniosos tiroteos de salón, primerísimos planos muy sofisticados que en las películas de pistoleros constituyen un signo distintivo, y podrían enumerarse varias virtudes más.

La despiadada matanza del final no sería lo extraordinaria que es si no estuviera ligada a una confrontación humana, demasiado humana, de miradas de las que dependen la vida, la propia y la ajena. En efecto, la mirada del cazarecompensas encarnado por Klaus Kinski (interpretación memorable), y la expresión anímica del personaje de Jean-Louis Trintignant (también inolvidable) alcanzan en el final de El gran silencio una dimensión religiosa. La muerte no sabe de piedad y alcanza a todos. Sin embargo, la escena, por virtud del registro, está atravesada por un sentimiento de piedad, que no es de nadie en particular pero los contiene a todos. La piedad es el gran fuera de campo de la impiedad de los que matan para vivir. ¿Por qué Trintignant no habla? Un forajido asesinó a sus padres y lo hirió para que no lo delate. El flashback donde se cuenta la razón de su silencio es magnífico.

Habría que agregar otras dos escenas notables, la de un acto amoroso y la de una violación (no del todo consumada). El pistolero Trintignant se termina enamorando de una mujer negra cuyo marido fue asesinado por el maldito de Kinski. Ella contrata al pistolero para vengarse, y sin querer se enamoran. El erotismo de su primer y único acto sexual es conmovedor. Pocas veces las escenas de sexo transmiten tanto la excitación de los involucrados como la ternura del encuentro. Esta escena antecede a la de la violación, de tal forma que es imposible no asociar una con la otra. En la escena de la violación el propio Trintignant está obligado a ver lo que sucede y no puede impedirlo: su impotencia y desesperación nos resultan exasperantes porque Trintignat no puede articular ningún sonido. Un cómplice del violador sujeta a Trintignant y en un forcejeo el malhechor le quema una mano. El dolor es todavía mayor, y Corbucci sabe aprovechar el silencio del personaje: los gritos mudos de dolor producen una clase de efecto sonoro diferido y paradójico: es un efecto de sonido imaginario, no suena pero se escucha.

La historia transcurre en la segunda mitad del siglo XIX. Estados Unidos sigue escribiendo su historia, el capitalismo se expresa brutalmente en esa forma de actividad, en ese entonces lícita, pues contaba con el beneplácito de la ley, que consistía en cazar hombres, matarlos o dejarlos vivos, y recibir a cambio una cuantiosa suma de dinero. Parecen historias de un mundo superado, pero todavía quedan resabios de aquellas prácticas entre nosotros. La justicia por mano propia y los linchamientos espontáneos no son solo prácticas decimonónicas. Aún dos siglos más tarde, los hombres persisten en acabar con la vida de otros hombres para satisfacer la sed de justicia. El western sigue vigente, no necesariamente en el cine.

Roger Koza / Copyleft 2016