LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: BAFICI 2017: CON ALGUNAS NUECES MÁS QUE EN LOS ULTIMOS AÑOS

LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: BAFICI 2017: CON ALGUNAS NUECES MÁS QUE EN LOS ULTIMOS AÑOS

por - Columnas
23 May, 2017 11:13 | 1 comentario
En su nueva entrega Jorge García analiza la última edición del Bafici y pondera como el gran acierto del festival la retrospectiva de António Reis

Por Jorge García

La edición número 19 del Bafici no ofreció demasiadas novedades respecto de las últimas, aunque cabe consignar que dentro del fárrago de películas irrelevantes y de relleno que constituyen la gran mayoría de los films del festival, se pudieron rescatar algunos títulos más que en ediciones anteriores. Por cierto que la reducción de presupuesto, común a todos los festivales -del país y del mundo- se pudo notar (vg, en el Centro Cultural Recoleta desaparecieron las exposiciones y el bar que se instalaba en el patio) pero no hubo mayores problemas en que se cumplieran los horarios y tampoco se percibieron dificultades con la llegada de las copias. Había expectativas -por los hechos conocidos acaecidos en el INCAA- acerca de la posibilidad de eventuales reacciones adversas a las autoridades o eventuales escraches a funcionarios, pero como estos no aparecieron (como sí había ocurrido en el Bafici anterior con el siniestro Lopérfido), salvo alguna clase dictada en la calle y las reacciones caracúlicas de algunas de las autoridades del festival ante la lectura de comunicados por parte de varios directores argentinos, tal como está ocurriendo a nivel nacional, no se percibieron mayores reacciones por los atropellos sufridos en el INCAA.

Como siempre, la programación resultó abrumadora y excesiva, con gran cantidad de títulos prescindibles y otros, como ya señalé en alguna otra ocasión cuyo único mérito es el de ser desconocidos, pero dentro de ese fárrago pudieron recuperarse algunos títulos, más allá de la flojedad de las secciones competitivas. Siempre se habla (aunque aun no lo he leído ni escuchado) de los perennes incrementos en la cantidad de público que se anuncian al finalizar cada año del festival, esta vez, salvo en el caso de películas puntuales, dio la impresión de haber una merma de público respecto de ediciones anteriores. Puede que la dispersión provocada por la gran cantidad de sedes haya incidido, pero en el Village Recoleta, centro neurálgico del evento, fue notoria la merma mencionada, algo que también se percibió en las mesas de actividades especiales (con excepción de las protagonizadas por figuras convocantes como Lucrecia Martel y el italiano Nanni Moretti). Pasemos entonces directamente a referirnos brevemente a algunas películas que suscitaron nuestro interés.

En la Competencia Oficial, de la que vi unos cuantos films, con algunos títulos correctos (Arabia, Porto, Liberami), otros prescindibles (Out There, Reinos, Atrás hay relámpagos, Dark Night, la inesperada e insólita vencedora, Niñato) o directamente impresentables (2557, The Killing Ground) hubo dos obras que se destacaron. Una de ellas fue la boliviana Viejo calavera, debut de Kiro Russo. Tomando como punto de partida un personaje poco querible, ladrón, pendenciero y alcohólico, el film, sin embargo, desarrolla una propuesta coral sobre hombres que trabajan en una mina. Sin desdeñar las luchas sindicales, con un notable trabajo de iluminación de Pablo Paniagua, la película trasciende a su protagonista para convertirse en un auténtico fresco sobre la explotación capitalista en la zona.

El otro título valioso de la Competencia fue Estiú 1993, ópera prima de la catalana Carla Simón, una sensible y lúcida mirada sobre la infancia a partir de las angustias de una niña de seis años y su hermana pequeña tras la muerte de su madre y la relación que entablan con su familia adoptiva. Eludiendo el sentimentalismo facilista, la película ofrece una mirada sobre la niñez que escapa a los clisés y el ternurismo habituales. Además cuenta con una escena final memorable.

Fuera de competencia se exhibió No intenso agora, de Joao Moreira Salles, quien hace unos años había sorprendido en el Bafici con la notable Santiago. En este film, rodado en su totalidad sobre material de archivo (aunque hay un plano discutible, que podría haber sido filmado por el director), Moreira Salles toma como punto de partida un viaje de su madre a China, invitada por un grupo de empresarios y banqueros, pero pronto el film se centra en los movimientos de protesta ocurridos en Francia en 1968 y la invasión soviética a Checoslovaquia ese mismo año, intercalando las exequias de un estudiante de su país ocurrida en esa época. El material de archivo mencionado es sencillamente extraordinario y está comentado por la voz en off del director con permanentes apuntes cargados de ironía, desilusión y desencanto. En su último tramo la película adopta un tono decididamente nostálgico que puede dar a lugar a cuestionamientos desde el punto de vista ideológico pero, en cualquier caso, este fue uno de los films más valiosos exhibidos en el Bafici.

Es sabido que la cinematografía rumana ha logrado –a mi entender justificadamente- instalarse como una de las más interesantes de nuestro tiempo. En el Bafici pudieron verse dos títulos que permiten confirmar esa aseveración: uno de ellos fue Sieranevada, de Cristi Puiu, realizador de algunos de los títulos fundamentales del cine rumano, tal el caso de La noche del señor Lazarescu y Aurora. En este caso, una reunión familiar para la conmemoración de un reciente difunto da lugar a un film que se desarrolla casi en su totalidad en un espacio único en el que numerosos personajes conversan, discuten y exponen sus miserias y grandezas. Un poderoso retrato sobre la Rumania actual que ratifica a Puiu como uno de los directores importantes del cine contemporáneo.

El otro film rumano que se vio fue The Fixer, de Adrian Sitaru, en el que un joven periodista investiga un escándalo de ribetes internacionales que involucra a una prostituta menor de edad. Como en muchas películas de ese origen aquí se ponen en juego diversos valores éticos y morales en un film que tal vez tarde demasiado en arrancar pero que en su segunda mitad alcanza gran intensidad dramática.

También se vieron dos películas chilenas de muy buen nivel, una, Como me da la ganas 2, de Ignacio Agüero, uno de los más importantes documentalistas del continente. Continuando con lo que se había propuesto hace tres décadas, interrogando a diversos cineastas acerca del sentido de filmar en los años de la dictadura pinochetista, el director retoma el tema enfrentando a varios realizadores actuales de su país en un film que es una profunda reflexión acerca de que es, en última instancia hacer cine. Lissette Orozco, la directora de El pacto de Adriana, desde niña sentía una profunda admiración por su tía. Ese mundo se derrumba cuando se entera que Adriana había trabajado varios años para la DINA, la temible policía pinochetista. El film refleja con admirable claridad las contradicciones que se suscitan en la realizadora al tomar conciencia de esa dolorosa realidad. Película de gran intensidad emocional fue una de las gratas revelaciones del Bafici.

Otra agradable sorpresa fue la coproducción entre Estados Unidos y España Santoalla en la que la búsqueda de una vida alejada de los problemas de las grandes ciudades por parte de una pareja holandesa los lleva a un remoto pueblo gallego donde solo vive otra familia, hasta que un día el hombre desaparece misteriosamente. Muy atractiva ópera prima en la que el registro documental se transforma en un auténtico thriller, seco y despojado, como el poblado en que transcurre la acción.

Uno de los grandes films vistos en el Bafici fue Dawson City: Frozen Time, del norteamericano Bill Morrison, un director siempre a la búsqueda de nuevos caminos. En este caso el milagroso encuentro de centenares de películas perdidas debajo de una pista de patinaje le permite al director, con ese material y abundantes fotografías reconstruir – con un formidable trabajo de montaje- la historia, no solo del cine que se hacía en esos años sino también la de la ciudad misma.

Hubo en el Bafici importantes reposiciones como El gran silencio, de Sergio Corbucci, uno de los grandes exponentes de spaghetti-western, con Klaus Kinski en su salsa como un sádico y sanguinario cazador de recompensas, A tout prendre, un film de 1963 del canadiense Claude Jutra que hoy sorprende por su asombrosa modernidad, The Cremator, del checo Juraj Herz, curiosa parábola sobre el nazismo en clave expresionista y Mudar de vida, la segunda notable película de Paulo Rocha, de un estilizado post-neorrealismo y que cuenta con diálogos de Antonio Reis.

Y viene a cuento traer a colación el nombre de Antonio Reis, ya que su retrospectiva fue el evento más importante que propuso el Bafici de este año. Reis es una figura de culto entre algunos cinéfilos, críticos y realizadores pero su obra dista mucho de ser conocida fuera de su país (y tampoco demasiado en él). Hubo un intento, del cual participé, hace varios años de traer una retrospectiva de su obra al Bafici, pero en ese entonces la negativa de Margarita Cordeiro, la codirectora de los principales films de Reis lo impidió. Finalmente, con algunas restricciones (salvo una, sus películas solo se podían exhibir una sola vez) se concretó finalmente la retrospectiva. Aun con esas dificultades, valió la pena ver sus películas y descubrir a un director de una gran originalidad.

Jaime es un mediometraje sobre un campesino que estuvo 38 años internado en un neuropsiquiátrico y que a los 65 años comenzó a dibujar y escribir continuamente. El film da más la impresión de ser un esbozo que un trabajo concluido y de manera oblicua refiere a la represión de los años de la dictadura de Salazar.

El primer largo de Reis es Tras-os-montes, un film que a primera vista pareciera ser un documental etnofráfico-antropológico pero que excede ampliamente esa clasificación para transformarse en un poética mirada sobre una de las zonas más pobres de Portugal en la que a través del recorrido por varios poblados se fusionan Historia e imaginación, pasado y presente y realidad y mitología. Una obra maestra.

Ana es otra notable película que transcurre en la misma zona pero centrada en una familia dominada por una matriarca de carácter tan dominante como melancólico. Pero aquí también ese elemento anecdótico es ampliamente trascendido por un relato en el que lo onírico y los toques surrealistas juegan un importante papel. Película tan bella como inclasificable es otro título fundamental del director.

Su última obra, Rosa de areia tiene un tono diferente, con abundantes citas literarias, pasajes marcadamente teatrales y artificiosos en una suerte de collage en el que se pueden detectar afinidades con el cine de Straub-Huilliet, Godard y Pasolini. El film más hermético de Reis, quien murió sin poder concretar su proyecto de filmar la novela Pedro Páramo, del mejicano Juan Rulfo.

Fotogramas: Rosa de areira en el encabezado; 1) Estiú 1993; 2) Sieranevada; 3) El gran silencio

Jorge García / Copyleft 2017