LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (20): JOSEPH MANKIEWICZ: LOS LABERINTOS DE LA PALABRA
Por Jorge García
No resulta fácil intentar una aproximación equilibrada a la obra de Joseph Mankiewicz. Director valorado por algunos críticos como uno de los más grandes del cine norteamericano y apenas considerado por otros como un mero ilustrador de guiones, notoriamente influenciado por el teatro y la literatura (Andrew Sarris, en su primera edición de El cine norteamericano, lo incluye en la temible sección Menos de lo que dejan ver), su obra suele ser fuente de controversias entre críticos y cinéfilos. Trataré en esta nota de fundamentar brevemente por qué creo que estamos en presencia de un autor cinematográfico.
Hijo de inmigrantes polacos, Joseph Leo Mankiewicz nació en Pennsilvania en 1909 llegando a Hollywood en 1929 por medio de su hermano Herman –a la sazón guionista de la Paramount desde 1926 (su trabajo más famoso en ese rubro fue el que realizara en El ciudadano)- desarrollando durante más de quince años una vasta carrera como guionista y productor. Su debut como director se produjo de manera fortuita en 1946, cuando ya tenía 37 años, ya que, ante una súbita enfermedad de Ernest Lubitsch debió hacerse cargo de la dirección de El castillo de Dragonwyck. A partir de allí y hasta su prematuro retiro en 1972, Mankiewicz dirigió una veintena de películas de los más diversos géneros (algunos tan insólitos, a priori, para sus características como el musical y el western) en las que –más allá de los inevitables desniveles- logró plasmar su visión del mundo a través de diversos rasgos estilísticos y temáticos.
En contraposición a los grandes directores clásicos, cuyos protagonistas se expresan a través de sus acciones, en Mankiewicz es el lenguaje el recurso que ellos utilizan de manera sistemática para manifestar sus sentimientos y reflexiones más profundas. Como en Rohmer –otro gran cineasta de la palabra-, las relaciones entre los personajes se entablan a partir de la comunicación verbal. Diálogos lúcidos e inteligentes, abundantes en sarcasmos y no exentos de cinismo – y que por cierto no excluyen en ocasiones la retórica- a través de los cuales el director nos muestra un mundo de ambiciones e intrigas, en el cual sus protagonistas se mueven impulsados por la codicia y en donde nadie se queda sin exponer sus razones. Como señalaba un crítico francés, “sus personajes no existen en tanto no hablan”. Estos personajes de Mankiewicz están siempre sometidos a la doble presión de vivir en un mundo al que no pueden modificar y al que tampoco se adaptan y a la inexorabilidad del paso del tiempo. Su excesiva lucidez los conduce con frecuencia a un fatalismo irremediable, ante el cual muchas veces la única salida es la autodestrucción, Esta visión escéptica que impide los finales felices en sus películas se manifiesta desde sus primeros films, ya sea un melodrama gótico como Dragonwyck, una fantasía de tintes netamente románticos como El fantasma y la dama o un drama de reminiscencias shakespereanas como Odio entre hermanos. Las variables narrativas de las que se vale el director para expresar esta temática son generalmente el flashback y la narración subjetiva por medio del relato en off, siempre usados como elementos para la reconstrucción de la memoria.
Este tipo de narración estructurada a partir de la utilización de varios puntos de vista sobre un mismo personajes es notorio en dos de sus películas más justificadamente famosas: La malvada y La condesa descalza, ácidas visiones sobre el mundo del teatro y del cine respectivamente y a la vez lúcidas reflexiones sobre universos femeninos, los mecanismos de la representación y las relaciones entre realidad y apariencia. Conviene señalar como otra característica esencial del cine de Mankiewicz el barroquismo, que se expresa tanto en el complejo entramado de las relaciones entre los personajes como en la utilización de ambientes y decorados. Los films del director se desarrollan muchas veces en ámbitos cerrados, ya sean estos mansiones o palacios, con muchas habitaciones y mobiliarios recargados, llenos de pasillos laberínticos que acentúan la imposibilidad de salida para unos personajes que viven aislados del mundo (ver el palacio de El jarro de miel o la mansión del escritor de Juego mortal a la que, para llegar, hay que atravesar un jardín que es un laberinto). Director intelectual, de un decadentismo casi viscontiano en muchas de sus películas, es sin duda el más europeo de los realizadores norteamericanos. Y si Cinco dedos es una apropiada traslación de sus temáticas principales al mundo del espionaje, su traslación de Tennessee Williamns (De repente en el verano), resulta demasiado artificiosa a pesar de la impagable presencia de Katharine Hepburn). Tampoco fue feliz su aproximación a la comedia musical en Ellas y ellos y en cuanto a Cleopatra, su proyecto más ambicioso, masacrada en la sala de montaje por la producción en el momento de su estreno, la versión aparecida en DVD permite apreciar una obra desigual, con pasajes geniales y otros farragosos y sin ritmo. Tras la frustración que en su momento supuso el estreno de Cleopatra en las condiciones antedichas, Mankiewicz realiza sus tres últimos films, los que tal vez representen la más acabada síntesis de la visión del mundo del director y su progresivo desencanto. Tanto las lujosas mansiones de El jarro de miel y Juego Mortal, como la cárcel aislada en medio del desierto de El final de un canalla, ese bizarro y notable western, son microcosmos cerrados en los que sus protagonistas encontrarán la muerte al final del camino y en donde el mundo de las apariencias triunfará definitivamente sobre el de la realidad. Obras plagadas de sarcasmo y un profundo nihilismo, correrán un telón definitivo sobre la carrera de un director que no filmará nada en los últimos veinte años de su vida.
La obra de Joseph Mankiewicz es probable que siga suscitando discusiones interminables entre críticos y cinéfilos, pero lo cierto es que más allá de posiciones personales, merece una aproximación desprejuiciada y profunda.
Versión con modificaciones de una nota publicada en la revista El Amante en agosto de 1995.
Jorge García / Copylefy 2013
siendo que soy un ávido lector de ese género que cruza el ensayo con la micro biografía, como los ejercicios de admiracion de Ciorán (Fitzgerald), las Iluminaciones de Benjamin (Proust), Hombres en su siglo del macartista Octavio Paz (Sartre), la colección de la revista Hombres de la historia (Dostoievski), Otras inquisiciones de Borges (Hawthorne), etc. Y que actualmente me encuentro leyendo los ensayos de Coetzee (Gunter Grass) y que todos los viernes me leo la contratapa de Forn en el diario… y que en casi todos los casos se me ilumina un poco mas la obra… debo decir que esta reseña deja mucho que desear, o bien en los directores de cine no hay mucho que escarbar, salvo los puteríos y fanfarronadas. A saber.
Saludos Mr. García