LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: FICIC 2017: CON MAYOR AUSTERIDAD PERO EL MISMO ENTUSIASMO
Por Jorge García
Una de las noticias recurrentes que recibimos los que somos más o menos asiduos concurrentes a festivales de cine es la persistente reducción de presupuestos para esos eventos. Las excusas son diversas pero siempre son buenas para los encargados de justificar esas reducciones (y esto ocurre tanto a nivel nacional como internacional); parecería que todo aquello que tiene que ver con la cultura siempre está en el primer escalón de las variables de ajuste y esto es independiente del sesgo ideológico de los mandamás de turno.
La séptima edición de FICIC (Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín) no fue ajena a esos avatares, tanto que hasta pocos días antes de su realización no se contaba prácticamente con ningún presupuesto para la realización del evento. Con lo que seguramente no contaban los encargados de financiamiento era con la fuerza, tenacidad y amor al cine de Carla Briasco y Eduardo Leyrado que finalmente consiguieron arrancar una módica suma para realizar -en condiciones de mayor austeridad que las ediciones anteriores- finalmente el festival. Y también hay que señalar y agradecer la buena predisposición y voluntad de los invitados extranjeros, que decidieron pagarse el pasaje por su cuenta para estar presentes.
Luego de este introito –necesario para que se conozcan las condiciones reales y el esfuerzo que supone la realización de un festival como este- hay que decir que hoy se puede señalar sin vacilaciones que el FICIC ya está instalado definitivamente en la ciudad. Fue mucha la gente que concurrió a ver las películas, incluso en los horarios matutinos (hubo que reprogramar alguna función) y en otras hubo público que se quedó afuera. Se mantuvieron los programas de radio en la confitería La Europea, bastión histórico de la ciudad, siempre conducidos por el infatigable Fernando Pujato, y se realizaron las habituales mesas y charlas, seguidas con atención por numeroso público. Y también hubo alguna nueva sección, como la aparición de las Trasnoches de Superacción con la proyección de películas sorpresa. Pasemos entonces a comentar algunos films que suscitaron nuestro interés.
La competencia internacional estuvo integrada por seis películas extranjeras y cinco argentinas y en cuanto al paquete nacional corresponde decir que, si bien ofreció títulos dignos, se notó en ellos cierta falta de riesgo en su tratamiento visual y narrativo. Riesgo, en cambio, es lo que le sobra al film brasileño triunfante en la competencia, Jóvenes infelices o Un hombre que grita no es un oso que baila, de Thiago B. Mendonca, filmada poco antes de la vergonzosa destitución de Dilma Rousseff y su reemplazo por el impresentable Michel Temer. Centrada en un grupo de teatro con una postura resistente y combativa (su lema es “Para empezar de nuevo es necesario destruir”), que sin un programa definido, se rebelan contra todo orden constituido. Ya sea participando en manifestaciones callejeras, actuando en espacios públicos o manteniendo relaciones sexuales grupales, la película es un formidable fresco sobre la situación de Brasil en la que el malestar generalizado y la resistencia al gobierno golpista no logran expresarse a través de ningún programa definido. Film anárquico, con bruscos cambios de tono y de enorme potencia visual, es un testimonio desgarrado y lúcido de la situación del país y, por extensión de otros lugares de América Latina. Finalizada la proyección del film me atreví a decirle a su director que su película tenía un sentido equivalente al de un clásico del cine brasileño y latinoamericano que hace medio siglo filmó Glauber Rocha: Tierra en trance. Puede que la comparación sea algo desmedida pero no tengo duda que estamos ante un film de gran importancia dentro del cine la actual del continente.
El francés Sylvain George es uno de los mayores exponentes del cine político europeo actual. Algunas de sus películas anteriores, en las que trataba la problemática de los inmigrantes varados en Calais o las manifestaciones de los indignados en Madrid se pudieron ver en distintos festivales. En Cosquín se exhibió su más reciente trabajo, París era una fiesta, en el que retoma problemáticas actuales expuestas a través de varias secuencias que incluyen un conmovedor monólogo de un inmigrante y manifestaciones callejeras repudiando leyes anti-laborales, intercaladas con planos de diversos lugares de París y alguna secuencia marcadamente abstracta. Lo notable en George es que, sin perder el eje político de su discurso logra dotarlo en muchos pasajes de un infrecuente aliento lírico y poético que enriquece notablemente la propuesta.
Del francés Damien Manivel se había proyectado en Cosquín su ópera prima, Un joven poeta. Ahora se pudo ver su segundo trabajo, El parque, un film tan pequeño como atractivo. Dos jóvenes se encuentran de manera algo fortuita en un parque, dialogan, entablan insinuaciones, tienen algún desencuentro verbal y repentinamente él se va, alegando que ya tiene una pareja y que no tiene mayor sentido continuar con esa situación. Hasta aquí el film es un amable entretenimiento, claramente derivativo del cine de Eric Rohmer, pero en su última media hora propone un brusco cambio de registro que lo convierte prácticamente en otra película. El tono enigmático y onírico de esta segunda parte es lo más original del film; lamentablemente el director no parece confiar en su propuesta y hace en el final explícito aquello que debió quedar sugerido y en suspenso. A pesar de este reparo, una muy interesante película.
En la sección Nuestros autores se pudo ver El día nuevo, de Gustavo Fontán, posiblemente el cineasta más coherente de la cinematografía nacional. Tercera parte de la trilogía del río, que completan El rostro y El limonero real, el director registra aquí una separación recurriendo a sus habituales recursos visuales y poéticos que eluden cualquier atisbo de clisé narrativo y que forman parte indisoluble de su estilo. Al hombre se lo ve permanentemente ligado a su entorno, desarrollando actividades cotidianas sin pronunciar palabra. De la mujer, siempre fuera de campo, se escucha su voz en off, un muy buen texto de Gloria Peirano, leído por la autora, que curiosamente provoca una (posiblemente buscada) tensión entre la voz y el texto de la narradora y lo que el espectador puede presuponer que sea el relato de la mujer ausente. Como siempre en Fontán, el sonido es un elemento fundamental en el film, brindando el apropiado hábitat sonoro para el desarrollo de una historia en apariencia convencional pero que en manos del director se convierte en una propuesta tan personal como original.
A propósito de los 100 años de la Revolución Rusa se exhibieron en Cosquín tres obras, diferentes entre sí, que dan cuenta de ese acontecimiento y sus consecuencias, todas ellas en copias de 35 mm, propiedad de Fernando Martín Peña quien, por razones personales, no pudo estar presente. Octubre, 1928, de Serguei Eisenstein fue comisionada con motivo de los diez años de la revolución. El cine del director ruso se caracterizó siempre, incluso en sus films sonoros por la preponderancia del montaje y la composición visual. No se espere encontrar aquí movimientos de cámara o sutilezas de puesta en escena. Sin embargo aquí, a diferencia de El acorazado Potemkin, un film en mi opinión mucho más calculado cerebralmente, las imágenes son de una enorme potencia visual, recurriendo incluso por momentos a un humor casi grotesco y lo fundamental son las escenas masivas, ya sea de manifestaciones o, vg, la toma del Palacio de Invierno Lamentablemente, la copia exhibida fue la sonorizada por Grigori Aleksándrov, con la rimbombante música de Shostakovich omnipresente lo que dio lugar a que el film fuera proyectado a 24 cuadros por segundo y no a 16 como fue realizado originalmente lo que provocó una aceleración de la imagen que, en varias escenas, disminuye los efectos buscados.
Dziga Vertov fue el gran documentalista del cine mudo ruso y su film El hombre de la cámara es un clásico indiscutible que, dicho sea de paso, le valió acusaciones de formalismo vacío. A diferencia de Eisenstein, Vertov no trabaja únicamente sobre el montaje y esto se puede apreciar en Tres cantos para Lenin , realizada en 1934 época del comienzo del auge del estalinismo. El film, como su nombre lo indica, está dividido en tres episodios: el primero es el menos propagandístico y se aprecian tomas de un lirismo que remite a los trabajos del gran Alexdandr Dovchenko. El segundo episodio está centrado en las exequias de Lenin y varias escenas trasmiten una conmovedora grandeza. El último capítulo es el menos logrado, es reiterativo, el proselitismo de tono panfletario abunda, y se dedica a la glorificación impoluta de Lenin, mostrando algunos de los vicios más reconocibles del llamado “realismo socialista”.
El tercer film que se exhibió, Mi amigo Iván Lapshin, realizado en 1984 por Alekséi German es completamente diferente tanto en su realización como en su tono y espíritu. German realizó a lo largo de varias décadas solo seis películas (inclusive la última, Duro ser un Dios, tuvo un montaje final a cargo de su hijo ya que el realizador falleció antes de terminar el film). A diferencia del tono exaltado y optimista de los films antes comentados , las películas de German se apartan totalmente de esas euforias y muestran un tono más bien oscuro y pesimista, algo que le valió permanentes problemas con la censura (de hecho, Mi amigo Iván Lapshin se rodó entre 1979 y 1982 pero recién se pudo estrenar en 1984). Película de características corales, ambientada en los años 30, durante las primeras purgas del estalinismo, en la que es difícil encontrar una anécdota principal, muestra un excepcional trabajo de cámara y de montaje dentro del cuadro y los personajes, tras su aparente vitalidad y optimismo, trasmiten una inocultable sensación de incomodidad y desasosiego.
POSDATA:
En ocasión de la realización del primer FICIC, su fecha coincidió con el 25 de mayo por los que los organizadores decidieron festejarlo con un locro y empanadas, tarea a cargo de Mary, la madre de Carla, y a realizarse en su casa. Las fechas del festival cambiaron pero, afortunadamente, esa costumbre se repitió a lo largo de las siguientes ediciones y hoy ya forma parte indisoluble del evento, aparte de ser útil para un primer contacto informal entre los directores, actores y prensa invitada. Un gran reconocimiento entonces para Mary por dar todos los años el puntapié inicial del FICIC y convidarnos con tan rica comida.
* Fotos y fotogramas: Función de La mirada escrita en el encabezado; 1) Jóvenes infelices o Un hombre que grita no es un oso que baila; 2) París era una fiesta; 3) Función de Mi amigo Iván Lapshin; 4) Mary y J. García
Jorge García / Copyleft 2017
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