LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (12): DOUGLAS SIRK: LA APOTEOSIS DEL MELODRAMA
Por Jorge García
Si existe en el cine un género popular y de aceptación masiva entre los espectadores, este es el del melodrama y casi no ha habido director importante que en algún momento de su carrera no lo abordara. Pero si a alguien se lo puede identificar de manera concluyente con el citado género es a Douglas Sirk. Director poco conocido por las nuevas generaciones, muchas veces subestimado y hasta ridiculizado por buena parte de la crítica (leer, vg, las notas que le dedicara el muy respetable Homero Alsina Thevenet) fue sólo reivindicado parcialmente en su momento por los Cahiers du Cinema. Una tardía revalorización le llegó a partir del reconocimiento del alemán Rainer Werner Fassbinder, otro especialista en el género y un ferviente admirador de su obra.
Nacido en Hamburgo en 1897 como Hans Detlef Sierk y fallecido en Lugano, Suiza en 1987, tuvo una amplia formación que incluyó estudios de derecho, historia del arte y filosofía y sus primeros trabajos estuvieron relacionados con el teatro, un medio al que volvió en los últimos años de su vida. En 1934 fue contratado por la UFA, realizando en Alemania varios films, de los que el más conocido es La Habanera, con la estrella del cine nazi Zarah Leander. Hombre de ideas progresistas y decidido opositor del nazismo, abandonó Alemania en 1937, radicándose en los Estados Unidos, donde reinició su carrera en 1940. En esa década realizó varios films en diversos géneros entre los que caben destacar sus incursiones en el noir: Acechada, 1947, Sueña, amor mío, 1948 y Los amantes, 1949. Pero el núcleo central de su obra se desarrolla a partir de 1950, año en el que ingresa en la Universal, donde dirigirá en esa década 21 films, incluido un interesante western, Herencia sagrada, aunque es la serie de melodramas rodados en esos años, los que lo convierten en un maestro dentro del género.
Partiendo muchas veces de guiones imposibles –alguna vez declaró en un reportaje que las historias irrelevantes eran, siempre que se tuviera el control sobre ellas, el mejor material cinematográfico- Sirk construye un universo personal en el que todas las reglas de la lógica y la racionalidad quedan sometidas a un estilo delirante y barroco que se expresa tanto desde lo visual como de lo temático. Llevando hasta las últimas consecuencias las debilidades y situaciones ridículas de muchos de sus guiones, el director logra dotar a sus películas de un tono “más allá de lo real” que es uno de los rasgos definitorios de ese estilo. Desde las resonancias expresionistas de la iluminación, pasando por el uso del color y los decorados –donde los espejos son fundamentales- hasta la utilización de la música y los refinados movimientos de cámara, todo confluye en el carácter antinaturalista y casi onírico de la puesta en escena de muchas de sus películas. Sólo a partir de esa puesta en escena pueden resultar verosímiles secuencias como la del paseo de Rock Hudson con su amada ciega en Sublime obsesión o el final feliz de Imitación de la vida en medio de una pomposa ceremonia fúnebre.: un cine dirigido a los sentidos antes que a la racionalidad.
Por otra parte, Sirk también supo adaptar la obra de escritores importantes, como William Faulkner o famosos, como Erich María Remarque. Sobre Pylon, del primero, sin renunciar un ápice a su cosmovisión, logró con Diablos del aire una de sus mejores películas, rodada en riguroso black & white. En Tiempo de vivir, tiempo de morir, convirtió el novelón político de Remarque en una delirante historia de amor entre las ruinas de la guerra. Además, utilizando al escritor como actor, puso en sus labios su didáctico mensaje, separándolo claramente de su mirada. Por otra parte, hay que resaltar que en esta serie de películas nos ofrece la que es probablemente la más corrosiva visión de los Estados Unidos de los años 50 que nos haya brindado el cine norteamericano.
Palabras al viento, 1956, estructurada a través de un gran flashback, es uno de los films que mejor muestra el aspecto señalado más arriba. Gran melo sobre una familia de magnates petroleros (notable e indiscutible influencia sobre la serie Dallas) se dan cita aquí las frustraciones sexuales, el alcoholismo, la soledad y un latente y ambiguo homosexualismo, con personajes moviéndose como marionetas, impotentes ante la suerte que les depara el destino. La escena cumbre es la de Dorothy Malone bailando la rumba a un ritmo cada vez más creciente, mientras, en montaje paralelo, su padre sube trabajosamente la escalera hasta caer muerto en el rellano. Una obra maestra absoluta.
Imitación de la vida, 1958, es la última película realizada por Sirk en Hollywood, antes de retirarse a dirigir teatro (y también realizar algunos cortometrajes) en su Alemania natal. Remake de una muy buena película de John Stahl de 1934, y con Lana Turner, que en ese momento estaba envuelta en un juicio escandaloso, ya que su hija menor había matado a un gángster amante de su madre, es un típico exponente de las películas en las que Sirk trabajaba “contra” el guion logrando una obra maestra. Aquí los problemas raciales –hija que reniega de su madre negra porque quiere ser considerada blanca- son el pretexto argumental de una obra que llega a su clímax en la deslumbrante secuencia final del gran funeral con la inigualable y poderosa voz de la gran Mahalia Jackson en la iglesia incluida.
Douglas Sirk fue un gran artista, subvalorado durante mucho tiempo y estas dos películas que se exhibirán este mes en el cable son una acabada muestra de ello. Disfrútenlas con los pañuelos a mano.
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PALABRAS AL VIENTO se exhibirá el viernes 6 a las 20.15 h, el sábado 7 a las 11.15 hs y el martes 31 a las 22 hs. IMITACION DE LA VIDA se podrá ver el jueves 5 a las 7.55 hs, y el martes 31 a las 23.45 hs., ambas en el canal MOVIE CITY CLASSICS.
Esta nota es una versión ligeramente modificada de la publicada en la revista El Amante-Cine en noviembre de 1995.
Ese final estremecedor (en Imitación de la vida) con ese (sí, deslumbrante) despliegue del funeral concebido y armado por la negra (trabajadora doméstica en la casa del personaje de Lana Turner) expone (me parece) que en los años 50 en USA para la raza negra sólo era posible, ante la ruindad e inmisericordia de la vida, una compensación simbólica. Una compensación simbólica, claro, para experimentar (solamente) post-mortem.
Gracias, Jorge, por esta nota sobre el inmenso Sirk.
Muy buena nota (como siempre es de esperar de Jorge). Recuerdo una escena antológica de Palabras al viento en la que el personaje que interpreta Robert Stack se entera en un bar por su médico de que no podrá tener hijos. Sale del lugar y en la puerta se cruza en el cuadro un nene hamacándose en un caballito (o algo parecido); siempre pensé qué genial y desgraciado hay que ser para mostrar eso, lo que habla de la audacia de estos directores en el contexto de la industria. Un maestro Sirk. Guillermo