LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (13): BREVES APUNTES DESORDENADOS SOBRE EL FRANCOTIRADOR REVISADA TREINTA AÑOS DESPUES.
Por Jorge García
Michael Cimino es un caso extraño dentro del cine norteamericano. Sindicado en los años 70 como una de las mayores promesas de esa cinematografía y a la fecha prácticamente en situación de retiro, su nombre está hoy casi olvidado. Luego de realizar diversos estudios que incluyen la arquitectura y la historia del arte, se acercó al cine a principios de los 70 a través de cortos publicitarios para la televisión, escribiendo luego un par de guiones. Uno de ellos fue el de Magnum 44, segundo film de la saga de Harry Callahan, el fascistoide policía que interpretó Clint Eastwood en varios títulos, y ese contacto con el actor/realizador a través de su productora Malpaso le permitió dirigir su ópera prima, Especialista en el crimen, un proyecto que originalmente iba a realizar el viejo Clint. El inesperado éxito de este film le permitió abocarse a un ambicioso proyecto, El francotirador (curiosa traducción del original El cazador de venados), con el que ganó varios Oscars y una enorme fama dentro de Hollywood. Fue ese prestigio logrado y las libertades con que le permitió contar, lo que lo impulsaron a un proyecto aun más ambicioso, Las puertas del cielo, en el que su minucioso detallismo para la reconstrucción de época –digno de un Eric von Stroheim- llevó los gastos de la película a una cifra sideral que casi provoca la quiebra a la United Artists. El film fue finalmente vergonzosamente mutilado por la productora (aunque después se reconstruyó en su versión original de casi cuatro horas) y significó el principio del film para la carrera de Cimino, ya que sus escasas obras posteriores, más allá de algunos momentos conseguidos, nunca estuvieron a la altura del talento mostrado en sus primeras películas.
Pero la idea de esta breve nota surgió a partir de la revisión de El francotirador, un film que hacía más de tres décadas que no veía. Lo primero que hay que decir es que la película –más allá de algún eventual desnivel- mantiene intacta su potencia original y es, junto a La conversación, El Padrino: segunda parte y Apocalipsis Now (tres títulos de la época en que Coppola era un maestro), una suerte de canto del cisne del cine norteamericano clásico, siendo la obra de Cimino la que mejor abreva en esa gran tradición. Dividido en tres grandes partes, el film, en su primer segmento, desarrolla los momentos previos a la partida a Vietnam de tres muchachos que trabajan en una fábrica siderúrgica y se anotan para participar en la contienda como voluntarios. Esos setenta minutos son de una maestría absoluta y el mejor fragmento de la película, tanto por su capacidad de observación para definir caracteres como por la manera en que describe momentos de la vida cotidiana del poblado, las relaciones entre los personajes y su camaradería, dignas del mejor Howard Hawks. Pero es la secuencia de la fiesta del casamiento de uno de ellos previo a su partida, la que termina siendo uno de los momentos antológicos, no solo de la película sino del cine norteamericano de los años 70. En ese prolongado segmento que –para quien esto escribe- está a la altura de la secuencia final de el baile de El Gatopardo viscontiano, hay un trabajo modélico de puesta en escena, en el que Cimino hace una excelente utilización de la profundidad de campo y el montaje dentro del cuadro, con un virtuoso uso del zoom. Pero hay más en ese formidable segmento de la película, como la secuencia de la cacería, con la tensión creciente que se crea entre los protagonistas, donde aflora una latente homosexualidad, y la melancólica escena, con la que culmina ese brillante tramo del film, en la que un amigo del grupo interpreta una serena pieza al piano ante el recogido silencio del conjunto. Tras ese lírico interludio, de neto cuño “fordiano”, una brutal (no cabe calificarla de otra forma) elipsis nos sumerge en el horror cotidiano de la guerra, con la casi insoportable tensión que propone el “juego” de ruleta rusa al que son sometidos los prisioneros del Vietcong.. Esta segunda parte, tiene una narración menos fluida y más crispada en la que se puede detectar la influencia de otro grande: Samuel Fuller. En el tercer segmento, que transcurre nuevamente en el poblado, el análisis está centrado en las dificultades para reinsertarse en la vida cotidiana luego de una experiencia traumática y el tono es progresivamente melancólico hasta llegar al tristísimo final (sobre el que otra vez planea la sombra del gran John Ford).
El francotirador provocó controversias en el momento de su estreno, a partir de que desde su mirada no se cuestionaba de manera abierta la participación norteamericana en Vietnam. Vista hoy, la ausencia de una mirada liberal de “mala conciencia”, provocadora de fácil catarsis en el espectador, enriquece la película, que en su lograda fusión de “americana”, film (anti) bélico y melodrama de tintes homosexuales, cuestiona en profundidad diferentes aspectos del “sueño americano”, dejando un sabor profundamente amargo en la boca. Además plantea el interrogante acerca de qué pasó con Michael Cimino (aunque podría ser una buena idea echarle hoy una mirada a la versión completa de Las puertas del cielo).
Jorge García / Copyleft 2012
Aunque el dato puede parecer (lo es) extracinematográfico, me llegó la noticia de que Cimino se cambió de género y hoy es una señora.