LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (24): JOHN HUSTON: EL TRIUNFO DE LOS PERDEDORES

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (24): JOHN HUSTON: EL TRIUNFO DE LOS PERDEDORES

por - Columnas, Críticas, La columna de JG
10 Sep, 2013 11:09 | comentarios
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John Huston

Por Jorge García

Hay ocasiones en que no es fácil desprender la obra de un director de cine de su figura, su trayectoria vital –por otra parte, asimilable a la de muchos de sus personajes- y la simpatía que ellas despiertan. Es lo que ocurre con John Huston, estadounidense de nacimiento, irlandés por adopción, y aventurero por vocación, centro de no pocas polémicas entre críticos y cinéfilos que van desde la admiración incondicional hasta el casi desprecio de figuras como Andrew Sarris, que considera que sus escasa películas rescatables deben sus méritos solo a los buenos repartos.

Hijo de Walter, notable actor de carácter del cine estadounidense, John Huston nació en Nevada en 1906 y antes de llegar al cine fue campeón universitario de boxeo, teniente de caballería en Méjico, actor de teatro, periodista y dramaturgo. Apasionado por las mujeres, las carreras de caballos, los viajes y la caza mayor, su vida fue una aventura continua que sirvió de material de base para varias de sus películas. En 1928, William Wyler lo llevó a la Universal, donde escribiría sus primeros guiones y tras un interregno europeo en el que se dedicó a la pintura, retornó como guionista fijo a la Warner, donde realizó varios trabajos destacados en ese rubro, como los de Jezabel, de Wyler y Alta Sierra, de Raoul Walsh. En 1941, debuta como director con El halcón maltés (al que erróneamente se pretende presentar como el primer exponente del film noir), desarrollando a lo largo de casi medio siglo unas carrera en la que se alternarían, sin discriminación de épocas, excelentes películas, títulos notoriamente sobrevalorados, obras poco conocidas de gran interés y bodrios irredimibles.. Esta manifiesta irregularidad de su obra hace necesarios intentar establecer algunas precisiones sobre la misma, haciendo la salvedad que en Huston –de manera más palpable que en otros directores-  siempre fue notorio que la calidad de sus películas está directamente relacionada con el interés que las mismas le provocaban. Pasemos entonces a esas precisiones.

1) En las películas de Huston proliferan los personajes desarraigados, muchas veces inadaptados socialmente y sin aristas “positivas”, que corren siempre detrás de objetivos que finalmente les serán esquivos. Individualistas y solitarios –aun cuando eventualmente actúen en grupos- harán de esa búsqueda sin resultados visibles un periplo excluyente. Se ha hablado hasta el cansancio de estos personajes, y en eso ha colaborado muchas veces el esquematismo con que los presenta el director, como exponentes de una supuesta moral del fracaso. Sin embargo en sus mejores películas – y estoy pensando en Mientras la ciudad duerme, Camino hacia al amor y la muerte, un auténtico film maldito, Ciudad dorada, El juez del patíbulo, El hombre que sería rey y Sangre sabia, notable adaptación de la novela de Flannery O´Connor, nunca estrenada comercialmente, y Desde ahora y para siempre, un film que aparentemente poco tiene que ver con su obra y que termina siendo su auténtico testamento cinematográfico- en esas películas, decía, esa búsqueda aparentemente inútil se convierte en una aventura vital mucho más amplia y en un intento de esos personajes por alcanzar su verdadera identidad y un sentido para su vida. Son esos films los que otorgan a los antihéroes hustonianos una auténtica dimensión dramática que en ocasiones llega a ser trágica y en la que tras su aparente derrota hay una victoria moral, aun cuando a veces esta victoria conlleve la propia muerte.

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Mientras la ciudad duerme

2) Hay en Huston una natural predisposición, que quizá provenga de sus orígenes cinematográficos, a subordinar las imágenes de sus películas a los guiones y a las ideas que de ellos se desprenden. Esto es particularmente notorio en sus adaptaciones de escritores famosos, llámense estos Hammett, Melville, Williams, Arthur Miller, Maxwell Anderson o Malcolm Lowry; películas en las que el mensaje verbal opaca y diluye la puesta en escena, haciéndole caer sin vueltas en la grandilocuencia y la solemnidad. A esta categoría pertenecen varias de sus películas más famosas, que no mejores, y que no mencionaré en homenaje a algunos amigos hustonianos acérrimos. Por cierto que cuando logra que al humor y la ligereza irrumpan, Huston consigue films tan valiosos como La reina africana, Solo el cielo lo sabe, otra película maldita, la bizarra Lo que no se perdona, que incluye a Audrey Hepburn interpretando a una india y a Lilian Gish tocando el piano en medio del desierto y El honor de los Prizzi, obras particularmente relajadas y vitales y en las que a falta de un estilo visual propio –Huston nunca lo tuvo- se percibe un clasicismo narrativo absolutamente funcional a la materia tratada.

3) Siendo Huston un director que describe un universo esencialmente masculino, sin embargo, existe en su filmografía una sabrosa galería de mujeres anticonvencionales. La frágil y enamoradiza Jean Hagen de Mientras…, la monja Deborah Kerr en Solo el cielo lo sabe, la inolvidable Marylin en los inadaptados –recordar que Huston le dio su primer papel importante en Mientras…-, prenunciando su inminente final, pasando por la inalcanzable Ava Gardner de El juez…, permanentemente fuera de campo hasta el plano final, sin olvidar la patética borracha que interpreta Susan Tyrrell en Ciudad dorada, todos personajes femeninos memorables.

Es probable, como bien apuntó José Luis Garci, que la mejor película de John Huston sea su vida, pero las obras mencionadas, con su entrañable galería de perdedores e inadaptados, son motivo suficiente para ubicar al director, sin caer en sobrevaloraciones apresuradas, en un lugar más que decoroso en la historia del cine.

VERSION CON ALGUNAS MODIFICACIONES DE UNA NOTA PUBLICADA EN LA REVISTA EL AMANTE EN DICIEMBRE DE 1994.

Jorge García / Copyleft 2013