LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (26): MISIÓN EN MOSCÚ: CUANDO HOLLYWOOD SE CONVIRTIÓ AL ESTALINISMO

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA (26): MISIÓN EN MOSCÚ: CUANDO HOLLYWOOD SE CONVIRTIÓ AL ESTALINISMO

por - Columnas, Críticas, La columna de JG
29 Ene, 2014 04:30 | comentarios
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Misión en Moscú

Por Jorge García

¿Es posible imaginar una película realizada en Hollywood en los años 40 que promueva una encendida defensa del régimen comunista soviético y de su líder José Stalin? La sorprendente respuesta es sí y para confirmarlo basta ver Misión en Moscú, el film que Michael Curtiz realizara en 1943. En el cine norteamericano clásico, al menos hasta la aparición del nefasto senador Joseph McCarthy, siempre hubo una corriente liberal de izquierda, desde luego que minoritaria, que dio lugar a títulos como Soy un fugitivo (1932, M.LeRoy) Bloqueo (1938, W. Dieterle), ambientada en la Guerra Civil española, Días de gloria (1944, J. Tourneur), con Gregory Peck luchando en Rusia con los guerrilleros comunistas contra los nazis, Rompiendo las cadenas (1949, J. Huston), que describe la lucha contra la dictadura de Batista en Cuba y varias de las primeras películas del ulterior delator Edward Dmytryk. También, ya en pleno auge macartista, hubo alguna producción absolutamente independiente como La sal de la tierra (1952, Herbert J. Biberman), una de las escasísimas películas cuya exhibición se prohibiera en los Estados Unidos, aparte de que su actriz principal fuera detenida y el director y el guionista inmediatamente incluidos en la lista de los 10 de Hollywood. Pero volvamos a Misión en Moscú.

Producción de Warner, fue dirigida por el húngaro Michael Curtiz, posiblemente, con Raoul Walsh, uno de los directores más emblemáticos de la compañía, con guión de Howard Koch y está basada en el libro de Joseph E. Davies, quien fuera embajador en la Unión Soviética dos veces. Davies era un abogado liberal sin experiencia diplomática y, por pedido expreso del presidente Franklyn Roosevelt, entre 1936 y 1938, cumplió ese rol por primera vez, con la consigna de ofrecer una imagen realista de la vida en aquel país. Su experiencia la volcó en el libro que dio origen a la película. En cuanto a Howard Koch ya contaba con cierto prestigio por haber sido autor de la emisión radial que dio origen al legendario programa de Orson Welles que provocó un ataque de pánico entre buena parte de la población norteamericana; había  escrito los guiones de El halcón de los mares, La carta y El sargento York (un film para nada sospechoso de izquierdista) y  participar en el de Casablanca (luego también escribiría los de Tres extraños, Carta de una enamorada, la obra maestra de Max Ophuls y su trabajo preferido, Adios a la vida, atractivo melodrama de Rudolph Maté y Cartas venenosas, la remake de Otto Preminger de El cuervo, de H.G. Clouzot). Hay que decir que años después, con el auge del macartismo, Jack Warner denunció a Koch como simpatizante comunista y este fue colocado en las listas negras y debió emigrar  a Inglaterra. Y si hablamos de Curtiz, es él el típico ejemplo del artesano muy competente que, con un guion interesante y reparto y equipo técnico adecuados, podía realizar muy buenas películas. Algunas pruebas al canto en los más diversos géneros son El capitán Blood (aventuras), Ciudad sin ley (western), El suplicio de una madre (melodrama), La carga de la brigada ligera (bélico), Mujer de temple (cine negro), Sin rastros de sospecha (suspenso) y Yankee Doodle Dandy (musical), con James Cagney como inesperado y notable bailarín. Además, era uno de los directores preferidos de los actores de la Warner (dirigió 12 veces a Errol Flynn y 8 a Bogart). Curtiz venía de realizar Casablanca cuando encaró este proyecto, adaptación del mencionado libro de Davies. El embajador puso como condición que se respetara lo más fielmente posible su texto y que el guion le fuera encomendado a Koch, algo que Jack Warner aceptó.

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Misión en Moscú

La primera sorpresa que ofrece el film es que está presentado por el mismísimo Joseph E. Davies y rápidamente entramos en materia con el nombramiento del abogado como embajador, encargado de sondear, primero en Alemania y Austria y luego en la URSS, las posibilidades de que se produjera una guerra inmediata. Así se entrevistará con varios líderes del nazismo (no con Hitler), observará la euforia patriotera de los jóvenes alemanes y percibirá el ambiente prebélico que existía en el país. Llegado a la Unión Soviética, rápidamente se verá sorprendido por los logros del comunismo soviético, reflejado en escenas que parecen salidas del más conspicuo realismo socialista. Todos los políticos rusos, con quienes comparte reuniones y agasajos, están presentados con simpatía y aparecen como personas cuyo único objetivo es lograr la paz mundial (Litvinov, una gran caracterización de Oskar Homolka, se lleva las palmas en ese terreno) Tanto Davies como su esposa e hija se convierten rápidamente en fervientes simpatizantes del régimen. Hay dos secuencias clave: El juicio a varios militares purgados en el ejército, presenciado y aprobado por el protagonista, en los que se les acusa de ser, impulsados por Trotsky (típico recurso del estalinismo), una suerte de quinta columna del nazismo y el esperado encuentro de Davies con Stalin, quien está presentado como un lúcido y sereno estadista -a años luz de la imagen que siempre trasmitieron de él la prensa (y el cine) norteamericanos- dispuesto a alianzas sin condiciones con países capitalistas para enfrenta el avance nazi. De regreso a su país, el embajador trasmitirá sus impresiones sobre la inmediatez de una contienda y la necesidad de aliarse con los rusos y defenderá la coexistencia pacífica, pero sus conclusiones serán rechazadas por políticos y banqueros de su país. Todo el último tramo del film es una encendida apología del ejército ruso, presentado como barrera infranqueable para los nazis y el ataque de los japoneses en Pearl Harbour, que provocó la entrada de los Estados Unidos en la guerra, aparece como una conclusión inevitable de lo percibido por Davies. Como ocurre con frecuencia en las películas de Curtiz, la narración es precisa y funcional, con la habitual fluidez de la cámara que es el principal rasgo distintivo del realizador, con momentos, como se dijo, que parecen provenir de una película soviética de los años 30, algunos –los que transcurren en Alemania- que refieren a las película de Leni Riefenstahl y otros casi documentales, que desembocarán en un final de tono épico y esperanzado que parece una amalgama de los films de Eisenstein y King Vidor. Película absolutamente atípica dentro de las propuestas del cine americano de cualquier época, más allá de la coyuntura en que se filmó, hoy aparece como un bizarro film de propaganda estalinista realizado en pleno corazón de Hollywood, que todavía eriza la piel de muchos (ver las críticas que aparecen en IMDB).

Jorge García / Copyleft 2014