LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (16): HOWARD HAWKS: EL OJO DEL HALCÓN

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (16): HOWARD HAWKS: EL OJO DEL HALCÓN

por - Columnas, Críticas, Ensayos, La columna de JG
18 Oct, 2012 06:44 | Sin comentarios

¡Hatari!

Por Jorge García

¿Cuál es el secreto de las películas de Howard Hawks? No fue un innovador en el sentido de haber aportado algún elemento distintivo al desarrollo del lenguaje cinematográfico. Tampoco tuvo el prodigioso dominio de la técnica de Hitchcock ni el apasionado lirismo de John Ford. Sin embargo, sus películas, vistas hoy, proponen una sorprendente modernidad; muestras al canto, la utilización del fuera de campo en la prolongada y formidable secuencia inicial de Solo los ángeles tienen alas o su habilidad para superponer diálogos, particularmente notable en sus comedias. Director subestimado durante mucho tiempo como un mero artesano al servicio de los estudios, conviene recordar que en muchas de sus películas participaba en los guiones y que también, sobre todo en su etapa de madurez, fue el productor de sus films. A diferencia, del rígido modelo de un Alfred Hitchcock, permitía amplias libertades a sus actores para que improvisaran dentro de cada escena y alguna vez sorprendió declarando que su actriz preferida era Frances Farmer, una de las figuras más torturadas y controversiales de la fauna hollywoodense. Fueron los jóvenes críticos cahieristas los primeros en apreciar la auténtica dimensión de Hawks como autor, aun a pesar suyo, ya que se consideraba solo un narrador de historias. En ese sentido, cabe señalar que en un reportaje que le hicieran en la famosa revista francesa, se mostraba sorprendido de las cosas que veían sus interlocutores en las películas que filmaba. Y no hay que ignorar la audacia de varios de sus films, como Scarface, 1932, (¡!) en la que sugería una relación de tintes claramente incestuosos entre el protagonista y su hermana. A propósito, Rainer W. Fassbinder, un especialista en el tema, señalaba que el homosexualismo era una constante en las películas de HH, algo que el director confirmaba de algún modo al decir que Una novia en cada puerto, 1928, era una historia de amor entre dos hombres. También hay que comentar que su obra ha influenciado a varios realizadores, no precisamente De Palma, quien hiciera una remake de Scarface, que poco tiene que ver con el original, pero sí a Robert Altman (en el mencionado uso de los diálogos superpuestos), Walter Hill, Peter Bogdanovich, John Carpenter (quien en su brillante Asalto a la prisión 13, una suerte de remake en clave de film de clase B de Río Bravo, colocaba en los créditos como montajista a John T. Chance, nombre del personaje de John Wayne en ese film) y Eric Rohmer –gran admirador de su obra- en el tipo de planificación de sus películas. Howard Hawksha transitado prácticamente todos los géneros (si algún purista señala que no realizó películas de ciencia ficción, cabe señalar que en El enigma de otro mundo, firmada por Christian Nyby- montajista en varios de sus títulos- aparte de ser productor y coguionista, dirigió varias escenas)dejándonos en cada uno de ellos auténticas obras maestras, pudiéndoselo considerar como un auténtico paradigma del mejor cine norteamericano clásico.

Howard Hawks

Howard Winchester (¡vaya nombrecito!) Hawks nació en 1896 en Indiana y antes de dedicarse al cine fue aviador, voluntario en la Primera Guerra Mundial, piloto de pruebas, cazador, conductor de ganado y pescador, actividades que luego se verían reflejadas en varios de sus films. Su acercamiento a Hollywood se produjo en 1922, trabajando primeramente como asistente de dirección, director de casting y guionista de cortometrajes hasta su debut como director en 1925. De su período mudo el film más recordable es la mencionada Una novia en cada puerto, siendo a partir de 1930, con La escuadrilla del amanecer, que su carrera comienza a cobrar notoriedad, rodando en 1932, Scarface, la que sería su película preferida y a la que se vio obligado a modificarle el final original (que luego aparecería en las ediciones en VHS y DVD). A lo largo de cuatro décadas y media, hasta su retiro en 1971, Hawks rodó más de 40 películas que forman – más allá de eventuales preferencias- una de las filmografías más sólidas que haya ofrecido el cine de Hollywood de la época de oro. Una primera aproximación a su obra puede detectar en la misma la existencia de tres grandes vertientes: 1) Los westerns, que transcurren en un pasado ideal y añorado, con hombres de acción como héroes, dispuestos a realizar su trabajo de la mejor manera posible, aun en pugna con un pasado sombrío, como John Wayne en Río Rojo. Mundo esencialmente masculino -aunque hay en algunos casos personajes femeninos destacables, como el de Angie Dickinson en Río Bravo– en el que se dan cita tres generaciones – Walter Brennan, Wayne y Montgomery Clift en Rio Rojo, Brennan, Wayne, Dean Martin y Ricky Nelson en Río Bravo, etc)- con la camaradería y la amistad viril (más allá de ocasionales enfrentamientos, como la pelea final de Wayne y Clift en Río Rojo) como componente esencial de la acción y donde, si se quiere hilar fino, tal vez se encuentren tangencialmente algunos de los rasgos señalados por Fassbinder. 2) Otros dramas -negros, de aviación-, en los cuales el héroe tiene un carácter trágico como el gángster que interpreta Paul Muni en Scarface, o James Cagney, el correo aéreo consciente o inconscientemente suicida en Alas heroicas algo que hace difícil de compartir, en esos y otros casos, el criterio de Jacques Rivette de que se trata de “dramas optimistas”. En estas películas, la mujer cumple un rol sumamente activo –Jean Arthur, maravillosa en Solo los ángeles tienen alas, Ann Dvorak, desencadenante de la tragedia en Scarface, Lauren Bacall, uno de los más impresionantes debuts en la historia del cine, en Tener y no tener. 3) Las comedias, delirantes y lunáticas, de amargo trasfondo, con personajes masculinos convertidos muchas veces en ridículas marionetas, cada vez más sometidos al dominio femenino y que, sin valerse de ningún mensaje explícito, trasmiten una de las visiones más críticas que el cine nos haya ofrecido sobre aspectos de la sociedad norteamericana (vg, La adorable revoltosa y El deporte predilecto del hombre). Y no hay que descartar en algunas de esas películas rasgos de misoginia como aparecen en las arribistas muchachas de Los caballeros las prefieren rubias, rasgo que tal vez se diluya para muchos por el magnetismo personal de las dos estrellas, Marylin Monroe y Jane Russell.

Tener o no tener

Ahora bien ¿cuál sería el tema común de estas películas? El propio Hawks se encargó de responder: el hombre ante una situación de peligro (en sus diferentes variantes, agrego). Por otra parte, es sabido que lo que define a un autor cinematográfico, incluso por encima de las constantes temáticas, es la concreción de un estilo personal. En Hawks se ha señalado hasta el cansancio “la cámara a la altura del ojo humano” como el elemento sustancial de su puesta en escena. Tal vez más bien deba hablarse de una cámara colocada siempre en el lugar exacto, unos planos que tienen la duración adecuada, encuadrando todo aquello que sea necesario para definir el complejo tramado entre los personajes, y una mirada sobre sus actores que le permite, por ejemplo, convertir a la relación entre Bogart y Bacall en Tener y no tener en un auténtico documental sobre la relación real entre los dos que se estableció en esa película. Es ese realismo en su sentido más profundo, entre otras cosas, lo que convierte a Hawks en un realizador absolutamente moderno.

Para finalizar esta nota, me permitiré decir unas palabras sobre ¡Hatari!, 1962, película quintaesencial de su cine (que voté en mi lista de las mejores de todos los tiempos para la revista inglesa Sight & Sound) rodada por Hawks a los 65 años en Africa que, en mi opinión, sintetiza de la manera más acabada toda su obra apareciendo, además, en momentos del auge del cine de autor europeo (Bergman, Resnais, Antonioni). Film inclasificable en su mezcla de géneros –“comedia de aventuras sobre hombres en peligro” lo llamó Peter Bogdanovich- y a la vez documental sobre la caza de rinocerontes (hay que recordar que los actores no fueron doblados en esta tarea), tras su aparente sucesión de viñetas aisladas, esconde una monolítica unidad. Varios de los temas señalados anteriormente aparecen expuestos con máxima claridad –el profesionalismo, la amistad viril, el héroe arquetípico que personifica John Wayne y el papel progresivamente dominante de la mujer- pero a ello hay que sumarle una asombrosa modernidad narrativa. El film carece de argumento en el sentido tradicional, no hay una intriga a seguir ni grandes expectativas sobre el desenlace. Termina a los 160 minutos de proyección, pero bien podría haber durado una hora más. Compartimos con los personajes sus momentos de descanso, las tareas que realizan, sus expediciones de caza y el surgimiento de algún inesperado romance. Los largos planos de reposo e intimidad, con su utilización del montaje dentro del cuadro, tienen una calma y una placidez muy difícil de encontrar en gran parte del cine actual, en el que el montaje histérico suele reemplazar a la puesta en escena. Film que tal vez debió ser el testamento de su autor y que ratifica, por si hacía falta, que John Wayne fue un actor extraordinario en su serena madurez, ¡Hatari! nos trasmite la sensación de estar con los personajes compartiendo sus peripecias. Tal vez sea esta sensación lo que nos permita esbozar una respuesta a la pregunta con que comenzaba esta nota.

ESTA NOTA ES UNA VERSION MODIFICADA Y AMPLIADA DE UN TEXTO APARECIDO EN LA REVISTA EL AMANTE EN 1994.

Jorge García / Copyleft 2012