JUAN SEBASTIÁN

JUAN SEBASTIÁN

por - Críticas
06 May, 2021 11:52 | Sin comentarios
El documental de Levy trabaja sobre el cataclismo de la contradicción que supondría ser estrella de rock y cristiano practicante al unísono.

CONTRICIÓN Y RONCANROL, NENA

Dixit Juanse: “Yo hago rocanrol. El rocanrol vendría a ser mi evangelio [las itálicas son mías, la acentuación, de Juanse]. Mi testimonio no es lo escribo o lo que canto. O por qué sigo cantando ‘Vicio’ o ‘Rock del pedazo’. No, no. Mi testimonio es, justamente, poder observarme en el pasado, en una condición, y hoy verme en otra. Mi testimonio es alegrarme de haber despertado de ese mundo de pesadilla que es la fama y la vanidad, de esa infección que desvirtúa absolutamente todo”. 

Juanse (…bastián Gutiérrez) fue durante décadas el arquetípico demonio de los escenarios del rock puro de nuestro país. El ex demonio, en todo caso, dado su presente más calmo. Aunque no nos apuremos por sacralizar la serenidad, ¿el ying?, que es desde allí donde se disparan los calibres más penetrantes de la inspiración. El ruido es el espacio donde se ejecuta la mano de obra, ¿el yang? Como Fidel (Nadal) se quejaba en su lírica de que la gente le decía que no podía usar celular porque era rastafari, Juanse es la extraordinaria prueba empírica de que se puede asistir al culto espiritual de una fe al tiempo que no se relega la vocación terrenal por los acordes y el culto a lo sónico. Mientras su madre habla en cámara como si él fuera el mismísimo niño protagonista del mayor clásico cristiano de habla hispana, “Marcelino, pan y vino”, Juanse da instrucciones precisas para quemar una palmera con eficiencia utilizando una caja de fósforos Fragata de tamaño chico. Ese contraste entre la idealización y la realidad es la burbuja enorme que rodeó a Juanse en los inicios de su revelación como cristiano. 

Es significativo ver cómo Juanse describe el proceso social cronológico que prosigue a la “iluminación” personal, una situación que se expande con especial énfasis en el ambiente del rock: ignominia, burla y ataque, la Malísima Trinidad. Acto seguido, describe su aceptación de tal proceso, lo que permite conjeturarla como el origen de su placidez cada vez que despliega la retórica de su fe. “A veces sos Gardel… Pero Gardel después del avión”, se resigna humorísticamente. La magnitud de la devoción cristiana de Juanse es considerable y no existe ningún indicio que contraríe su sinceridad al explayarse sobre el tema. Pero lo verdaderamente loable no es la devoción en sí, porque devota es mucha gente. La grandeza de Juanse radica en la persistencia de su honestidad como personalidad artística, en su naturalidad, nada atormentada, para aceptar vías de la existencia inéditas para el sonido de su furia-rock. Es decir, para abrir la puerta de su convicción a una fe que se reñiría con los estamentos pecaminosos de la cultura del reviente que se sublima en el rock. En “Juan Sebastián”, Juanse se emociona como nunca lo vimos emocionarse: públicamente, en cámara, unas lágrimas aguan su mirada mientras su voz titubea al mencionar “al más grosso”: “Sin Cristo, no hay vida”. 

En la vida de Juanse, la misa del rock encuentra una secuela pudorosamente dionisíaca en la misa cristiana. Este documental es muy bueno, entre otras cosas, porque comprende que pasado y presente pueden conjugarse en Juanse para erigir un tercer Juanse, uno cuya estatura es mixta por mística, y que ayer y hoy también podrían conjurarse, mutuamente, desde su contraste, inestable pero simétrico. En el medio de esta teórica dicotomía (agresividad exterior en el rock/paz interior en la fidelidad “al Señor”) que el trabajo de Levy esfuma hasta reducirla a lo que es, especulaciones malintencionadas sin importancia verdadera, se yergue con los brazos en alto el protagonista de este salto de fe. Alguien que dijo con su cuerpo y con su alma que lo inusual, al cabo, es simple. El tipo que, justamente, saltaba y saltaba en las alturas de los parlantes totémicos de aquellos recitales de los Ratones Paranoicos que fueron puro fuego y cenizas, y que en aquellas pruebas físicas peligrosamente arriesgadas orquestó probablemente su primer rito de esperanza. Juanse se trataba de la vida de una centella enardecida bañada en sudor, en su ardor por ser la voz del frenesí, ignorante de que la existencia en este plano terrestre le tenía reservado un desafío mayúsculo frente al cual su vocación potencialmente suicida por subirse a los cielorrasos de los templos del rock no sería nada. Te alabamos, señor Juan Sebastián Gutiérrez.

***

Juan Sebastián, Argentina, 2019.

Escrita y dirigida por Diego Levy.

Miguel Peirotti / Copyleft 2021